/ sábado 30 de enero de 2021

Tras la búsqueda de sí mismo Porfirio Barba-Jacob, el Mensajero

A Porfirio Barba-Jacob nunca lo apresaron ni las leyes del decoro ni las reglas del lenguaje. ¿Por qué llamarse de una vez y para siempre? Miguel Ángel Osorio o Maín Ximénez o Ricardo Arenales o Porfirio Barba-Jacob, nunca tuvo apego a nada, siendo sólo firme siempre a su vocación inaplazable. Escéptico por antonomasia, sólo creyó en el lenguaje, en el poder de la palabra.

Acuarimántima fue su odisea literaria más ambiciosa, en la que su héroe, el valeroso y lúcido Maín, figura la condición de su creador. Tiene la virtud, como toda gran obra, de intuir la esencia del ser y de la vida; es un derroche de imágenes, de musicalidad, de constantes artificios lingüísticos y ontológicos que nos revelan una naturaleza avasalladora. De alcances filosóficos, como El Primero Sueño de Sor Juana o Muerte sin fin de Gorostiza, impone un cierto estado de ánimo y una suma de conocimientos para su lectura; es el resultado de una cosmovisión, de una forma de entender y de vivir la vida. De otro tono es su más conocida Canción de la vida profunda, un sublime himno a la existencia terrena, a la agonía de tener que ser todos los días, con la única prerrogativa de que enfrentarnos de frente con la vida supone el mejor de nuestros destinos.

Nómada por naturaleza, si bien en México encontró su última morada, se perciben en su obra ecos de un tardío romanticismo y del modernismo, y en su etapa madura, matices simbolistas y hasta vanguardistas. Con él transitamos de la turbulencia más explosiva a la más mesurada reflexión, del más atronador sarcasmo a la más ingenua bonhomía; es el poeta de la metamorfosis, de sus personales variaciones.

\u0009Ricardo Arenales, como se llamaba cuando Jorge Cuesta lo incluyó en su fundamental Antología de la poesía mexicana moderna de 1928, fue verdugo y mártir de su propia creación. Su poesía en ningún instante llega a sentirse producto de retórica efímera; es el resultado de un ecléctico de las formas y de los modos, que terminan por caber según las necesidades más auténticas del poeta. Las tribulaciones de su alma y de su azarosa vida fueron sorprendentemente trascendiendo por el arte; pero no en quejas y lamentos vulgares, sino en expresiones de exquisita construcción, las propias de un poeta que pudo y supo entender los verdaderos compromisos de su vocación.

Después de un largo y exhaustivo recorrido tras las huellas del poeta que lo trajo hasta México, el notable polígrafo Fernando Vallejo es autor del tan espléndido como revelador estudio biográfico Barba Jacob, el Mensajero. Como él afirma, la obra de su tan admirado paisano es un todo consumado, la proyección de una vida que, aunque por momentos quebradiza, fue expresamente vivida. Vida, la palabra que más se repite en el contexto barbajacobiano, fue el espacio fundamental del que se nutrieron la mayor parte de las maravillosas imágenes de este portentoso artífice del idioma; y el amor, sentido y llevado a cuestas, casi siempre de carne y hueso, jugó un papel no menos determinante, proporcionándole el estado idóneo para la creación poética.

A Porfirio Barba-Jacob nunca lo apresaron ni las leyes del decoro ni las reglas del lenguaje. ¿Por qué llamarse de una vez y para siempre? Miguel Ángel Osorio o Maín Ximénez o Ricardo Arenales o Porfirio Barba-Jacob, nunca tuvo apego a nada, siendo sólo firme siempre a su vocación inaplazable. Escéptico por antonomasia, sólo creyó en el lenguaje, en el poder de la palabra.

Acuarimántima fue su odisea literaria más ambiciosa, en la que su héroe, el valeroso y lúcido Maín, figura la condición de su creador. Tiene la virtud, como toda gran obra, de intuir la esencia del ser y de la vida; es un derroche de imágenes, de musicalidad, de constantes artificios lingüísticos y ontológicos que nos revelan una naturaleza avasalladora. De alcances filosóficos, como El Primero Sueño de Sor Juana o Muerte sin fin de Gorostiza, impone un cierto estado de ánimo y una suma de conocimientos para su lectura; es el resultado de una cosmovisión, de una forma de entender y de vivir la vida. De otro tono es su más conocida Canción de la vida profunda, un sublime himno a la existencia terrena, a la agonía de tener que ser todos los días, con la única prerrogativa de que enfrentarnos de frente con la vida supone el mejor de nuestros destinos.

Nómada por naturaleza, si bien en México encontró su última morada, se perciben en su obra ecos de un tardío romanticismo y del modernismo, y en su etapa madura, matices simbolistas y hasta vanguardistas. Con él transitamos de la turbulencia más explosiva a la más mesurada reflexión, del más atronador sarcasmo a la más ingenua bonhomía; es el poeta de la metamorfosis, de sus personales variaciones.

\u0009Ricardo Arenales, como se llamaba cuando Jorge Cuesta lo incluyó en su fundamental Antología de la poesía mexicana moderna de 1928, fue verdugo y mártir de su propia creación. Su poesía en ningún instante llega a sentirse producto de retórica efímera; es el resultado de un ecléctico de las formas y de los modos, que terminan por caber según las necesidades más auténticas del poeta. Las tribulaciones de su alma y de su azarosa vida fueron sorprendentemente trascendiendo por el arte; pero no en quejas y lamentos vulgares, sino en expresiones de exquisita construcción, las propias de un poeta que pudo y supo entender los verdaderos compromisos de su vocación.

Después de un largo y exhaustivo recorrido tras las huellas del poeta que lo trajo hasta México, el notable polígrafo Fernando Vallejo es autor del tan espléndido como revelador estudio biográfico Barba Jacob, el Mensajero. Como él afirma, la obra de su tan admirado paisano es un todo consumado, la proyección de una vida que, aunque por momentos quebradiza, fue expresamente vivida. Vida, la palabra que más se repite en el contexto barbajacobiano, fue el espacio fundamental del que se nutrieron la mayor parte de las maravillosas imágenes de este portentoso artífice del idioma; y el amor, sentido y llevado a cuestas, casi siempre de carne y hueso, jugó un papel no menos determinante, proporcionándole el estado idóneo para la creación poética.