/ martes 8 de marzo de 2022

Tiempos de guerra

Vivimos un momento de cambio a nivel mundial. El surgimiento de nuevos conflictos, la separación entre naciones, y un escenario postpandemia que es sumamente complejo nos invitan a reconceptualizar la forma en que entendemos nuestra dinámica como seres humanos. El conflicto entre Rusia y Ucrania aun siendo lejano en la geografía tiene implicaciones y un análisis que puede ser visto desde nuestra realidad. He reflexionado mucho sobre los impactos de la guerra, especialmente sobre la que vivimos en Ciudad Juárez.

Durante estas últimas semanas, desde mi encargo como senadora de la república he promovido una serie de consideraciones acerca del rol que tiene México desde la diplomacia en este conflicto. En consonancia con nuestros principios de Política Exterior, consagrados en el artículo 89 constitucional, en su fracción X, es claro que la postura de nuestro gobierno ha estado a la altura, promoviendo la solución pacífica de controversias y la diplomacia por encima de la guerra. No podemos dejar de lado que se trata de un conflicto con implicaciones globales, particularmente por las fricciones que se pueden dar entre las potencias nucleares.

Es en este sentido que he propuesto hacer un llamado a los países involucrados a la mesura. Escalar el conflicto mediante la disuasión no es el camino a seguir. Basta recordar que, durante la Guerra Fría, ya nos hemos enfrentado a un panorama poco alentador, en el que la amenaza nuclear puso en riesgo la integridad de toda la humanidad. Me ha parecido muy importante analizar la guerra a la luz de la securitización, es decir, partir de la seguridad como un discurso. Un discurso que las partes involucradas construyen y que cada una le otorga la legitimidad que considera pertinente.

Tal fue el caso de la mal llamada “Guerra contra el narcotráfico” orquestada durante el calderonato. Se trata de una época manchada de sangre en nuestra historia, y particularmente en Ciudad Juárez. El discurso de seguridad puso al narcotráfico como la principal amenaza del Estado, llevando a una securitización de la vida pública, en el que las armas y la violencia se convirtieron en el pan de cada día. En realidad, más allá de las palabras, los altos mandos de seguridad pública eran activos miembros de los cárteles de la droga y mantenían nexos con el crimen organizado. No hace falta más que mencionar a Genaro García Luna y sus lazos con el Cártel de Sinaloa. Las y los chihuahuenses ya hemos vivido un clima de conflicto. Por tanto, conocemos cómo los discursos de guerra trascienden a todas las esferas de la sociedad.


El llamado a frenar la cooperación militar en la guerra Rusia-Ucrania lo hago desde la experiencia que tuvo el estado grande. Sé que llenar de armas a la población por más heroico que parezca, nunca será la vía para la construcción de paz. Ciudad Juárez vivió una guerra que hoy en día sigue teniendo consecuencias inconmensurables en la sociedad. Hoy, nuestro rol en el sistema internacional debe responder a la pacificación como lo ha instruido el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Finalizo recordando a Benito Juárez: Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. Sobra decir que el actuar de nuestro primer mandatario y del canciller Ebrard me recuerda su actuar.



Vivimos un momento de cambio a nivel mundial. El surgimiento de nuevos conflictos, la separación entre naciones, y un escenario postpandemia que es sumamente complejo nos invitan a reconceptualizar la forma en que entendemos nuestra dinámica como seres humanos. El conflicto entre Rusia y Ucrania aun siendo lejano en la geografía tiene implicaciones y un análisis que puede ser visto desde nuestra realidad. He reflexionado mucho sobre los impactos de la guerra, especialmente sobre la que vivimos en Ciudad Juárez.

Durante estas últimas semanas, desde mi encargo como senadora de la república he promovido una serie de consideraciones acerca del rol que tiene México desde la diplomacia en este conflicto. En consonancia con nuestros principios de Política Exterior, consagrados en el artículo 89 constitucional, en su fracción X, es claro que la postura de nuestro gobierno ha estado a la altura, promoviendo la solución pacífica de controversias y la diplomacia por encima de la guerra. No podemos dejar de lado que se trata de un conflicto con implicaciones globales, particularmente por las fricciones que se pueden dar entre las potencias nucleares.

Es en este sentido que he propuesto hacer un llamado a los países involucrados a la mesura. Escalar el conflicto mediante la disuasión no es el camino a seguir. Basta recordar que, durante la Guerra Fría, ya nos hemos enfrentado a un panorama poco alentador, en el que la amenaza nuclear puso en riesgo la integridad de toda la humanidad. Me ha parecido muy importante analizar la guerra a la luz de la securitización, es decir, partir de la seguridad como un discurso. Un discurso que las partes involucradas construyen y que cada una le otorga la legitimidad que considera pertinente.

Tal fue el caso de la mal llamada “Guerra contra el narcotráfico” orquestada durante el calderonato. Se trata de una época manchada de sangre en nuestra historia, y particularmente en Ciudad Juárez. El discurso de seguridad puso al narcotráfico como la principal amenaza del Estado, llevando a una securitización de la vida pública, en el que las armas y la violencia se convirtieron en el pan de cada día. En realidad, más allá de las palabras, los altos mandos de seguridad pública eran activos miembros de los cárteles de la droga y mantenían nexos con el crimen organizado. No hace falta más que mencionar a Genaro García Luna y sus lazos con el Cártel de Sinaloa. Las y los chihuahuenses ya hemos vivido un clima de conflicto. Por tanto, conocemos cómo los discursos de guerra trascienden a todas las esferas de la sociedad.


El llamado a frenar la cooperación militar en la guerra Rusia-Ucrania lo hago desde la experiencia que tuvo el estado grande. Sé que llenar de armas a la población por más heroico que parezca, nunca será la vía para la construcción de paz. Ciudad Juárez vivió una guerra que hoy en día sigue teniendo consecuencias inconmensurables en la sociedad. Hoy, nuestro rol en el sistema internacional debe responder a la pacificación como lo ha instruido el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Finalizo recordando a Benito Juárez: Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. Sobra decir que el actuar de nuestro primer mandatario y del canciller Ebrard me recuerda su actuar.


Vivimos un momento de cambio a nivel mundial. El surgimiento de nuevos conflictos, la separación entre naciones, y un escenario postpandemia que es sumamente complejo nos invitan a reconceptualizar la forma en que entendemos nuestra dinámica como seres humanos. El conflicto entre Rusia y Ucrania aun siendo lejano en la geografía tiene implicaciones y un análisis que puede ser visto desde nuestra realidad. He reflexionado mucho sobre los impactos de la guerra, especialmente sobre la que vivimos en Ciudad Juárez.

Durante estas últimas semanas, desde mi encargo como senadora de la república he promovido una serie de consideraciones acerca del rol que tiene México desde la diplomacia en este conflicto. En consonancia con nuestros principios de Política Exterior, consagrados en el artículo 89 constitucional, en su fracción X, es claro que la postura de nuestro gobierno ha estado a la altura, promoviendo la solución pacífica de controversias y la diplomacia por encima de la guerra. No podemos dejar de lado que se trata de un conflicto con implicaciones globales, particularmente por las fricciones que se pueden dar entre las potencias nucleares.

Es en este sentido que he propuesto hacer un llamado a los países involucrados a la mesura. Escalar el conflicto mediante la disuasión no es el camino a seguir. Basta recordar que, durante la Guerra Fría, ya nos hemos enfrentado a un panorama poco alentador, en el que la amenaza nuclear puso en riesgo la integridad de toda la humanidad. Me ha parecido muy importante analizar la guerra a la luz de la securitización, es decir, partir de la seguridad como un discurso. Un discurso que las partes involucradas construyen y que cada una le otorga la legitimidad que considera pertinente.

Tal fue el caso de la mal llamada “Guerra contra el narcotráfico” orquestada durante el calderonato. Se trata de una época manchada de sangre en nuestra historia, y particularmente en Ciudad Juárez. El discurso de seguridad puso al narcotráfico como la principal amenaza del Estado, llevando a una securitización de la vida pública, en el que las armas y la violencia se convirtieron en el pan de cada día. En realidad, más allá de las palabras, los altos mandos de seguridad pública eran activos miembros de los cárteles de la droga y mantenían nexos con el crimen organizado. No hace falta más que mencionar a Genaro García Luna y sus lazos con el Cártel de Sinaloa. Las y los chihuahuenses ya hemos vivido un clima de conflicto. Por tanto, conocemos cómo los discursos de guerra trascienden a todas las esferas de la sociedad.


El llamado a frenar la cooperación militar en la guerra Rusia-Ucrania lo hago desde la experiencia que tuvo el estado grande. Sé que llenar de armas a la población por más heroico que parezca, nunca será la vía para la construcción de paz. Ciudad Juárez vivió una guerra que hoy en día sigue teniendo consecuencias inconmensurables en la sociedad. Hoy, nuestro rol en el sistema internacional debe responder a la pacificación como lo ha instruido el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Finalizo recordando a Benito Juárez: Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. Sobra decir que el actuar de nuestro primer mandatario y del canciller Ebrard me recuerda su actuar.



Vivimos un momento de cambio a nivel mundial. El surgimiento de nuevos conflictos, la separación entre naciones, y un escenario postpandemia que es sumamente complejo nos invitan a reconceptualizar la forma en que entendemos nuestra dinámica como seres humanos. El conflicto entre Rusia y Ucrania aun siendo lejano en la geografía tiene implicaciones y un análisis que puede ser visto desde nuestra realidad. He reflexionado mucho sobre los impactos de la guerra, especialmente sobre la que vivimos en Ciudad Juárez.

Durante estas últimas semanas, desde mi encargo como senadora de la república he promovido una serie de consideraciones acerca del rol que tiene México desde la diplomacia en este conflicto. En consonancia con nuestros principios de Política Exterior, consagrados en el artículo 89 constitucional, en su fracción X, es claro que la postura de nuestro gobierno ha estado a la altura, promoviendo la solución pacífica de controversias y la diplomacia por encima de la guerra. No podemos dejar de lado que se trata de un conflicto con implicaciones globales, particularmente por las fricciones que se pueden dar entre las potencias nucleares.

Es en este sentido que he propuesto hacer un llamado a los países involucrados a la mesura. Escalar el conflicto mediante la disuasión no es el camino a seguir. Basta recordar que, durante la Guerra Fría, ya nos hemos enfrentado a un panorama poco alentador, en el que la amenaza nuclear puso en riesgo la integridad de toda la humanidad. Me ha parecido muy importante analizar la guerra a la luz de la securitización, es decir, partir de la seguridad como un discurso. Un discurso que las partes involucradas construyen y que cada una le otorga la legitimidad que considera pertinente.

Tal fue el caso de la mal llamada “Guerra contra el narcotráfico” orquestada durante el calderonato. Se trata de una época manchada de sangre en nuestra historia, y particularmente en Ciudad Juárez. El discurso de seguridad puso al narcotráfico como la principal amenaza del Estado, llevando a una securitización de la vida pública, en el que las armas y la violencia se convirtieron en el pan de cada día. En realidad, más allá de las palabras, los altos mandos de seguridad pública eran activos miembros de los cárteles de la droga y mantenían nexos con el crimen organizado. No hace falta más que mencionar a Genaro García Luna y sus lazos con el Cártel de Sinaloa. Las y los chihuahuenses ya hemos vivido un clima de conflicto. Por tanto, conocemos cómo los discursos de guerra trascienden a todas las esferas de la sociedad.


El llamado a frenar la cooperación militar en la guerra Rusia-Ucrania lo hago desde la experiencia que tuvo el estado grande. Sé que llenar de armas a la población por más heroico que parezca, nunca será la vía para la construcción de paz. Ciudad Juárez vivió una guerra que hoy en día sigue teniendo consecuencias inconmensurables en la sociedad. Hoy, nuestro rol en el sistema internacional debe responder a la pacificación como lo ha instruido el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Finalizo recordando a Benito Juárez: Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. Sobra decir que el actuar de nuestro primer mandatario y del canciller Ebrard me recuerda su actuar.