/ viernes 9 de abril de 2021

Viendo el trabajo como un juego

Estar logrando, estar haciendo no es lo mismo que “haber hecho”.

“Haber hecho” es haber logrado. Es probable que sean cosas que son de poca importancia para los demás, pero que para nosotros fueron algo de gran trascendencia. Lo importante es terminar lo que iniciamos.

Sin embargo, para el logro final tenemos que estar en proceso de lograr muchas otras cosas. En el momento en que una persona deja su trabajo, el mundo se lo traga entero. “Haber hecho” tampoco es licencia para abandonarlo todo y sentirnos totalmente satisfechos. Si el hombre ya se siente lleno de logros, rico y con los lujos que deseaba, que su vida ya es puro gozo y descanso, su viaje al más allá se ha iniciado.

Es claro que lo que hace al hombre son sus acciones, o la falta de las mismas. Es por esto que el trabajo por fuerza tiene que formar parte de su vida. Pero un trabajo sin participación social o comunitaria queda inconcluso. Hacer algo por los demás es parte de la trascendencia tan necesaria para la vida personal.

El trabajo no es solamente el número de horas que hemos decidido aportar de nuestra vida. También es compromiso. Es hacer con gusto lo que tenemos que hacer. Es más importante que escribir y dejar un libro para la posteridad. Más importante que plantar un árbol para decir: “Yo lo planté”.

Una vez que encontramos en nuestra misión o en nuestro trabajo el placer de vivir, es el momento en que nuestro interés y nuestro orgullo se desarrollan con humildad.

Imaginación y alma son básicos para gozar de nuestro trabajo. Trabajar debe ser como un divertido juego. La diferencia entre trabajo y juego es que cuando jugamos lo hacemos por voluntad y gusto y cuando trabajamos es porque tenemos que hacerlo. Cuando jugamos el pago que recibimos va directo al corazón, al gusto, y cuando trabajamos, el pago va al bolsillo. Pero todos tenemos la capacidad de nuestra imaginación para ver y sentir nuestro trabajo como si efectivamente fuera un juego, tan divertido como el mejor. Sólo es cuestión de decidirlo. Veinte segundos de actuar “como si” el trabajo que desarrollamos fuera lo más divertido del mundo bastan. Lo podemos hacer cuantas veces se haga necesario hasta que se establezca el hábito.

Las personas que más aprecian y gozan sus ingresos son aquellas que los derivan de hacer algo en que no estarían contentos si no trabajaran en aquello. Traer bebés al mundo; curar a los enfermos; el mejor concierto; el mejor diseño de un edificio; una buena pintura; un buen poema; entre muchas otras cosas, tienen como pago el cumplimiento de nuestras obligaciones, de nuestros sueños.

Para muchos estos son tiempos de pesimismo. El mundo sigue siendo bueno, a pesar de los que dominan las noticias más negras. Los verdaderos valores se basan en las verdades eternas, mientras que las fortunas y tesoros pronto se los lleva el viento. Hacer, siempre; hacer y terminar. Esa es la fórmula.

Estar logrando, estar haciendo no es lo mismo que “haber hecho”.

“Haber hecho” es haber logrado. Es probable que sean cosas que son de poca importancia para los demás, pero que para nosotros fueron algo de gran trascendencia. Lo importante es terminar lo que iniciamos.

Sin embargo, para el logro final tenemos que estar en proceso de lograr muchas otras cosas. En el momento en que una persona deja su trabajo, el mundo se lo traga entero. “Haber hecho” tampoco es licencia para abandonarlo todo y sentirnos totalmente satisfechos. Si el hombre ya se siente lleno de logros, rico y con los lujos que deseaba, que su vida ya es puro gozo y descanso, su viaje al más allá se ha iniciado.

Es claro que lo que hace al hombre son sus acciones, o la falta de las mismas. Es por esto que el trabajo por fuerza tiene que formar parte de su vida. Pero un trabajo sin participación social o comunitaria queda inconcluso. Hacer algo por los demás es parte de la trascendencia tan necesaria para la vida personal.

El trabajo no es solamente el número de horas que hemos decidido aportar de nuestra vida. También es compromiso. Es hacer con gusto lo que tenemos que hacer. Es más importante que escribir y dejar un libro para la posteridad. Más importante que plantar un árbol para decir: “Yo lo planté”.

Una vez que encontramos en nuestra misión o en nuestro trabajo el placer de vivir, es el momento en que nuestro interés y nuestro orgullo se desarrollan con humildad.

Imaginación y alma son básicos para gozar de nuestro trabajo. Trabajar debe ser como un divertido juego. La diferencia entre trabajo y juego es que cuando jugamos lo hacemos por voluntad y gusto y cuando trabajamos es porque tenemos que hacerlo. Cuando jugamos el pago que recibimos va directo al corazón, al gusto, y cuando trabajamos, el pago va al bolsillo. Pero todos tenemos la capacidad de nuestra imaginación para ver y sentir nuestro trabajo como si efectivamente fuera un juego, tan divertido como el mejor. Sólo es cuestión de decidirlo. Veinte segundos de actuar “como si” el trabajo que desarrollamos fuera lo más divertido del mundo bastan. Lo podemos hacer cuantas veces se haga necesario hasta que se establezca el hábito.

Las personas que más aprecian y gozan sus ingresos son aquellas que los derivan de hacer algo en que no estarían contentos si no trabajaran en aquello. Traer bebés al mundo; curar a los enfermos; el mejor concierto; el mejor diseño de un edificio; una buena pintura; un buen poema; entre muchas otras cosas, tienen como pago el cumplimiento de nuestras obligaciones, de nuestros sueños.

Para muchos estos son tiempos de pesimismo. El mundo sigue siendo bueno, a pesar de los que dominan las noticias más negras. Los verdaderos valores se basan en las verdades eternas, mientras que las fortunas y tesoros pronto se los lleva el viento. Hacer, siempre; hacer y terminar. Esa es la fórmula.