/ jueves 18 de abril de 2019

Urgencias en el IMSS

“Y yo que estaba convencido de que no tenía necesidad de nada, comprendí de repente que sentía necesidad de todo”

- Kazantzakis -

Dicen que hasta que uno vive la experiencia puede platicar del tema que se trate, si no todo cae en la especulación, la imaginación o en los supuestos; pues lo que les voy a contar realmente me ocurrió en la conocidísima y deteriorada Clínica Morelos del Seguro Social de esta capital, ahí les voy: Resulta y resalta que el miércoles de la semana pasada a eso de las cuatro de la tarde llamó a mi teléfono un doctor de una empresa de servicios médicos que tienen contratada mis padres avisándome, así sin agua va, que trasladarían a mi progenitor a Urgencias del IMSS ya que se le había bajado mucho la presión y al hacerle un electro notaron que algo no andaba bien; como comprenderán al que se le subió la presión fue a su servidor, pero esa es otra historia; Rosy, una amiga de la familia, lo acompañó en la ambulancia. Pues después de tardar 15 minutos para encontrar estacionamiento ahí me tienen en la ventanilla de emergencias preguntando por la situación del autor de mis días, cuyo kilometraje está por llegar a los 85 años; una señorita cuyo carácter era una mezcla entre María Félix y Donald Trump me dijo: – Siéntese, ahorita le llamamos – pues pasaron los segundos, los minutos y las horas en la comodísima sala de espera donde, más bien, te desesperas; a las 8:15 de la noche pude contactar a una enfermera, quien me dijo amablemente que a las 8:30 había cambio de turno y revalorarían la condición de mi padre, a quien me dejaron ver por escasos dos minutos, al verlo sus únicas palabras fueron: – Hijo, vámonos de aquí-; los dos sufríamos al unísono; sobre las once de la noche otra enfermera me preguntó si ya le había sacado la radiografía -¿De qué habla? -le cuestioné-, a mí no me han dicho nada. -Pues tiene que sacarle una radiografía para poder revalorarlo. -¿Y a qué hora lo llevan a rayos X? -No señor, usted tiene que llevarlo, es en el segundo piso (tómala)-. Con el hígado a todo lo que daba ahí me tienen maniobrando la camilla por un largo pasillo y topándome en todas las paredes, mi jefe casi vomita de la zangoloteada que le di, tomamos el elevador al siguiente piso mientras el paciente insistía: -Hijo, vámonos de aquí–; seguíamos sufriendo. A las 11:45 de la noche, ya con radiografía en mano, un doctor nos la pidió, la vio por siete segundos y lo único que nos dijo fue: -Tiene el corazón algo grande, pero está bien, ahorita le doy de alta-. Con ojos como de Hulk tomé el brazo de mi progenitor y le dije - Padre, vámonos de aquí. Urge.

Seguramente el apreciado lector se fue imaginando cada una de las escenas aquí narradas, ¿difícil de creerlo?, de verdad que me quedo corto con las odiseas que se viven en el Instituto del Seguro Social, organismo al que le urge un nuevo edificio con mayor capacidad, ya somos demasiados.


“Y yo que estaba convencido de que no tenía necesidad de nada, comprendí de repente que sentía necesidad de todo”

- Kazantzakis -

Dicen que hasta que uno vive la experiencia puede platicar del tema que se trate, si no todo cae en la especulación, la imaginación o en los supuestos; pues lo que les voy a contar realmente me ocurrió en la conocidísima y deteriorada Clínica Morelos del Seguro Social de esta capital, ahí les voy: Resulta y resalta que el miércoles de la semana pasada a eso de las cuatro de la tarde llamó a mi teléfono un doctor de una empresa de servicios médicos que tienen contratada mis padres avisándome, así sin agua va, que trasladarían a mi progenitor a Urgencias del IMSS ya que se le había bajado mucho la presión y al hacerle un electro notaron que algo no andaba bien; como comprenderán al que se le subió la presión fue a su servidor, pero esa es otra historia; Rosy, una amiga de la familia, lo acompañó en la ambulancia. Pues después de tardar 15 minutos para encontrar estacionamiento ahí me tienen en la ventanilla de emergencias preguntando por la situación del autor de mis días, cuyo kilometraje está por llegar a los 85 años; una señorita cuyo carácter era una mezcla entre María Félix y Donald Trump me dijo: – Siéntese, ahorita le llamamos – pues pasaron los segundos, los minutos y las horas en la comodísima sala de espera donde, más bien, te desesperas; a las 8:15 de la noche pude contactar a una enfermera, quien me dijo amablemente que a las 8:30 había cambio de turno y revalorarían la condición de mi padre, a quien me dejaron ver por escasos dos minutos, al verlo sus únicas palabras fueron: – Hijo, vámonos de aquí-; los dos sufríamos al unísono; sobre las once de la noche otra enfermera me preguntó si ya le había sacado la radiografía -¿De qué habla? -le cuestioné-, a mí no me han dicho nada. -Pues tiene que sacarle una radiografía para poder revalorarlo. -¿Y a qué hora lo llevan a rayos X? -No señor, usted tiene que llevarlo, es en el segundo piso (tómala)-. Con el hígado a todo lo que daba ahí me tienen maniobrando la camilla por un largo pasillo y topándome en todas las paredes, mi jefe casi vomita de la zangoloteada que le di, tomamos el elevador al siguiente piso mientras el paciente insistía: -Hijo, vámonos de aquí–; seguíamos sufriendo. A las 11:45 de la noche, ya con radiografía en mano, un doctor nos la pidió, la vio por siete segundos y lo único que nos dijo fue: -Tiene el corazón algo grande, pero está bien, ahorita le doy de alta-. Con ojos como de Hulk tomé el brazo de mi progenitor y le dije - Padre, vámonos de aquí. Urge.

Seguramente el apreciado lector se fue imaginando cada una de las escenas aquí narradas, ¿difícil de creerlo?, de verdad que me quedo corto con las odiseas que se viven en el Instituto del Seguro Social, organismo al que le urge un nuevo edificio con mayor capacidad, ya somos demasiados.