/ domingo 25 de abril de 2021

Un paseo por mi ciudad

Esta semana tuve el inmenso gusto de recorrer Ciudad Juárez, de volver a caminar por los barrios, las calles, las casas en donde viví mi niñez, mi adolescencia y todas mis juventudes.

Visité la vivienda que habitamos por años en el Barreal, a cuadras de la Iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, donde pasé los primeros años de mi infancia; también viví la nostalgia de encontrarme con el lugar donde comencé mi primer negocio sobre la Avenida Jilotepec.

En verdad cada encuentro con mi pasado me estremecía; fue natural: la nostalgia nos genera sentimientos encontrados, casi contradictorios. Nada se compara con la experiencia de los bellos recuerdos de un pasado idealizado, pero invadida de una tristeza indescriptible, al enfrentarnos a un presente, que encarna una realidad, inesperada, no deseada y menos aceptada.

Esté estremecimiento lo viví a cada paso durante mi recorrido. No comprendía, como la certeza que se tenía en mi mundo de ayer, de estar construyendo una ciudad próspera, donde todos encontrábamos un buen trabajo, y nuevos negocios florecían en un campo cada día más fértil, no pudo garantizar niveles dignos de vida a toda su población.

A cada paso encontraba abandono, pobreza y me preguntaba; ¿cómo estos barrios, de trabajadores, donde reinaba la paz y la esperanza de un mundo mejor, ahora lucen en ruinas y son territorios inseguros, dominados por la delincuencia?

Luego me cuestionaba ¿Acaso no fue suficiente el trabajo esmerado de tres generaciones de cientos de miles de mujeres y hombres, dedicados a crear riqueza en la forma de productos altamente sofisticados?

La respuesta me la dio el paisaje de mis barrios, de mis querencias: su abandono, su desolación y la angustia de las familias amenazadas por olas de violencia infinita.

Buscaba una explicación, y esta era diáfana y sencilla: aquí han privado, décadas, acaso medio siglo de mal gobierno y una sociedad económica que no supo cómo, o simplemente no quiso reconocer los méritos laborales de sus trabajadores, de sus técnicos, de sus ingenieros y de sus administradores.

Pero también las razones estaban a la vista: este pueblo, mi pueblo, el de tantos juarenses, nativos o adoptivos, que tanto lo queremos, tuvo en todo este tiempo muy malos gobiernos: indolentes, insensibles al sufrimiento de la mayor parte de sus ciudadanos.

Gobiernos azotados y rehenes de prácticas corruptas; incapaces de diseñar con inteligencia un proyecto de desarrollo que aprovechara el gran potencial de bienestar que siempre ha tenido esta frontera tan generosa.

En cuanto al potencial económico de una ciudad inmensamente productiva que no garantizó bienestar a las y los juarenses, también la explicación es simple: los políticos e incluso algunos de sus empresarios mas poderosos perdieron la oportunidad de hacer de Juárez una gran ciudad, que tuviera la virtud no sólo de ser grande sino a la vez grandiosa.

Una y otra vez nos fallaron, nunca supieron negociar con el gran potencial productivo de Ciudad Juárez, ni ante los gobiernos ni ante los dueños de las empresas internacionales y nacionales que generan la riqueza.

Malbarataron nuestro destino, cuando teníamos todo para crecer y prosperar. Se olvidaron que la verdadera riqueza de una comunidad está en el progreso de sus trabajadores, de quienes llevan sobre sus hombros la carga de darle vida y luz a una comunidad.

No hay disculpas, ni oportunidad para esos hombres y políticos que tanto daño le hicieron a Ciudad Juárez.

Ahora, desde diciembre de 2018, vivimos los tiempos de la Cuarta transformación; una nueva época, muy alejada de la anterior en la que el pueblo manda y en la cual tenemos claro que en Ciudad Juárez y en todos los pueblos de Chihuahua, la clave del bienestar está en hacerle justicia, en reivindicar a los trabajadores y a todas las familias marginadas y vulnerables.

La propuesta de reforma es sencilla, pero profunda.

Se halla en nuestra gran divisa de construir una nueva sociedad en la que “no dejaremos a nadie atrás y a nadie afuera”, con ella por delante daremos vida al proyecto morenista de hacer de Juárez y de todo Chihuahua una comunidad grandiosa y generosa.

Esta semana tuve el inmenso gusto de recorrer Ciudad Juárez, de volver a caminar por los barrios, las calles, las casas en donde viví mi niñez, mi adolescencia y todas mis juventudes.

Visité la vivienda que habitamos por años en el Barreal, a cuadras de la Iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, donde pasé los primeros años de mi infancia; también viví la nostalgia de encontrarme con el lugar donde comencé mi primer negocio sobre la Avenida Jilotepec.

En verdad cada encuentro con mi pasado me estremecía; fue natural: la nostalgia nos genera sentimientos encontrados, casi contradictorios. Nada se compara con la experiencia de los bellos recuerdos de un pasado idealizado, pero invadida de una tristeza indescriptible, al enfrentarnos a un presente, que encarna una realidad, inesperada, no deseada y menos aceptada.

Esté estremecimiento lo viví a cada paso durante mi recorrido. No comprendía, como la certeza que se tenía en mi mundo de ayer, de estar construyendo una ciudad próspera, donde todos encontrábamos un buen trabajo, y nuevos negocios florecían en un campo cada día más fértil, no pudo garantizar niveles dignos de vida a toda su población.

A cada paso encontraba abandono, pobreza y me preguntaba; ¿cómo estos barrios, de trabajadores, donde reinaba la paz y la esperanza de un mundo mejor, ahora lucen en ruinas y son territorios inseguros, dominados por la delincuencia?

Luego me cuestionaba ¿Acaso no fue suficiente el trabajo esmerado de tres generaciones de cientos de miles de mujeres y hombres, dedicados a crear riqueza en la forma de productos altamente sofisticados?

La respuesta me la dio el paisaje de mis barrios, de mis querencias: su abandono, su desolación y la angustia de las familias amenazadas por olas de violencia infinita.

Buscaba una explicación, y esta era diáfana y sencilla: aquí han privado, décadas, acaso medio siglo de mal gobierno y una sociedad económica que no supo cómo, o simplemente no quiso reconocer los méritos laborales de sus trabajadores, de sus técnicos, de sus ingenieros y de sus administradores.

Pero también las razones estaban a la vista: este pueblo, mi pueblo, el de tantos juarenses, nativos o adoptivos, que tanto lo queremos, tuvo en todo este tiempo muy malos gobiernos: indolentes, insensibles al sufrimiento de la mayor parte de sus ciudadanos.

Gobiernos azotados y rehenes de prácticas corruptas; incapaces de diseñar con inteligencia un proyecto de desarrollo que aprovechara el gran potencial de bienestar que siempre ha tenido esta frontera tan generosa.

En cuanto al potencial económico de una ciudad inmensamente productiva que no garantizó bienestar a las y los juarenses, también la explicación es simple: los políticos e incluso algunos de sus empresarios mas poderosos perdieron la oportunidad de hacer de Juárez una gran ciudad, que tuviera la virtud no sólo de ser grande sino a la vez grandiosa.

Una y otra vez nos fallaron, nunca supieron negociar con el gran potencial productivo de Ciudad Juárez, ni ante los gobiernos ni ante los dueños de las empresas internacionales y nacionales que generan la riqueza.

Malbarataron nuestro destino, cuando teníamos todo para crecer y prosperar. Se olvidaron que la verdadera riqueza de una comunidad está en el progreso de sus trabajadores, de quienes llevan sobre sus hombros la carga de darle vida y luz a una comunidad.

No hay disculpas, ni oportunidad para esos hombres y políticos que tanto daño le hicieron a Ciudad Juárez.

Ahora, desde diciembre de 2018, vivimos los tiempos de la Cuarta transformación; una nueva época, muy alejada de la anterior en la que el pueblo manda y en la cual tenemos claro que en Ciudad Juárez y en todos los pueblos de Chihuahua, la clave del bienestar está en hacerle justicia, en reivindicar a los trabajadores y a todas las familias marginadas y vulnerables.

La propuesta de reforma es sencilla, pero profunda.

Se halla en nuestra gran divisa de construir una nueva sociedad en la que “no dejaremos a nadie atrás y a nadie afuera”, con ella por delante daremos vida al proyecto morenista de hacer de Juárez y de todo Chihuahua una comunidad grandiosa y generosa.