/ viernes 31 de diciembre de 2021

Una nueva forma de educar

Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

El mundo en cambio constante pone en crisis todo, incluyendo, por supuesto, las tradiciones educativas. Muchas ideas y prácticas relacionadas con la enseñanza y el aprendizaje han quedado obsoletas, inútiles y hasta perjudiciales.

Lo sorprendente es que el campo educativo muestra renuencia al cambio, pese a discursos oficiales y compromisos académicos que son tan intrascendentes.

El paradigma educativo tradicional que aún se sigue en colegios e institutos sostiene que educar consiste en verter contenido “válido en absoluto” en las mentes de los aprendices y, para ello, se apuesta a una estructura jerárquica con la cual se mantiene la tradición autoritaria.

Desde este enfoque tradicional de la educación, el aprendizaje de los estudiantes, que por principio es el objetivo principal de la educación, es considerado y evaluado según niveles y casillas, memorizaciones y notas; en fin, nada que ver con la vida.

Dando prioridad a los resultados en las aulas, la educación tradicional ha desestimado lo que pasa en el interior de las personas que acuden a ellas. La experiencia, desde ese enfoque, es experiencia del mundo exterior y nada más.

Pero, ¿y la libertad de las personas que van a las escuelas? Es decir, ¿qué hay de la creatividad que hay en cada individuo y de su facultad para explorar más allá de los límites de un tema de asignatura o contenido curricular? ¿Dónde ha quedado la subjetividad como elemento que desarrolla y aprende?

Tradicionalmente, los maestros -vistos como “impartidores de saber”- ahogan todo ímpetu estudiantil por el pensamiento autónomo e integral, que rompa con la idea establecida de que el estudiante tiene que aprender a responder como ellos quieren que responda.

Los maestros tradicionales plantean los problemas y exponen las respectivas soluciones. Así que los “buenos” estudiantes son los que aprenden esas soluciones. Los maestros tradicionales imponen libros y lecturas, y también sus respectivas conclusiones; los “buenos” estudiantes son los que leen esos libros y concluyen lo que sus maestros quieren que concluyan.

Pero el nuevo paradigma en educación, por el cual debemos luchar todos por el bien de la sociedad en general, está valorando la apertura del sistema a los factores contextuales de la escuela y a libertad del sujeto que aprende, el cual no es visto ya como una cosa moldeable.

El nuevo paradigma defiende una flexibilidad en el aula que permite el desacuerdo y la discusión, la construcción de un aprendizaje a partir de las experiencias y reflexiones de profesores y alumnos. Este aprendizaje no está preestablecido en un programa ni está vinculado a pruebas para establecer lugares en un ránking.

Lo importante del nuevo paradigma es el valor que da a las personas en su integridad, sin encasillarlas ni discriminarlas, respetando su ser, tanto físico, intelectual y espiritual, promoviendo la igualdad y la autonomía.

Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

El mundo en cambio constante pone en crisis todo, incluyendo, por supuesto, las tradiciones educativas. Muchas ideas y prácticas relacionadas con la enseñanza y el aprendizaje han quedado obsoletas, inútiles y hasta perjudiciales.

Lo sorprendente es que el campo educativo muestra renuencia al cambio, pese a discursos oficiales y compromisos académicos que son tan intrascendentes.

El paradigma educativo tradicional que aún se sigue en colegios e institutos sostiene que educar consiste en verter contenido “válido en absoluto” en las mentes de los aprendices y, para ello, se apuesta a una estructura jerárquica con la cual se mantiene la tradición autoritaria.

Desde este enfoque tradicional de la educación, el aprendizaje de los estudiantes, que por principio es el objetivo principal de la educación, es considerado y evaluado según niveles y casillas, memorizaciones y notas; en fin, nada que ver con la vida.

Dando prioridad a los resultados en las aulas, la educación tradicional ha desestimado lo que pasa en el interior de las personas que acuden a ellas. La experiencia, desde ese enfoque, es experiencia del mundo exterior y nada más.

Pero, ¿y la libertad de las personas que van a las escuelas? Es decir, ¿qué hay de la creatividad que hay en cada individuo y de su facultad para explorar más allá de los límites de un tema de asignatura o contenido curricular? ¿Dónde ha quedado la subjetividad como elemento que desarrolla y aprende?

Tradicionalmente, los maestros -vistos como “impartidores de saber”- ahogan todo ímpetu estudiantil por el pensamiento autónomo e integral, que rompa con la idea establecida de que el estudiante tiene que aprender a responder como ellos quieren que responda.

Los maestros tradicionales plantean los problemas y exponen las respectivas soluciones. Así que los “buenos” estudiantes son los que aprenden esas soluciones. Los maestros tradicionales imponen libros y lecturas, y también sus respectivas conclusiones; los “buenos” estudiantes son los que leen esos libros y concluyen lo que sus maestros quieren que concluyan.

Pero el nuevo paradigma en educación, por el cual debemos luchar todos por el bien de la sociedad en general, está valorando la apertura del sistema a los factores contextuales de la escuela y a libertad del sujeto que aprende, el cual no es visto ya como una cosa moldeable.

El nuevo paradigma defiende una flexibilidad en el aula que permite el desacuerdo y la discusión, la construcción de un aprendizaje a partir de las experiencias y reflexiones de profesores y alumnos. Este aprendizaje no está preestablecido en un programa ni está vinculado a pruebas para establecer lugares en un ránking.

Lo importante del nuevo paradigma es el valor que da a las personas en su integridad, sin encasillarlas ni discriminarlas, respetando su ser, tanto físico, intelectual y espiritual, promoviendo la igualdad y la autonomía.