/ jueves 2 de abril de 2020

Una tregua para los seres humanos y el medio ambiente

Con el arribo y transmisión del Covid-19 todo ha cambiado en el mundo, lo cual dejando a un lado sus efectos negativos no deja de ser una tregua para los seres humanos y sobre todo para el medio ambiente.

La cuarentena obligada en que estamos los mexicanos y buena parte de los países donde se ha detectado el contagio del coronavirus nos ha obligado a cambiar radicalmente las actividades diarias, sobre todo las económicas y sociales.

Es algo nuevo que no experimentamos ni aún con la epidemia del A-H1N1 en el 2009, la cual a pesar de ser más letal pudo ser controlada y tuvo pocas muertes. Ahora el panorama es distinto, sobre todo si tomamos en cuenta que el Covid-19 ha contagiado a casi un millón de personas y ocasionado el fallecimiento de más de 30 mil en todo el planeta.

Los datos sobre los efectos adversos de este virus son transmitidos continuamente por lo que no ahondaremos al respecto y mejor nos enfocamos en lo positivo que pudiera tener, como la reflexión sobre el sentido del ser humano y su revalorización de lo más valioso, su vida y su salud.

El aumento del ritmo cotidiano de la sociedad posmoderna marcado por el consumismo y el materialismo, nos hace olvidar el aspecto espiritual y social o sea darnos cuenta de algo tan elemental: nuestra existencia y la de los demás no sería posible sin la cooperación solidaria de todos.

Entonces, sacrificar nuestra rutina diaria y sobre todo nuestro esparcimiento no es para no contagiarnos y evitar padecer los efectos del virus sino primordialmente para evitar contagiar a otros, sobre todo a los más vulnerables como los enfermos crónicos y las personas de la tercera edad.

En pocas palabras, el Covid-19 como amenaza silenciosa y común nos motiva como hacía tiempo no lo hacía otra fuerza externa a ver por los demás antes que por uno mismo.

Los seres humanos formamos redes dependientes que requieren ser reforzadas, como ayudar en lo posible a los más afectados no solo en su salud sino también en su economía.

Sin embargo, dejando a un lado el aspecto humano la pandemia ha beneficiado como nunca a la naturaleza. Las regiones en cuarentena han disminuido su contaminación, como la misma Wuhan donde se originó el coronavirus.

En Venecia y otros sitios turísticos el equilibrio natural ha regresado pues han evitado por semanas el arribo de decenas de miles de turistas y de vehículos contaminantes, amén de las toneladas de basura que dejan los visitantes.

No están tan errados quienes especulan que este tipo de epidemias podrían ser un serio aviso a la humanidad para que detenga la destrucción y contaminación diaria del medio ambiente.

Y si no se cree en el orden natural y menos en el divino, al menos obliga a reflexionar sobre lo absurdo de buena parte de nuestra acciones individualistas y egoístas. Por ejemplo, como la irracionalidad de algunas personas que pensaban que ellos iban a ser inmunes y pretendían continuar con sus actividades, sobre todo de diversión colectiva.

Afortunadamente esta mentalidad al parecer ha cambiado en pocos días, sobre todo con el ejemplo evidente de la primera víctima mortal del Covid-19 en México, un hombre de 41 años que pese a sufrir los síntomas al contagiarse en un festival de rock pocos días después estuvo en un café cantante de la Ciudad de México.

La tregua que hoy hacemos cientos de millones de seres humanos debería extenderse al resto, no solo para detener la pandemia sino sobre todo para beneficiar a la naturaleza. Una cuarentena cíclica no estaría mal para que el calentamiento global disminuyera y se evitaran los efectos catastróficos que podría tener el cambio climático en pocas décadas.


Con el arribo y transmisión del Covid-19 todo ha cambiado en el mundo, lo cual dejando a un lado sus efectos negativos no deja de ser una tregua para los seres humanos y sobre todo para el medio ambiente.

La cuarentena obligada en que estamos los mexicanos y buena parte de los países donde se ha detectado el contagio del coronavirus nos ha obligado a cambiar radicalmente las actividades diarias, sobre todo las económicas y sociales.

Es algo nuevo que no experimentamos ni aún con la epidemia del A-H1N1 en el 2009, la cual a pesar de ser más letal pudo ser controlada y tuvo pocas muertes. Ahora el panorama es distinto, sobre todo si tomamos en cuenta que el Covid-19 ha contagiado a casi un millón de personas y ocasionado el fallecimiento de más de 30 mil en todo el planeta.

Los datos sobre los efectos adversos de este virus son transmitidos continuamente por lo que no ahondaremos al respecto y mejor nos enfocamos en lo positivo que pudiera tener, como la reflexión sobre el sentido del ser humano y su revalorización de lo más valioso, su vida y su salud.

El aumento del ritmo cotidiano de la sociedad posmoderna marcado por el consumismo y el materialismo, nos hace olvidar el aspecto espiritual y social o sea darnos cuenta de algo tan elemental: nuestra existencia y la de los demás no sería posible sin la cooperación solidaria de todos.

Entonces, sacrificar nuestra rutina diaria y sobre todo nuestro esparcimiento no es para no contagiarnos y evitar padecer los efectos del virus sino primordialmente para evitar contagiar a otros, sobre todo a los más vulnerables como los enfermos crónicos y las personas de la tercera edad.

En pocas palabras, el Covid-19 como amenaza silenciosa y común nos motiva como hacía tiempo no lo hacía otra fuerza externa a ver por los demás antes que por uno mismo.

Los seres humanos formamos redes dependientes que requieren ser reforzadas, como ayudar en lo posible a los más afectados no solo en su salud sino también en su economía.

Sin embargo, dejando a un lado el aspecto humano la pandemia ha beneficiado como nunca a la naturaleza. Las regiones en cuarentena han disminuido su contaminación, como la misma Wuhan donde se originó el coronavirus.

En Venecia y otros sitios turísticos el equilibrio natural ha regresado pues han evitado por semanas el arribo de decenas de miles de turistas y de vehículos contaminantes, amén de las toneladas de basura que dejan los visitantes.

No están tan errados quienes especulan que este tipo de epidemias podrían ser un serio aviso a la humanidad para que detenga la destrucción y contaminación diaria del medio ambiente.

Y si no se cree en el orden natural y menos en el divino, al menos obliga a reflexionar sobre lo absurdo de buena parte de nuestra acciones individualistas y egoístas. Por ejemplo, como la irracionalidad de algunas personas que pensaban que ellos iban a ser inmunes y pretendían continuar con sus actividades, sobre todo de diversión colectiva.

Afortunadamente esta mentalidad al parecer ha cambiado en pocos días, sobre todo con el ejemplo evidente de la primera víctima mortal del Covid-19 en México, un hombre de 41 años que pese a sufrir los síntomas al contagiarse en un festival de rock pocos días después estuvo en un café cantante de la Ciudad de México.

La tregua que hoy hacemos cientos de millones de seres humanos debería extenderse al resto, no solo para detener la pandemia sino sobre todo para beneficiar a la naturaleza. Una cuarentena cíclica no estaría mal para que el calentamiento global disminuyera y se evitaran los efectos catastróficos que podría tener el cambio climático en pocas décadas.