/ martes 8 de mayo de 2018

Voto razonado vs. voto de emoción

Se acerca un momento, que, al parecer, sí va a ser histórico, en cuanto a los impactos y cambios que se pudieran dar, a partir de los resultados en las próximas elecciones.

Pareciera que, entre este mundo de ciclos, la época de la razón se ha quedado y ha pasado a la época de la emoción,
siente más, piensa menos”. Ya existe mucha literatura al respecto, y probablemente sea producto de que cada vez más se incrementan los trastornos del estado de ánimo. Así, la famosa inteligencia emocional toma mayor relevancia en nuestras vidas diarias. La capacidad para identificar y darnos cuenta de nuestras propias emociones, así como comprender los sentimientos de los demás. Podemos observar que las emociones se adaptan a ciertas situaciones. Las emociones positivas nos acercan a ciertas situaciones de nuestras vidas, y las emociones negativas se comportan en sentido contrario, nos alejan.

Cuando llevamos a cabo conductas sin primero reflexionar, esto es, de manera impulsiva, dejándonos llevar por las emociones sin antes habernos detenido a identificarlas, a ser conscientes, es como, en tiempos de inseguridad, abrir la puerta de nuestras casas al escuchar el timbre sin antes mirar por el pequeño orificio para ver quién es, de quién se trata. Y, evidentemente, ya no sólo existe el peligro de dar una respuesta equívoca al abrir la puerta a quien no se debía, de ejecutar una respuesta que no se debía, sino que uno no abre la puerta vestido de igual manera a su vecino, que a un amigo, o a la pareja; uno no responde, o no debería responder, del mismo modo ante personas de diferentes contextos, pudieran ser compañeros, amigos o familia. Es decir, para que nuestra respuesta se ajuste correctamente al contexto, uno no puede actuar de manera irreflexiva, impulsiva.

Si la emoción no se experimenta conscientemente, se ejecuta sin la experiencia de la emoción. Sin embargo, si se bloquea el camino, se desarrolla una consciencia más fuerte del sentimiento. Es decir, en la impulsividad, en la tendencia a la acción sin reflexión, no se experimenta la emoción de manera consciente, por lo que uno puede actuar totalmente en contra de lo que realmente siente (y luego arrepentirse). Esta idea podríamos llevarla más allá, planteándola como causa de la siguiente hipótesis: las personas impulsivas suelen ser menos introspectivas, y suelen, por tanto y también, tener menos consciencia de su mundo interior; en este caso, de su mundo emocional. En cambio, aquellas personas que no actúan por impulsos suelen ser más reflexivas, poseyendo más conocimiento de sí mismas y sus emociones. De este modo, la disposición ante la acción determinaría el autoconocimiento.

Ahora bien, no se trata de ser una persona que no actúe sin antes reflexionar, de vivir en un mundo de sólo razones, se trata de poder identificar nuestras emociones y, después, actuar.

Este aprendizaje del mundo interno y las emociones propias y ajenas, para una persona que le cueste mucho dejar de ser impulsiva, llevará su tiempo. Pero verá mejorar su calidad de vida con creces, tanto consigo misma como con los otros.

Como reflexión final, la sociedad necesita tomar conciencia de la importancia de reconocer los propios sentimientos, puesto que va ligado a un proceso de maduración, necesario para construirnos como personas y comportarnos como tal, en un mundo de relaciones humanas.

Estamos viviendo una época donde las emociones del miedo, el coraje, la impotencia de hacer algo, la esperanza, el antigobierno, aunado a todo el esquema de corrupción, impunidad, nos impide reflexionar y tomar el proceso de elecciones de una manera madura, más allá de las emociones. Y definitivamente estos comportamientos ponen en riesgo los “verdaderos” resultados de las próximas elecciones. Mucho cuidado con el impulso producto de las emociones. Hay que hacer un alto y revisar los impactos producto de la decisión. Hoy por hoy, la emoción de ver un futuro mejor nos obliga a la reflexión, el razonamiento.

Email: antonio.rios@itesm.mx


Se acerca un momento, que, al parecer, sí va a ser histórico, en cuanto a los impactos y cambios que se pudieran dar, a partir de los resultados en las próximas elecciones.

Pareciera que, entre este mundo de ciclos, la época de la razón se ha quedado y ha pasado a la época de la emoción,
siente más, piensa menos”. Ya existe mucha literatura al respecto, y probablemente sea producto de que cada vez más se incrementan los trastornos del estado de ánimo. Así, la famosa inteligencia emocional toma mayor relevancia en nuestras vidas diarias. La capacidad para identificar y darnos cuenta de nuestras propias emociones, así como comprender los sentimientos de los demás. Podemos observar que las emociones se adaptan a ciertas situaciones. Las emociones positivas nos acercan a ciertas situaciones de nuestras vidas, y las emociones negativas se comportan en sentido contrario, nos alejan.

Cuando llevamos a cabo conductas sin primero reflexionar, esto es, de manera impulsiva, dejándonos llevar por las emociones sin antes habernos detenido a identificarlas, a ser conscientes, es como, en tiempos de inseguridad, abrir la puerta de nuestras casas al escuchar el timbre sin antes mirar por el pequeño orificio para ver quién es, de quién se trata. Y, evidentemente, ya no sólo existe el peligro de dar una respuesta equívoca al abrir la puerta a quien no se debía, de ejecutar una respuesta que no se debía, sino que uno no abre la puerta vestido de igual manera a su vecino, que a un amigo, o a la pareja; uno no responde, o no debería responder, del mismo modo ante personas de diferentes contextos, pudieran ser compañeros, amigos o familia. Es decir, para que nuestra respuesta se ajuste correctamente al contexto, uno no puede actuar de manera irreflexiva, impulsiva.

Si la emoción no se experimenta conscientemente, se ejecuta sin la experiencia de la emoción. Sin embargo, si se bloquea el camino, se desarrolla una consciencia más fuerte del sentimiento. Es decir, en la impulsividad, en la tendencia a la acción sin reflexión, no se experimenta la emoción de manera consciente, por lo que uno puede actuar totalmente en contra de lo que realmente siente (y luego arrepentirse). Esta idea podríamos llevarla más allá, planteándola como causa de la siguiente hipótesis: las personas impulsivas suelen ser menos introspectivas, y suelen, por tanto y también, tener menos consciencia de su mundo interior; en este caso, de su mundo emocional. En cambio, aquellas personas que no actúan por impulsos suelen ser más reflexivas, poseyendo más conocimiento de sí mismas y sus emociones. De este modo, la disposición ante la acción determinaría el autoconocimiento.

Ahora bien, no se trata de ser una persona que no actúe sin antes reflexionar, de vivir en un mundo de sólo razones, se trata de poder identificar nuestras emociones y, después, actuar.

Este aprendizaje del mundo interno y las emociones propias y ajenas, para una persona que le cueste mucho dejar de ser impulsiva, llevará su tiempo. Pero verá mejorar su calidad de vida con creces, tanto consigo misma como con los otros.

Como reflexión final, la sociedad necesita tomar conciencia de la importancia de reconocer los propios sentimientos, puesto que va ligado a un proceso de maduración, necesario para construirnos como personas y comportarnos como tal, en un mundo de relaciones humanas.

Estamos viviendo una época donde las emociones del miedo, el coraje, la impotencia de hacer algo, la esperanza, el antigobierno, aunado a todo el esquema de corrupción, impunidad, nos impide reflexionar y tomar el proceso de elecciones de una manera madura, más allá de las emociones. Y definitivamente estos comportamientos ponen en riesgo los “verdaderos” resultados de las próximas elecciones. Mucho cuidado con el impulso producto de las emociones. Hay que hacer un alto y revisar los impactos producto de la decisión. Hoy por hoy, la emoción de ver un futuro mejor nos obliga a la reflexión, el razonamiento.

Email: antonio.rios@itesm.mx