/ miércoles 12 de agosto de 2020

Triste realidad: el cangrejismo mexicano

Lo he contado muchas veces y escrito otras tantas. Y lo volveré a hacer. Posiblemente las y los lectores de cosas comunes reclamen que es un tema ya visto en todos lados. Sí, no lo dudo. Pero creo que vale la pena en tiempos en que, a querer y no, forzamos la reflexión para acomodarla, sin remedio, en donde uno considere.

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Todos conocemos la fábula de los cangrejos mexicanos. Y si alguien, por curiosidad, no la sabía, aquí está, simplificada. En un popular mercado, ubicado muy cerca de la playa, un pescador ofrecía sus productos en dos cubetas. Cierto día un turista le pregunta qué vende y el pescador le responde: “cangrejos”.

Al turista le pareció raro que una cubeta estuviera tapada con una tabla y un ladrillo encima, mientras la otra estaba descubierta.

“¿Y qué hay en la cubeta tapada?”, preguntó el turista: “Cangrejos también”, responde el pescador. “¿Y por qué si en las dos cubetas hay cangrejos, una está cubierta y la otra destapada?”, insiste el turista.

“Es que en la cubeta tapada hay cangrejos japoneses y gringos y en la descubierta tengo a los cangrejos mexicanos”, dice el pescador. El intrigado turista pide una explicación más clara.

“La diferencia no es mucha: los cangrejos japoneses, los gringos y los mexicanos tienen la misma carnita, son inteligentes por igual, incluso los mexicanos son más listos; la única diferencia, casi imperceptible, es la forma de subir…”.

“¿De subir?”, cuestiona el turista. “Sí -responde el pescador-: Cuando los cangrejos japoneses quieren escaparse, el de abajo se va subiendo entre los demás, mientras el resto lo apoya, formando una especie de escalones para que suba lo más rápido posible. Estando arriba, los demás lo empujan para que pueda escaparse”.

Sigue el pescador: “Cuando a los cangrejos japoneses se les pone difícil subir, entran en acción los cangrejos gringos y es cuando no solamente le pongo una tabla a la cubeta, sino un ladrillo encima porque los canijos cangrejos gringos no sé cómo le hacen, pero logran subir”.

“Cuando uno de los cangrejos gringos se escapa, desde afuera de la cubeta extiende sus tenazas para jalar a los otros, no importa si son japoneses o gringos. Hacen una especie de alianza, porque saben que entre todos se escaparán más rápido”.

“Muy bien, pero ¿y la cubeta donde están los cangrejos mexicanos por qué está destapada?”, inquiere el turista y se asombra con la respuesta: “Pues porque cuando un cangrejo mexicano quiere escaparse, en cuanto empieza a subir, los de abajo lo jalan y no dejan que se vaya. Así es de que esa cubeta no necesita tapadera. Los cangrejos mexicanos no pueden subir porque no se ayudan entre sí”. Fin de la cita.

¿Moraleja? Usted ya sabe cuál es. Es una fábula muy vieja y una dolorosa verdad que vivimos en todos lados, en nuestras oficinas, públicas o privadas, en la política, en la escuela, en el barrio… en todas partes.

Si la envidia fuera una enfermedad contagiosa y mortal, nuestra sociedad ya estaría agonizando. ¿Qué nos pasa? En serio ¿qué nos pasa a nosotros los mexicanos? ¿Por qué no podemos aceptar que otros suban, mejoren y prosperen? Tenemos un grave problema con la educación que recibimos no solamente en las aulas, sino en nuestra casa.

¿Qué tenemos en la cabeza los mexicanos? Estoy convencido -y lo digo en serio-, que somos un país de gente exitosa, con talento y con la suficiente capacidad de liderazgo.

Este país está lleno de oportunidades, con una juventud cada vez más exigente y más crítica; somos una nación orgullosamente generosa y solidaria. Y el ejemplo lo ponemos cada vez que llega el tiempo de las colectas, o cuando los desastres naturales castigan a una región del país o el extranjero.

Y da gusto ver en cada esquina, en cada hogar de Chihuahua y México, cómo nos solidarizamos y abrazamos las causas nobles; enviamos agua, alimentos, pañales, leche en polvo. Observamos a estudiantes, amas de casa, colegios de profesionistas, obreros o maestros, darse la mano para llevar lo más posible a quien en ese momento nos necesita.

México es una nación noble porque sabemos que donde nos necesiten ahí estaremos. No importa si somos pobres o ricos: simplemente ayudamos porque así es nuestra naturaleza. Ayudamos a quien no conocemos.

Y si hacemos todo esto… ¿no resulta entonces contradictorio ayudar a quien no conocemos y joder al conocido? ¿No le parece extraño -yo diría estúpido-, andar gritando que ayudamos a los hermanos de otras regiones del país, pero fregamos al compañero de la oficina que se merecía un ascenso?

¿No le parece absurdo enviar una caja con botes de leche en polvo a una zona devastada y, al mismo tiempo, enviar un rumor para destrozar a su colega aquí en su propia oficina?

¿No resulta contradictorio depositar 500 pesos en una cuenta para ayudar a los damnificados de Guatemala y, al mismo tiempo, depositar veneno entre los compañeros de trabajo para darle en la torre a quien está destacando por su desempeño?

Somos solidarios con otros cuando nos conviene, pero si se trata de ayudar a alguien a que sobresalga entonces hay que destrozarlo. El cangrejismo mexicano no permite que los demás suban, así de simple. ¿O usted no ha estado nunca en una cubeta abierta? Yo simplemente escribo cosas comunes.

Lo he contado muchas veces y escrito otras tantas. Y lo volveré a hacer. Posiblemente las y los lectores de cosas comunes reclamen que es un tema ya visto en todos lados. Sí, no lo dudo. Pero creo que vale la pena en tiempos en que, a querer y no, forzamos la reflexión para acomodarla, sin remedio, en donde uno considere.

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Todos conocemos la fábula de los cangrejos mexicanos. Y si alguien, por curiosidad, no la sabía, aquí está, simplificada. En un popular mercado, ubicado muy cerca de la playa, un pescador ofrecía sus productos en dos cubetas. Cierto día un turista le pregunta qué vende y el pescador le responde: “cangrejos”.

Al turista le pareció raro que una cubeta estuviera tapada con una tabla y un ladrillo encima, mientras la otra estaba descubierta.

“¿Y qué hay en la cubeta tapada?”, preguntó el turista: “Cangrejos también”, responde el pescador. “¿Y por qué si en las dos cubetas hay cangrejos, una está cubierta y la otra destapada?”, insiste el turista.

“Es que en la cubeta tapada hay cangrejos japoneses y gringos y en la descubierta tengo a los cangrejos mexicanos”, dice el pescador. El intrigado turista pide una explicación más clara.

“La diferencia no es mucha: los cangrejos japoneses, los gringos y los mexicanos tienen la misma carnita, son inteligentes por igual, incluso los mexicanos son más listos; la única diferencia, casi imperceptible, es la forma de subir…”.

“¿De subir?”, cuestiona el turista. “Sí -responde el pescador-: Cuando los cangrejos japoneses quieren escaparse, el de abajo se va subiendo entre los demás, mientras el resto lo apoya, formando una especie de escalones para que suba lo más rápido posible. Estando arriba, los demás lo empujan para que pueda escaparse”.

Sigue el pescador: “Cuando a los cangrejos japoneses se les pone difícil subir, entran en acción los cangrejos gringos y es cuando no solamente le pongo una tabla a la cubeta, sino un ladrillo encima porque los canijos cangrejos gringos no sé cómo le hacen, pero logran subir”.

“Cuando uno de los cangrejos gringos se escapa, desde afuera de la cubeta extiende sus tenazas para jalar a los otros, no importa si son japoneses o gringos. Hacen una especie de alianza, porque saben que entre todos se escaparán más rápido”.

“Muy bien, pero ¿y la cubeta donde están los cangrejos mexicanos por qué está destapada?”, inquiere el turista y se asombra con la respuesta: “Pues porque cuando un cangrejo mexicano quiere escaparse, en cuanto empieza a subir, los de abajo lo jalan y no dejan que se vaya. Así es de que esa cubeta no necesita tapadera. Los cangrejos mexicanos no pueden subir porque no se ayudan entre sí”. Fin de la cita.

¿Moraleja? Usted ya sabe cuál es. Es una fábula muy vieja y una dolorosa verdad que vivimos en todos lados, en nuestras oficinas, públicas o privadas, en la política, en la escuela, en el barrio… en todas partes.

Si la envidia fuera una enfermedad contagiosa y mortal, nuestra sociedad ya estaría agonizando. ¿Qué nos pasa? En serio ¿qué nos pasa a nosotros los mexicanos? ¿Por qué no podemos aceptar que otros suban, mejoren y prosperen? Tenemos un grave problema con la educación que recibimos no solamente en las aulas, sino en nuestra casa.

¿Qué tenemos en la cabeza los mexicanos? Estoy convencido -y lo digo en serio-, que somos un país de gente exitosa, con talento y con la suficiente capacidad de liderazgo.

Este país está lleno de oportunidades, con una juventud cada vez más exigente y más crítica; somos una nación orgullosamente generosa y solidaria. Y el ejemplo lo ponemos cada vez que llega el tiempo de las colectas, o cuando los desastres naturales castigan a una región del país o el extranjero.

Y da gusto ver en cada esquina, en cada hogar de Chihuahua y México, cómo nos solidarizamos y abrazamos las causas nobles; enviamos agua, alimentos, pañales, leche en polvo. Observamos a estudiantes, amas de casa, colegios de profesionistas, obreros o maestros, darse la mano para llevar lo más posible a quien en ese momento nos necesita.

México es una nación noble porque sabemos que donde nos necesiten ahí estaremos. No importa si somos pobres o ricos: simplemente ayudamos porque así es nuestra naturaleza. Ayudamos a quien no conocemos.

Y si hacemos todo esto… ¿no resulta entonces contradictorio ayudar a quien no conocemos y joder al conocido? ¿No le parece extraño -yo diría estúpido-, andar gritando que ayudamos a los hermanos de otras regiones del país, pero fregamos al compañero de la oficina que se merecía un ascenso?

¿No le parece absurdo enviar una caja con botes de leche en polvo a una zona devastada y, al mismo tiempo, enviar un rumor para destrozar a su colega aquí en su propia oficina?

¿No resulta contradictorio depositar 500 pesos en una cuenta para ayudar a los damnificados de Guatemala y, al mismo tiempo, depositar veneno entre los compañeros de trabajo para darle en la torre a quien está destacando por su desempeño?

Somos solidarios con otros cuando nos conviene, pero si se trata de ayudar a alguien a que sobresalga entonces hay que destrozarlo. El cangrejismo mexicano no permite que los demás suban, así de simple. ¿O usted no ha estado nunca en una cubeta abierta? Yo simplemente escribo cosas comunes.

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