/ viernes 26 de junio de 2020

Vanidad, soberbia y arrogancia

Tan malo es tomarnos por más de lo que somos, como por menos de lo que valemos.

La vanidad es igual en todo ser humano aunque se ha manifestado, incrementado y ha sido utilizada sobremanera en la presente administración; sólo nos basta ver y escuchar desde la Jesusa, el Ackerman, el Taibo y sobre todo a López Obrador. La diferencia es cómo la luce cada uno. Todo hombre que ha sido halagado, necesariamente también ha sido criticado. Si hacemos alarde de cualquier mérito, le restamos valor y a la vez, nos rebajamos nosotros mismos.

El verdadero hombre normalmente lucha por “llegar a lo alto”, pero cuando ya está ahí, descubre desde la cima que las alturas son infinitas.

Siendo el mundo tan grande y pequeño a la vez, el que sufre de vanidad y soberbia quiere ocupar puestos tan altos que para estar ahí tiene que empujar a alguien. Y el que no se mueve es empujado, todo esto sin necesidad, pues en este mundo todos cabemos si tenemos cosas valiosas que aportar.

Todos los hombres tenemos talentos importantes, aún los no estudiados, pero el problema es vernos o sentirnos todos jefes o todos reyes en lugar de súbditos. Sin embargo, todo lo que vale la pena tenemos que ganarlo compitiendo con muchos más que pretenden lo mismo que nosotros. En estos tiempos, tenemos que ser excelentes al menos en una cosa para que se nos tome en cuenta. Sin embargo, la mayoría tenemos un concepto tan alto de nosotros mismos que pensamos que nos lo merecemos todo. Es cierto que es importante tener una buena autoestima, el problema es cuando ésta se convierte en arrogancia.

Quizás uno de los problemas con el que nos topamos es que rara vez se nos presentan las oportunidades para demostrar nuestros talentos. Estoy seguro que existen mejores atletas fuera de las Olimpiadas que dentro de ellas y más seguro estoy de que existen hombres con mucha mayor y mejor capacidad en los negocios que muchos de los que ocupan los mejores puestos. Pero, el mérito tiene que ser reconocido tarde o temprano. Lo único que tenemos que hacer es esforzarnos más adquiriendo una estatura moral sólo un poco más alta que los demás.

En realidad si no hemos conseguido el reconocimiento y los honores que pensamos que merecemos es por una razón muy sencilla: su precio es muy alto y no hemos estado dispuestos a dar sólo un poco más de nosotros mismos. La vanidad podrá ser un pecado, pero más bien es un peligro para nuestro avance y desarrollo en la vida. La vanidad limita nuestro progreso. Tenemos que hablar un poco más con nosotros mismos para llegar a un acuerdo de nuestras limitaciones y de nuestras capacidades. Tenemos que ser capaces de reconocer en el amigo, en el jefe, o en el compañero su superioridad sobre nosotros en ciertas cosas. Si concluimos que somos superiores a ellos en todo, simplemente significa que no nos hemos autoevaluado con franqueza. Pero si llegamos a la conclusión de que son superiores a nosotros en todo, quiere decir que tenemos un auténtico complejo de inferioridad sobre el cual tenemos que trabajar.

Tan malo es tomarnos por más de lo que somos, como por menos de lo que valemos. Sin embargo, nadie es más que otro si no hace más que otro.

Tan malo es tomarnos por más de lo que somos, como por menos de lo que valemos.

La vanidad es igual en todo ser humano aunque se ha manifestado, incrementado y ha sido utilizada sobremanera en la presente administración; sólo nos basta ver y escuchar desde la Jesusa, el Ackerman, el Taibo y sobre todo a López Obrador. La diferencia es cómo la luce cada uno. Todo hombre que ha sido halagado, necesariamente también ha sido criticado. Si hacemos alarde de cualquier mérito, le restamos valor y a la vez, nos rebajamos nosotros mismos.

El verdadero hombre normalmente lucha por “llegar a lo alto”, pero cuando ya está ahí, descubre desde la cima que las alturas son infinitas.

Siendo el mundo tan grande y pequeño a la vez, el que sufre de vanidad y soberbia quiere ocupar puestos tan altos que para estar ahí tiene que empujar a alguien. Y el que no se mueve es empujado, todo esto sin necesidad, pues en este mundo todos cabemos si tenemos cosas valiosas que aportar.

Todos los hombres tenemos talentos importantes, aún los no estudiados, pero el problema es vernos o sentirnos todos jefes o todos reyes en lugar de súbditos. Sin embargo, todo lo que vale la pena tenemos que ganarlo compitiendo con muchos más que pretenden lo mismo que nosotros. En estos tiempos, tenemos que ser excelentes al menos en una cosa para que se nos tome en cuenta. Sin embargo, la mayoría tenemos un concepto tan alto de nosotros mismos que pensamos que nos lo merecemos todo. Es cierto que es importante tener una buena autoestima, el problema es cuando ésta se convierte en arrogancia.

Quizás uno de los problemas con el que nos topamos es que rara vez se nos presentan las oportunidades para demostrar nuestros talentos. Estoy seguro que existen mejores atletas fuera de las Olimpiadas que dentro de ellas y más seguro estoy de que existen hombres con mucha mayor y mejor capacidad en los negocios que muchos de los que ocupan los mejores puestos. Pero, el mérito tiene que ser reconocido tarde o temprano. Lo único que tenemos que hacer es esforzarnos más adquiriendo una estatura moral sólo un poco más alta que los demás.

En realidad si no hemos conseguido el reconocimiento y los honores que pensamos que merecemos es por una razón muy sencilla: su precio es muy alto y no hemos estado dispuestos a dar sólo un poco más de nosotros mismos. La vanidad podrá ser un pecado, pero más bien es un peligro para nuestro avance y desarrollo en la vida. La vanidad limita nuestro progreso. Tenemos que hablar un poco más con nosotros mismos para llegar a un acuerdo de nuestras limitaciones y de nuestras capacidades. Tenemos que ser capaces de reconocer en el amigo, en el jefe, o en el compañero su superioridad sobre nosotros en ciertas cosas. Si concluimos que somos superiores a ellos en todo, simplemente significa que no nos hemos autoevaluado con franqueza. Pero si llegamos a la conclusión de que son superiores a nosotros en todo, quiere decir que tenemos un auténtico complejo de inferioridad sobre el cual tenemos que trabajar.

Tan malo es tomarnos por más de lo que somos, como por menos de lo que valemos. Sin embargo, nadie es más que otro si no hace más que otro.