/ viernes 1 de junio de 2018

Urge un cambio en la cultura política de los mexicanos

Cuando se expande incontenible la ola de inconformidad y resentimiento contra los políticos y su ejercicio en el poder, resulta prácticamente imposible contener al electorado pidiéndole tranquilidad y apelando al espíritu crítico ciudadano.

Una sociedad cansada y lastimada que va a las urnas buscando el castigo o venganza con su voto está reaccionando ante las desatenciones, las omisiones y los abusos de quienes le han gobernado (mal).

La sociedad que se vale exclusivamente de las votaciones para manifestar su descontento y exigir a los políticos el cumplimiento debido del mandato conferido democráticamente, es una sociedad con una cultura política muy estrecha.

La participación política de los ciudadanos no debe comenzar y terminar en las urnas. No es la jornada electoral la actividad exclusiva de los gobernados para contribuir para consolidar una democracia robusta y exigente que enmarque mejores gobiernos.

Los ciudadanos deben entenderse a sí mismos como algo mucho más que electores. Ser-elector es solo una parte del ser-ciudadano. No somos ciudadanos porque votamos, sino que votamos porque somos ciudadanos y esa es una de nuestras tantas obligaciones como tales.

Un ciudadano, además de votar, debe dedicarse a exigir cumplimiento a los votados, a vigilarlos y, en su caso, a denunciarlos. Esto rebasa la idea del ciudadano como un mero elector, suponiendo una cultura política más amplia, con obligaciones y atribuciones que hay que ejercer.

Urge una nueva cultura política con la cual combatir el clientelismo de los partidos, la demagogia de candidatos, la manipulación de los programas asistenciales, la compra de votos, los favoritismos mediáticos, las influencias y su tráfico.

Urge una cultura que exija la rendición de cuentas, que empodere realmente al ciudadano y promueva la denuncia y el castigo a los corruptos, involucrándonos a todos en la democratización de todas nuestras instituciones.

Cierto: un ciudadano debe votar, pero hay que exigirle más. Necesitamos una educación cívica que forme a ese ciudadano con capacidades y compromisos democráticos, más que electoreros.

Cuando se expande incontenible la ola de inconformidad y resentimiento contra los políticos y su ejercicio en el poder, resulta prácticamente imposible contener al electorado pidiéndole tranquilidad y apelando al espíritu crítico ciudadano.

Una sociedad cansada y lastimada que va a las urnas buscando el castigo o venganza con su voto está reaccionando ante las desatenciones, las omisiones y los abusos de quienes le han gobernado (mal).

La sociedad que se vale exclusivamente de las votaciones para manifestar su descontento y exigir a los políticos el cumplimiento debido del mandato conferido democráticamente, es una sociedad con una cultura política muy estrecha.

La participación política de los ciudadanos no debe comenzar y terminar en las urnas. No es la jornada electoral la actividad exclusiva de los gobernados para contribuir para consolidar una democracia robusta y exigente que enmarque mejores gobiernos.

Los ciudadanos deben entenderse a sí mismos como algo mucho más que electores. Ser-elector es solo una parte del ser-ciudadano. No somos ciudadanos porque votamos, sino que votamos porque somos ciudadanos y esa es una de nuestras tantas obligaciones como tales.

Un ciudadano, además de votar, debe dedicarse a exigir cumplimiento a los votados, a vigilarlos y, en su caso, a denunciarlos. Esto rebasa la idea del ciudadano como un mero elector, suponiendo una cultura política más amplia, con obligaciones y atribuciones que hay que ejercer.

Urge una nueva cultura política con la cual combatir el clientelismo de los partidos, la demagogia de candidatos, la manipulación de los programas asistenciales, la compra de votos, los favoritismos mediáticos, las influencias y su tráfico.

Urge una cultura que exija la rendición de cuentas, que empodere realmente al ciudadano y promueva la denuncia y el castigo a los corruptos, involucrándonos a todos en la democratización de todas nuestras instituciones.

Cierto: un ciudadano debe votar, pero hay que exigirle más. Necesitamos una educación cívica que forme a ese ciudadano con capacidades y compromisos democráticos, más que electoreros.