El mal no está en que una minoría sea la que votó. Esos pocos votos, porque fueron pocos en relación con el total de la población, a la hora de decidir quién ganará, son tan efectivos como los de la población entera. Lo único que faltó fue elegir bien.
Tal como la política se ve desde afuera y desde adentro también, para ganar, no se necesita más que conocer las trampas y los fraudes de siempre. Pero lo peor es que cuando uno escucha a la población hablar sobre sus derechos, uno puede pensar que harían cualquier cosa, terrible, inclusive, si alguien tratara de restringírselos. Pero luego, en la vida real, en la práctica, encontramos a esas personas dóciles, aceptando cualquier cosa o persona, incluso adulando a detestables políticos con una esperanza de ser reconocidos también dentro de los elegidos, para que les haga una supuesta justicia la “revolución bolivariana mexicana”.
Nadie tiene derechos cuando no los mantiene en vigor. El conformismo y la docilidad que nos muestran los llamados chairos acaban con el criterio individual, con la hombría, con la valentía, con el valor.
Todos nacimos libres como las aves, pero para poder convivir, hemos dejado que nos metan en una jaula llenas de leyes, reglas y promesas para que sean aplicadas solamente a los opositores, a los críticos del mal gobierno que vivimos. Y lo peor, los que no tienen la voluntad y los valores para corregirse a sí mismos, son los que piden que no se apliquen las leyes a los demás. “Si necesitan agarren”, o “no perseguiré a los narcos”. Si no se le entrega el alma al ahora partido oficial, estamos en problemas. Hay que adular, hay que hacer méritos y hay que gozarnos en destruir a los que algo tienen en base a su trabajo.