/ viernes 19 de noviembre de 2021

Vanidad vs. modestia

Vanidad y modestia, ambas mal manejadas, causan estragos en el individuo.

Quizá debamos cuidarnos más de la vanidad, pues la persona que llega a conquistar el éxito, la prosperidad y la fama, debería recibir la aprobación de los demás con sencillez, sin egoísmo ni vanagloria. Creerse mejor que los demás no genera amor ni amistad. Autopromoverse sin méritos para ganar popularidad política o intelectual es el más vil de los actos.

Sentir satisfacción por nuestros logros es normal y estimulante, pero andarlos divulgando y pregonando en busca de felicitaciones y elogios es convertir tales logros en objetos de nuestra vanidad. El vanidoso pocas veces le cae bien a alguien. A nadie le gustan los presumidos y mucho menos las presumidas que se promueven a base de confundir a los demás…

Casi todos los seres humanos nos sentimos superiores, pero debemos considerar que pocas veces somos auténticos. Generalmente somos una especie de copia de otras personas. Somos copias sociales utilizando la misma moda, los mismos autos y los mismos medios de esparcimiento. Sin alcohol casi nadie se divierte. Con las drogas pasa lo mismo.

Si somos modestos o vanidosos depende de nuestra personalidad, la cual está relacionada con nuestro estado físico, con las emociones, con nuestra educación y con el medio socioeconómico en el que vivimos, o con nuestra codicia.

Ni la riqueza ni la fama ni el poder son una medida que sea justa del mérito de alguien. Lo que realmente nos hace diferentes a los demás son las cualidades que cada quien tenga, como el honor, la salud, la generosidad, la caridad, y nunca apoyando el asesinato de niños ya sea con cáncer o antes de nacer, como lo hace “el mejor presidente del mundo” (risa).

Por otro lado, aprender a ser modesto es mejor que ser vanidoso, cuidando que la modestia no sea humildad extrema. Se define la modestia como la “cualidad del carácter de una persona que le hace restar importancia a sus propias virtudes y logros y reconocer sus defectos y errores”. Pero también se refiere al que no siente ni muestra una elevada opinión de sí mismo. Muchos modestos llegan a bajar su autoestima al máximo, situación que tampoco es conveniente. Un dicho afirma ¡Si será modesto que se cree inferior a sí mismo! Ver y sentir que algo valemos es imperativo para el progreso y el buen desempeño. En algunos casos el excesivamente modesto puede caer, inclusive, en estados depresivos. Un buen líder, por ejemplo, tiene que tener la capacidad de equilibrar su modestia, evitando caer en comportamientos vanidosos, pero con congruencia pone la muestra comunicando sus conocimientos con el ejemplo y con su desempeño.

La modestia es entonces la virtud que modera todos los movimientos internos y externos y la apariencia de la persona según sus dones y estado de vida. Pero por otro lado, la vanidad es ese orgullo o sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato despectivo y desconsiderado. El vanidoso es altanero y arrogante, y normalmente carece de valor moral, y tiene que ser mencionado, como la mayoría de los políticos de la 4ª, o peor aún, se autopromueve hasta tres o cuatro veces al día en las páginas de sociales.


Vanidad y modestia, ambas mal manejadas, causan estragos en el individuo.

Quizá debamos cuidarnos más de la vanidad, pues la persona que llega a conquistar el éxito, la prosperidad y la fama, debería recibir la aprobación de los demás con sencillez, sin egoísmo ni vanagloria. Creerse mejor que los demás no genera amor ni amistad. Autopromoverse sin méritos para ganar popularidad política o intelectual es el más vil de los actos.

Sentir satisfacción por nuestros logros es normal y estimulante, pero andarlos divulgando y pregonando en busca de felicitaciones y elogios es convertir tales logros en objetos de nuestra vanidad. El vanidoso pocas veces le cae bien a alguien. A nadie le gustan los presumidos y mucho menos las presumidas que se promueven a base de confundir a los demás…

Casi todos los seres humanos nos sentimos superiores, pero debemos considerar que pocas veces somos auténticos. Generalmente somos una especie de copia de otras personas. Somos copias sociales utilizando la misma moda, los mismos autos y los mismos medios de esparcimiento. Sin alcohol casi nadie se divierte. Con las drogas pasa lo mismo.

Si somos modestos o vanidosos depende de nuestra personalidad, la cual está relacionada con nuestro estado físico, con las emociones, con nuestra educación y con el medio socioeconómico en el que vivimos, o con nuestra codicia.

Ni la riqueza ni la fama ni el poder son una medida que sea justa del mérito de alguien. Lo que realmente nos hace diferentes a los demás son las cualidades que cada quien tenga, como el honor, la salud, la generosidad, la caridad, y nunca apoyando el asesinato de niños ya sea con cáncer o antes de nacer, como lo hace “el mejor presidente del mundo” (risa).

Por otro lado, aprender a ser modesto es mejor que ser vanidoso, cuidando que la modestia no sea humildad extrema. Se define la modestia como la “cualidad del carácter de una persona que le hace restar importancia a sus propias virtudes y logros y reconocer sus defectos y errores”. Pero también se refiere al que no siente ni muestra una elevada opinión de sí mismo. Muchos modestos llegan a bajar su autoestima al máximo, situación que tampoco es conveniente. Un dicho afirma ¡Si será modesto que se cree inferior a sí mismo! Ver y sentir que algo valemos es imperativo para el progreso y el buen desempeño. En algunos casos el excesivamente modesto puede caer, inclusive, en estados depresivos. Un buen líder, por ejemplo, tiene que tener la capacidad de equilibrar su modestia, evitando caer en comportamientos vanidosos, pero con congruencia pone la muestra comunicando sus conocimientos con el ejemplo y con su desempeño.

La modestia es entonces la virtud que modera todos los movimientos internos y externos y la apariencia de la persona según sus dones y estado de vida. Pero por otro lado, la vanidad es ese orgullo o sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato despectivo y desconsiderado. El vanidoso es altanero y arrogante, y normalmente carece de valor moral, y tiene que ser mencionado, como la mayoría de los políticos de la 4ª, o peor aún, se autopromueve hasta tres o cuatro veces al día en las páginas de sociales.