/ jueves 5 de diciembre de 2019

Un país casero

Mientras el mundo se mueve, hay países donde nada cambia. Son como un cerebro que establece una barrera entre las ideas y el cuerpo. Un divorcio total con la realidad biológica. De hecho, es como una estructura sujeta con telarañas, que está inmóvil. Todos dependen de ella, esperando obtener algo. Pero todo se hace igual, a pesar de que es posible algo mejor, pero se resiste a morir, y todos creen que morirán, porque todos dependen de ella. No lo saben, pero ha muerto desde hace mucho tiempo, porque nada es peor que tener buenas intenciones con un mal plan.

No es como el cerebro que con su plasticidad neuronal se expande a las posibilidades, se contrae cuando rectifica y se adapta pensando en el largo plazo. Ese cerebro toma lo que puede de la realidad y le saca provecho transformándolo en lo mejor. Mientras, todo lo exterior es dinámico, con cosas nuevas en cada esquina, constantemente las empresas generadoras de riqueza se sustituyen por algo mejor y se complementan, rompiéndose, a cada momento, los monopolios estatales o privados, que no permiten que la riqueza se reparta a más personas.

Con la falta de cambio, algo se duerme, como las tristes respuestas a los muchos problemas que una sola persona pretende responder sin ayuda. Y la realidad es que nada resulta ser mayor que el individuo que dirige a la nación, pero fuera de él, el mundo lo sobrepasa. El cerebro inicia su recorrido a la demencia, el camino del olvido, deteriorándose. Si en el mundo un automóvil toma energía del sol y del aire, un país casero, sólo sueña con repartir la última pieza de pan que queda, porque después ya no habrá nada más. Nada quiere cambiar, todo es lo mismo en el país casero.

Una filosofía individualista que descansa en los brazos del hambre y ve pasar, frente así, a un niño cargado con todas las mentes del ingenio. Un país así ha muerto en la soledad, víctima del hombre invisible, el enemigo imaginario que tuerce su rostro en el espejo y a sus mejores planes, mientras Alois está leyendo el libro Manual del Cuidador de Tumbas. El líder prometió algo que no podía cumplir, porque vendió ilusiones y olvidó la realidad. agusperezr@hotmail.com





Mientras el mundo se mueve, hay países donde nada cambia. Son como un cerebro que establece una barrera entre las ideas y el cuerpo. Un divorcio total con la realidad biológica. De hecho, es como una estructura sujeta con telarañas, que está inmóvil. Todos dependen de ella, esperando obtener algo. Pero todo se hace igual, a pesar de que es posible algo mejor, pero se resiste a morir, y todos creen que morirán, porque todos dependen de ella. No lo saben, pero ha muerto desde hace mucho tiempo, porque nada es peor que tener buenas intenciones con un mal plan.

No es como el cerebro que con su plasticidad neuronal se expande a las posibilidades, se contrae cuando rectifica y se adapta pensando en el largo plazo. Ese cerebro toma lo que puede de la realidad y le saca provecho transformándolo en lo mejor. Mientras, todo lo exterior es dinámico, con cosas nuevas en cada esquina, constantemente las empresas generadoras de riqueza se sustituyen por algo mejor y se complementan, rompiéndose, a cada momento, los monopolios estatales o privados, que no permiten que la riqueza se reparta a más personas.

Con la falta de cambio, algo se duerme, como las tristes respuestas a los muchos problemas que una sola persona pretende responder sin ayuda. Y la realidad es que nada resulta ser mayor que el individuo que dirige a la nación, pero fuera de él, el mundo lo sobrepasa. El cerebro inicia su recorrido a la demencia, el camino del olvido, deteriorándose. Si en el mundo un automóvil toma energía del sol y del aire, un país casero, sólo sueña con repartir la última pieza de pan que queda, porque después ya no habrá nada más. Nada quiere cambiar, todo es lo mismo en el país casero.

Una filosofía individualista que descansa en los brazos del hambre y ve pasar, frente así, a un niño cargado con todas las mentes del ingenio. Un país así ha muerto en la soledad, víctima del hombre invisible, el enemigo imaginario que tuerce su rostro en el espejo y a sus mejores planes, mientras Alois está leyendo el libro Manual del Cuidador de Tumbas. El líder prometió algo que no podía cumplir, porque vendió ilusiones y olvidó la realidad. agusperezr@hotmail.com