/ martes 30 de julio de 2019

Vida parisina

En París siempre hay un atajo. De pronto, me encuentro en parques, plazas, callejones y luego, aparecen nuevas señales que me indican a dónde ir. La cultura se respira en toda la ciudad, hay museos extraordinarios en cada esquina. Decido visitar el Musée de l`Orangerie situado en el jardín del Palacio de las Tullerías, entre la plaza de la Concordia y Champs-Élysées. Alberga pinturas impresionistas y postimpresionistas; de mis corrientes predilectas. Me siento largo tiempo en una de las salas ovales donde exhiben Les nymphpéas (Los nenúfares) de Claude Monet (la capilla sitian del impresionismo) que pintó al final de su vida. Son paneles inmensos que miden 219x602 cm. Representan el jardín y los estanques de Giverny en Normandía, donde vivió el artista que celebró el fin de la Primera Guerra Mundial con estas obras, como monumento a la paz para la nación. Las salas forman un infinito creando la ilusión de un todo sin fin. Estar aquí es situarse en un refugio de meditación y paz. Seguido, me dirijo en tren a la casa de Monet y pareciera que me instauro en un sueño de calma, sumergida en la belleza de lo indecible, tal como lo propuso el mismo artista. Es una fuente de inspiración para arrojarme a imaginar y escribir. París es un sueño para muchos, pero no es tan sencillo vivir aquí. Pasada la madrugada, camino por los parques y observo a gente mayor sentada sola en las bancas que batallan en su vida diaria; contratan auxiliares de vida para realizar actividades cotidianas como ir a un súper, limpiar, incluso bañarse y platicar. Mi amigo Sébastien decidió ayudarlos y se volvió un auxiliar para darles dignidad y compasión en sus últimos años de vida. Es una ciudad de inmigrantes. Muchos vinieron en búsqueda del “sueño parisino”, tal como el “sueño americano” para los latinos que cruzan a Estados Unidos. La realidad es que no existe. Reclaman su regularización en el país, pero muchos terminan sin papeles, sin voz, sin rostro para Francia y viviendo en las calles. El movimiento de chalecos amarillos que ha convulsionado a la región desde hace meses es en parte la lucha por ese derecho. La vida es acelerada tal cual ciudad capital, sin embargo, los parisinos profesan la joire de vivre (alegría de vivir). Los cafés y restaurantes siempre están saturados de personas sentadas en mesas al exterior para beber vino, café y disfrutar de la gastronomía. Los parisinos quieren irse a otro lugar y los de otro lugar, queremos estar aquí. Vale la pena venir para reinventarse y desafiarse a uno mismo a romper la rutina que nos sofoca y que lentamente nos torna gris. Cualquiera que sea el destino, lo importante es ir abiertos a recibir nuevas sorpresas.

yanez_flor@hotmail.com


En París siempre hay un atajo. De pronto, me encuentro en parques, plazas, callejones y luego, aparecen nuevas señales que me indican a dónde ir. La cultura se respira en toda la ciudad, hay museos extraordinarios en cada esquina. Decido visitar el Musée de l`Orangerie situado en el jardín del Palacio de las Tullerías, entre la plaza de la Concordia y Champs-Élysées. Alberga pinturas impresionistas y postimpresionistas; de mis corrientes predilectas. Me siento largo tiempo en una de las salas ovales donde exhiben Les nymphpéas (Los nenúfares) de Claude Monet (la capilla sitian del impresionismo) que pintó al final de su vida. Son paneles inmensos que miden 219x602 cm. Representan el jardín y los estanques de Giverny en Normandía, donde vivió el artista que celebró el fin de la Primera Guerra Mundial con estas obras, como monumento a la paz para la nación. Las salas forman un infinito creando la ilusión de un todo sin fin. Estar aquí es situarse en un refugio de meditación y paz. Seguido, me dirijo en tren a la casa de Monet y pareciera que me instauro en un sueño de calma, sumergida en la belleza de lo indecible, tal como lo propuso el mismo artista. Es una fuente de inspiración para arrojarme a imaginar y escribir. París es un sueño para muchos, pero no es tan sencillo vivir aquí. Pasada la madrugada, camino por los parques y observo a gente mayor sentada sola en las bancas que batallan en su vida diaria; contratan auxiliares de vida para realizar actividades cotidianas como ir a un súper, limpiar, incluso bañarse y platicar. Mi amigo Sébastien decidió ayudarlos y se volvió un auxiliar para darles dignidad y compasión en sus últimos años de vida. Es una ciudad de inmigrantes. Muchos vinieron en búsqueda del “sueño parisino”, tal como el “sueño americano” para los latinos que cruzan a Estados Unidos. La realidad es que no existe. Reclaman su regularización en el país, pero muchos terminan sin papeles, sin voz, sin rostro para Francia y viviendo en las calles. El movimiento de chalecos amarillos que ha convulsionado a la región desde hace meses es en parte la lucha por ese derecho. La vida es acelerada tal cual ciudad capital, sin embargo, los parisinos profesan la joire de vivre (alegría de vivir). Los cafés y restaurantes siempre están saturados de personas sentadas en mesas al exterior para beber vino, café y disfrutar de la gastronomía. Los parisinos quieren irse a otro lugar y los de otro lugar, queremos estar aquí. Vale la pena venir para reinventarse y desafiarse a uno mismo a romper la rutina que nos sofoca y que lentamente nos torna gris. Cualquiera que sea el destino, lo importante es ir abiertos a recibir nuevas sorpresas.

yanez_flor@hotmail.com