/ martes 20 de marzo de 2018

Volver a empezar

Nuestra vida a veces parece caminar sobre ruedas, y a veces existen situaciones o se presentan acontecimientos que hacen que esa vida dé un giro y que ello nos haga hacer un alto en el camino para reflexionar sobre nuestra existencia.

Para algunos el que la vida siga su marcha, buena o mala, no les mueve el tapete, y se resisten a esa reflexión así puedan pensar que todo irá bien en el futuro o que ser víctimas de un mal de cualquier índole no tiene remedio y pueden pensar que esa mala racha pasará pronto.

Para todos, sin embargo, resulta de la mayor importancia ese interiorizar sobre el cómo va la vida que nos envuelve, cómo es nuestro día a día, cuáles relaciones con quienes nos rodean son satisfactorias o cuáles nos llenan de decepción o angustia, si nuestro trabajo nos llena o cumplimos con él a veces a regañadientes, si nuestras metas u objetivos en distintos órdenes los hemos cumplido, si somos felices con lo que tenemos, sabemos y somos… en fin, tenemos mucha tela de dónde cortar.

La realidad es que la vida está llena de cosas que nos dan satisfacción y de otras más que nos pueden causar dolor y sufrimiento, y que ante ello el temple para afrontarlas es indispensable. Pero ese temple no lo podemos adquirir por mero deseo y en el caminar cotidiano a veces sucumbimos a diversas tentaciones, manifestamos diversas actitudes o ejercemos distintas acciones que nos apartan de nuestro deseo innato de ser felices.

A punto de terminar el tiempo cuaresmal es conveniente –incluso para los no creyentes- parar el motor de nuestra existencia y preguntarnos si vamos por buen camino o es tiempo de echar fuera lo que nos estorba para tener un paso más ligero. Dentro de ello importa sobremanera el análisis serio de nuestras relaciones con Dios y con los demás, nuestros esposos o esposas, nuestros padres, nuestros hijos, hermanos, amigos, compañeros, vecinos y con quienes tenemos trato cotidiano o esporádico. Gran parte de la infelicidad que a veces abruma a no pocos y los lleva a rupturas a veces innecesarias es porque esas relaciones divinas y humanas no se han ejercido correctamente y, lógico, no llevan a plenitud, porque el egoísmo, la indiferencia, el orgullo, la mentira, la envidia, el sentirse superiores a otros, la búsqueda del tener, del placer o del poder llenan el corazón, y no permiten una sana relación con los otros.

Hoy es tiempo de parar y volver a empezar. ¿Lo ven?       

 

 

 

 

 

Nuestra vida a veces parece caminar sobre ruedas, y a veces existen situaciones o se presentan acontecimientos que hacen que esa vida dé un giro y que ello nos haga hacer un alto en el camino para reflexionar sobre nuestra existencia.

Para algunos el que la vida siga su marcha, buena o mala, no les mueve el tapete, y se resisten a esa reflexión así puedan pensar que todo irá bien en el futuro o que ser víctimas de un mal de cualquier índole no tiene remedio y pueden pensar que esa mala racha pasará pronto.

Para todos, sin embargo, resulta de la mayor importancia ese interiorizar sobre el cómo va la vida que nos envuelve, cómo es nuestro día a día, cuáles relaciones con quienes nos rodean son satisfactorias o cuáles nos llenan de decepción o angustia, si nuestro trabajo nos llena o cumplimos con él a veces a regañadientes, si nuestras metas u objetivos en distintos órdenes los hemos cumplido, si somos felices con lo que tenemos, sabemos y somos… en fin, tenemos mucha tela de dónde cortar.

La realidad es que la vida está llena de cosas que nos dan satisfacción y de otras más que nos pueden causar dolor y sufrimiento, y que ante ello el temple para afrontarlas es indispensable. Pero ese temple no lo podemos adquirir por mero deseo y en el caminar cotidiano a veces sucumbimos a diversas tentaciones, manifestamos diversas actitudes o ejercemos distintas acciones que nos apartan de nuestro deseo innato de ser felices.

A punto de terminar el tiempo cuaresmal es conveniente –incluso para los no creyentes- parar el motor de nuestra existencia y preguntarnos si vamos por buen camino o es tiempo de echar fuera lo que nos estorba para tener un paso más ligero. Dentro de ello importa sobremanera el análisis serio de nuestras relaciones con Dios y con los demás, nuestros esposos o esposas, nuestros padres, nuestros hijos, hermanos, amigos, compañeros, vecinos y con quienes tenemos trato cotidiano o esporádico. Gran parte de la infelicidad que a veces abruma a no pocos y los lleva a rupturas a veces innecesarias es porque esas relaciones divinas y humanas no se han ejercido correctamente y, lógico, no llevan a plenitud, porque el egoísmo, la indiferencia, el orgullo, la mentira, la envidia, el sentirse superiores a otros, la búsqueda del tener, del placer o del poder llenan el corazón, y no permiten una sana relación con los otros.

Hoy es tiempo de parar y volver a empezar. ¿Lo ven?