/ miércoles 9 de diciembre de 2020

Una Navidad virtual

Me tomaré la libertad de, en este y los siguientes dos artículos, abordar temas exclusivamente de la época decembrina. Si en tiempos normales es difícil que los integrantes de una familia logren reunirse, hoy definitivamente será menos que imposible, salvo que alguien quiera exponerse y poner en riesgo a los suyos.

Justo en estos días, años atrás, las familias empezaban la estrategia de la cena de Navidad y repartirse tareas, alimentos que cada quien aportaría o, en su caso, hasta la hora del brindis.

Hoy he escuchado algo que me llamó la atención sobremanera: “Cuando vayamos a cenar, nos conectamos todos por videoconferencia para que hagamos la oración de los alimentos, cada quien en su casa”. Por supuesto, me refiero a aquellas familias que, en esta época, viajan a sus lugares de origen, los hijos con sus familias a casa de los abuelos buscando la reunión masiva del apellido.

Nada más cercano a la realidad y especialmente asumido con prudencia y respeto. Porque las navidades son eso: una comunión familiar en la que suenan las cacerolas, se asoman las lágrimas y afloran los más íntimos y bellos sentimientos alrededor de una mesa bendecida y concurrida.

Diez meses después de que obligadamente nos quedamos en casa y sólo para lo más indispensable tuvimos que salir, hoy, esta Navidad, tendrá que ser distinta. Las videoconferencias no son nuevas, por supuesto, ni estamos estrenando las comunicaciones remotas. Es algo que la tecnología nos permite desde hace más de una década.

Pero esta será la primera Navidad virtual y esperamos que sea la única, al menos para quienes tienen la fortuna de tener esas reuniones masivas; no hay condiciones para otra cosa, ni sería responsable convocar a la tradicional cena navideña. Habrá tiempo después… tiempo…

Eso es justamente lo que nos debe llevar a la reflexión íntima y personal: tiempo. Es tiempo de valorar lo que vivimos en el pasado reciente y lo que queremos para el futuro inmediato, porque ya perdimos a mucha gente en medio de una cruda pandemia que ha destrozado hogares, núcleos de amigos y también ha dejado empresas, fábricas u oficinas sin gente muy valiosa. Los mató la pandemia.

Esta Navidad no será la misma, cierto, porque nos falta alguien, sin excepción. Nos falta esa mamá que dedicaba dos días a preparar la cena del 24 de diciembre, ese papá que se ocupaba de buscar el mejor árbol para la sala, nos falta el hijo, la hija o la abuela que nos hacían la noche más agradable. Nos falta alguien.

Será una Navidad virtual, con los integrantes únicos del hogar, pero sin compartir con el resto de la familia en la casa de la abuela. Tendremos que recurrir a la tecnología para tener esa oración por los alimentos, ese brindis por la vida, ese regalo del alma.

Tendremos que conformarnos con la imagen y la voz de nuestros seres amados en una pantalla y a la distancia, pero nos deberemos el abrazo. Nos vamos a extrañar, lo sé, pero es necesario. Son sólo cosas comunes del mes de diciembre.

Me tomaré la libertad de, en este y los siguientes dos artículos, abordar temas exclusivamente de la época decembrina. Si en tiempos normales es difícil que los integrantes de una familia logren reunirse, hoy definitivamente será menos que imposible, salvo que alguien quiera exponerse y poner en riesgo a los suyos.

Justo en estos días, años atrás, las familias empezaban la estrategia de la cena de Navidad y repartirse tareas, alimentos que cada quien aportaría o, en su caso, hasta la hora del brindis.

Hoy he escuchado algo que me llamó la atención sobremanera: “Cuando vayamos a cenar, nos conectamos todos por videoconferencia para que hagamos la oración de los alimentos, cada quien en su casa”. Por supuesto, me refiero a aquellas familias que, en esta época, viajan a sus lugares de origen, los hijos con sus familias a casa de los abuelos buscando la reunión masiva del apellido.

Nada más cercano a la realidad y especialmente asumido con prudencia y respeto. Porque las navidades son eso: una comunión familiar en la que suenan las cacerolas, se asoman las lágrimas y afloran los más íntimos y bellos sentimientos alrededor de una mesa bendecida y concurrida.

Diez meses después de que obligadamente nos quedamos en casa y sólo para lo más indispensable tuvimos que salir, hoy, esta Navidad, tendrá que ser distinta. Las videoconferencias no son nuevas, por supuesto, ni estamos estrenando las comunicaciones remotas. Es algo que la tecnología nos permite desde hace más de una década.

Pero esta será la primera Navidad virtual y esperamos que sea la única, al menos para quienes tienen la fortuna de tener esas reuniones masivas; no hay condiciones para otra cosa, ni sería responsable convocar a la tradicional cena navideña. Habrá tiempo después… tiempo…

Eso es justamente lo que nos debe llevar a la reflexión íntima y personal: tiempo. Es tiempo de valorar lo que vivimos en el pasado reciente y lo que queremos para el futuro inmediato, porque ya perdimos a mucha gente en medio de una cruda pandemia que ha destrozado hogares, núcleos de amigos y también ha dejado empresas, fábricas u oficinas sin gente muy valiosa. Los mató la pandemia.

Esta Navidad no será la misma, cierto, porque nos falta alguien, sin excepción. Nos falta esa mamá que dedicaba dos días a preparar la cena del 24 de diciembre, ese papá que se ocupaba de buscar el mejor árbol para la sala, nos falta el hijo, la hija o la abuela que nos hacían la noche más agradable. Nos falta alguien.

Será una Navidad virtual, con los integrantes únicos del hogar, pero sin compartir con el resto de la familia en la casa de la abuela. Tendremos que recurrir a la tecnología para tener esa oración por los alimentos, ese brindis por la vida, ese regalo del alma.

Tendremos que conformarnos con la imagen y la voz de nuestros seres amados en una pantalla y a la distancia, pero nos deberemos el abrazo. Nos vamos a extrañar, lo sé, pero es necesario. Son sólo cosas comunes del mes de diciembre.

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