/ viernes 18 de marzo de 2022

¿Vale la pena vivir?

No siempre estamos de humor para elucubraciones filosóficas, ni con ánimo para pelear contra quienes, según nosotros, están equivocados. Hay días en los que quizás amanecemos románticos, y al terminarse las horas de la jornada sólo deseamos relajarnos para pernoctar en sosiego. Sin embargo, vale la pena preguntarnos cuándo fue la última vez que pensamos sobre el sentido de la vida.

Cuando nos topamos con tantas noticias negativas y superficiales; cuando nos enfrentamos a nuestros fracasos; cuando nos parece imposible alcanzar nuestros sueños; cuando las deudas del dinero y del amor nos resultan simplemente impagables; cuando el saldo de nuestra paciencia se ha agotado; cuando el mundo ha perdido la fe en nosotros y nosotros en él, y dudamos del poder divino; cuando la realidad nos hace ver en todos los espejos nuestra monumental fragilidad; cuando el paso de los años nos muestra que no estamos donde hubiéramos deseado estar; cuando experimentamos que la lealtad de nuestros amigos y parientes no da el kilo; cuando somos conscientes que otros saben más, tienen más, pueden más, gozan más que nosotros…, ¿qué hacer?

Vienen de mis archivos, que no de mi frágil memoria, los versos del poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón cuando siendo acusado de un crimen que no cometió, escribía desde la cárcel un poema que titula con el nombre de la mujer amada: “A Gloria”, del cual copio sólo dos versos:


Fiado en el instinto que me empuja,

desprecio los peligros que señalas.

El ave canta aunque la rama cruja,

como que sabe lo que son sus alas.


Los claros timbres de que estoy ufano

han de salir de la calumnia ilesos.

Hay plumajes que cruzan el pantano

y no se manchan... ¡Mi plumaje es de ésos!


Qué maravilla poder gozar del genio de quienes, a pesar de la adversidad, saben hacer de la tragedia humana, un poema. Y aunque la vida es mucho más que poesía y la realidad siempre supera a la teoría, hemos de reconocer que las obras sin aspiraciones pueden quedar vacías. Habremos, pues, de aprender a fundamentar nuestra existencia personal en un esquema de valores bien jerarquizados, pues sólo con orden en la cabeza y en el corazón podremos alcanzar ideales por los que valga la pena dejar el pellejo. De lo contrario simplemente corremos el peligro de morir a causa de una pulmonía o aplastados por un camión de ruta.

Es fácil cometer el error de calificar nuestra existencia con criterios puramente económicos, profesionales o de prestigio, y así, incluso valoramos a los otros; sin embargo, los hombres solemos equivocarnos al juzgar a los demás. Preocupémonos, más bien, por el juicio de quien nos pedirá cuentas de cómo administramos la vida que él nos regaló. El fin del ser humano no se da en la fosa o en el horno, hay algo más, mucho más valioso al pasar de esta vida a la otra. Nota: Seguramente nos vendría bien ponernos una calificación de 1 al 10 en el tema del amor auténtico, y con obras, a los demás.


No siempre estamos de humor para elucubraciones filosóficas, ni con ánimo para pelear contra quienes, según nosotros, están equivocados. Hay días en los que quizás amanecemos románticos, y al terminarse las horas de la jornada sólo deseamos relajarnos para pernoctar en sosiego. Sin embargo, vale la pena preguntarnos cuándo fue la última vez que pensamos sobre el sentido de la vida.

Cuando nos topamos con tantas noticias negativas y superficiales; cuando nos enfrentamos a nuestros fracasos; cuando nos parece imposible alcanzar nuestros sueños; cuando las deudas del dinero y del amor nos resultan simplemente impagables; cuando el saldo de nuestra paciencia se ha agotado; cuando el mundo ha perdido la fe en nosotros y nosotros en él, y dudamos del poder divino; cuando la realidad nos hace ver en todos los espejos nuestra monumental fragilidad; cuando el paso de los años nos muestra que no estamos donde hubiéramos deseado estar; cuando experimentamos que la lealtad de nuestros amigos y parientes no da el kilo; cuando somos conscientes que otros saben más, tienen más, pueden más, gozan más que nosotros…, ¿qué hacer?

Vienen de mis archivos, que no de mi frágil memoria, los versos del poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón cuando siendo acusado de un crimen que no cometió, escribía desde la cárcel un poema que titula con el nombre de la mujer amada: “A Gloria”, del cual copio sólo dos versos:


Fiado en el instinto que me empuja,

desprecio los peligros que señalas.

El ave canta aunque la rama cruja,

como que sabe lo que son sus alas.


Los claros timbres de que estoy ufano

han de salir de la calumnia ilesos.

Hay plumajes que cruzan el pantano

y no se manchan... ¡Mi plumaje es de ésos!


Qué maravilla poder gozar del genio de quienes, a pesar de la adversidad, saben hacer de la tragedia humana, un poema. Y aunque la vida es mucho más que poesía y la realidad siempre supera a la teoría, hemos de reconocer que las obras sin aspiraciones pueden quedar vacías. Habremos, pues, de aprender a fundamentar nuestra existencia personal en un esquema de valores bien jerarquizados, pues sólo con orden en la cabeza y en el corazón podremos alcanzar ideales por los que valga la pena dejar el pellejo. De lo contrario simplemente corremos el peligro de morir a causa de una pulmonía o aplastados por un camión de ruta.

Es fácil cometer el error de calificar nuestra existencia con criterios puramente económicos, profesionales o de prestigio, y así, incluso valoramos a los otros; sin embargo, los hombres solemos equivocarnos al juzgar a los demás. Preocupémonos, más bien, por el juicio de quien nos pedirá cuentas de cómo administramos la vida que él nos regaló. El fin del ser humano no se da en la fosa o en el horno, hay algo más, mucho más valioso al pasar de esta vida a la otra. Nota: Seguramente nos vendría bien ponernos una calificación de 1 al 10 en el tema del amor auténtico, y con obras, a los demás.