/ miércoles 11 de marzo de 2020

Tenemos descompuesto el cerebro

Una de las mayores vulnerabilidades que tiene nuestro país, es la manera en que se toman las decisiones de política pública, basadas en impulsos u ocurrencias.

La hiperconcentración de poder político en una sola persona, que no valora la evidencia, sesgada por su obsesión ideológica de leer la realidad de manera reduccionista y maniquea como un mero conflicto entre conservadores y liberales, tiene atrofiado el proceso de toma de decisiones-país. Carece de un mínimo contrapeso o iteración, que recorra el método dialéctico de la tesis, la antítesis y la síntesis.

Desde su estreno (y hasta la fecha), el presidente López Obrador se atrinchera en su cada vez más limitado repertorio conceptual para tratar de entender y explicar la compleja realidad que estamos viviendo en nuestro querido México: megadiverso, plural y pluricultural.

Vivimos en el país de una sola voz, de un solo hombre, que remplaza el ágora pública con las mañaneras, pero más peligroso aún, que funciona sin ningún contrapeso que atempere sus impulsos.

En los primeros meses de su administración vacilaba con su muletilla de “yo tengo otros datos” y la gente está “feliz, feliz, feliz”. Pero las cosas no le han resultado y la realidad se impone contradiciendo su iluso optimismo. El problema es que nos lleva entre las patas con esa forma de tomar decisiones.

A diferencia de otros países, las finanzas públicas del nuestro se encuentran muy vulnerables para enfrentar la extendida crisis económica que genera la pandemia del Coronavirus (COVID-19) y el desplome de 30% del precio internacional del petróleo que han provocado el desplome de las bolsas de valores y la ralentización de la economía y comercio mundial. El Gobierno de México ya utilizó las reservas del fondo de estabilización de los ingresos presupuestales que deberían servirnos para estas contingencias; pero los destinaron para financiar el déficit del gobierno federal.

Ahora ya no caben las jocosas frases elusivas que acostumbra López Obrador. Ahora ya estamos hablando de situaciones adicionales que agravarán la situación financiera del gobierno federal y el crecimiento de la economía nacional. Se actualiza el riesgo de la pérdida de la calificación de la deuda de PEMEX que puede convertir en bonos chatarra de la noche a la mañana los 105 mil millones de dólares que adeuda la empresa pública del Estado.

“Éramos muchos… y parió la abuela. Estábamos mal (aunque él tuviera otros datos) y nos cayó el chahuistle” (el COVID-19 y el desplome del precio del petróleo y de las acciones). Pero lo que más preocupa es que no acusan recibo en Palacio Nacional.

Ahora las especulaciones giran en torno a cuál de las crisis va a estallar primero: la crisis de inseguridad, la crisis de salud, la crisis política, la crisis económica. Pero él sigue en la parodia de la rifa del avión, su maniqueísmo trasnochado de los conservadores vs los liberales y su egocentrismo que le impide ver en la dimensión real de los problemas sociales, que lo llevan a ponerse a la defensiva y a criticar las manifestaciones feministas del 8 y 9 de marzo. Perdiendo el foco y equivocándose del lado correcto de la historia.

Pronto habrá de romper una más de sus promesas de campaña: no habrá aumento ni nuevos impuestos.

Las cosas no le están saliendo bien. Lo grave es que ni siquiera lo admite. Tenemos descompuesto el cerebro.

El reto de todos para acotar el riesgo-país, es que existan y funcionen los contrapesos en México. Depende de todos nosotros.


Una de las mayores vulnerabilidades que tiene nuestro país, es la manera en que se toman las decisiones de política pública, basadas en impulsos u ocurrencias.

La hiperconcentración de poder político en una sola persona, que no valora la evidencia, sesgada por su obsesión ideológica de leer la realidad de manera reduccionista y maniquea como un mero conflicto entre conservadores y liberales, tiene atrofiado el proceso de toma de decisiones-país. Carece de un mínimo contrapeso o iteración, que recorra el método dialéctico de la tesis, la antítesis y la síntesis.

Desde su estreno (y hasta la fecha), el presidente López Obrador se atrinchera en su cada vez más limitado repertorio conceptual para tratar de entender y explicar la compleja realidad que estamos viviendo en nuestro querido México: megadiverso, plural y pluricultural.

Vivimos en el país de una sola voz, de un solo hombre, que remplaza el ágora pública con las mañaneras, pero más peligroso aún, que funciona sin ningún contrapeso que atempere sus impulsos.

En los primeros meses de su administración vacilaba con su muletilla de “yo tengo otros datos” y la gente está “feliz, feliz, feliz”. Pero las cosas no le han resultado y la realidad se impone contradiciendo su iluso optimismo. El problema es que nos lleva entre las patas con esa forma de tomar decisiones.

A diferencia de otros países, las finanzas públicas del nuestro se encuentran muy vulnerables para enfrentar la extendida crisis económica que genera la pandemia del Coronavirus (COVID-19) y el desplome de 30% del precio internacional del petróleo que han provocado el desplome de las bolsas de valores y la ralentización de la economía y comercio mundial. El Gobierno de México ya utilizó las reservas del fondo de estabilización de los ingresos presupuestales que deberían servirnos para estas contingencias; pero los destinaron para financiar el déficit del gobierno federal.

Ahora ya no caben las jocosas frases elusivas que acostumbra López Obrador. Ahora ya estamos hablando de situaciones adicionales que agravarán la situación financiera del gobierno federal y el crecimiento de la economía nacional. Se actualiza el riesgo de la pérdida de la calificación de la deuda de PEMEX que puede convertir en bonos chatarra de la noche a la mañana los 105 mil millones de dólares que adeuda la empresa pública del Estado.

“Éramos muchos… y parió la abuela. Estábamos mal (aunque él tuviera otros datos) y nos cayó el chahuistle” (el COVID-19 y el desplome del precio del petróleo y de las acciones). Pero lo que más preocupa es que no acusan recibo en Palacio Nacional.

Ahora las especulaciones giran en torno a cuál de las crisis va a estallar primero: la crisis de inseguridad, la crisis de salud, la crisis política, la crisis económica. Pero él sigue en la parodia de la rifa del avión, su maniqueísmo trasnochado de los conservadores vs los liberales y su egocentrismo que le impide ver en la dimensión real de los problemas sociales, que lo llevan a ponerse a la defensiva y a criticar las manifestaciones feministas del 8 y 9 de marzo. Perdiendo el foco y equivocándose del lado correcto de la historia.

Pronto habrá de romper una más de sus promesas de campaña: no habrá aumento ni nuevos impuestos.

Las cosas no le están saliendo bien. Lo grave es que ni siquiera lo admite. Tenemos descompuesto el cerebro.

El reto de todos para acotar el riesgo-país, es que existan y funcionen los contrapesos en México. Depende de todos nosotros.