Querido Víctor Hugo, quiero evocar tu teatro elocuente y desgarrador, ya paradigmático en el contexto de la dramaturgia mexicana por su valor y su trascendencia, testimonio irrevocable del accidentado transitar de la vida nacional, y en particular del de tu siempre amado y sufrido terruño. Censurado por una de tus primeras obras, El baile de los montañeses, por decisión de un ciego gobernador de ésos que tú decías en el pasado se cambiaban de acera o sacaban la pistola cuando se topaban con un artista en la calle, tú sí llegaste a ser profeta en tu propia tierra.
Me conmueven tus personajes procedentes en su mayoría de lo más intrincado de la Sierra Tarahumara, de la que nunca te desarraigaste, como con insistencia te lo pidió tu abuelo antes de partir tras la búsqueda de tantos sueños agazapados en el veliz de lámina azul que acompañaba a ese inquieto niño que con Uruachi dejaba una parte esencial de su alma en vilo. En ese hermoso compendio de cuentos que es Volver a Santa Rosa das fe de ese periplo y de tu retorno a una tierra que te acompañó hasta la muerte. Me confieso empático con las entrañables y aguerridas mujeres de tu dramaturgia que como doña Rafaela Banda, tu madre, son un torrente de fuerza inmarcesible, cobijo de ese descomunal cielo chihuahuense que pareciera espejo del mar imaginario que por caprichos de la naturaleza le fue negado a tu pueblo.
Y qué decir del hijo ejemplar, pues me consta que a tus padres nunca les faltó nada y constituyeron el más importante acicate de tu vida y de tu obra, resistiendo a golpe de metralla el terrible dolor producto de tu prematura partida, sólo porque tu amor por la vida y su devoción por ti los mantuvo de pie aun en los momentos más difíciles, como esas dos robustas raíces de las cuales emanó el gran árbol frondoso que significó para ellos ––y tantos otros–– el cobijo de tu sombra. Tu madre tuvo que aguantar a pie firme además la ausencia de tu padre y de uno de tus hermanos más queridos, como esa sólida torre de marfil que tanto contribuyó a formar tu recio carácter.
Las Jornadas Rasconbandianas que promueve la ahora Secretaría de Cultura del Estado, en este 2020 de una inusitada pandemia de la era digital que nos vuelve a evidenciar que la realidad siempre termina por superar a la ficción, han tenido que recurrir a la tecnología para mantener en pie esta otra justa muestra de admiración que bien viene a reafirmar aquella otra tan inolvidable expresión tuya: “Arte contra la violencia y la desesperanza”. Se presentó, por ejemplo, tu hermosa obra Desazón, que la Compañía Nacional de Teatro repuso a diez años de tu muerte y a quince de su estreno, y que ha mantenido vigente, con tres portentosas primerísimas actrices que te han regalado un prodigio de partitura a tres voces: Julieta Egurrola, Luisa Huertas y Angelina Peláez.
Quienes poseen ese no siempre recurrente don de la gratitud, entre las varias generaciones de oficiantes del teatro que promoviste sin pedir nada a cambio, sólo porque era el auténtico llamado de tu irrefrenable amor por el teatro, ponen tus obras dentro y fuera de Chihuahua, en un siempre conmovedor acto, porque en el curso natural de la vida entre los seres humanos suelen prevalecer más bien la ingratitud y el olvido.