/ miércoles 10 de febrero de 2021

Y se hizo una vida exigente

Nace un ser humano y se activa un engrane del sistema de vida, un círculo que dará vueltas hasta la muerte. El agua es el elemento vital que proveerá desde el inicio, la tierra hará un espacio al nuevo ser, y el aire brindará la caricia vital del oxígeno.

Los frutos de los árboles y plantas crecen para alimentar y los animales donan desde su leche, huevos, carne y piel para saciar las necesidades y costumbres que hemos adquirido. Esto sería sólo lo que naturalmente acontece sin considerar la crueldad de la multiplicación de animales y plantas en este frenesí de avaricia, glotonería y desperdicio.

La vida humana se une a los rubros de la modernidad, que giran para saciar las necesidades reales y creadas del individuo. Y así la naturaleza trabaja naturalmente o forzada para dar y dar ante un futuro visiblemente catastrófico (si no hacemos algo) por la contaminación y devastación de los elementos vitales.

Antes la sobrepoblación del planeta no era tema, las vastas extensiones de tierra, los cuerpos de agua sanos y un aire puro daban las condiciones excelentes y el espacio para una vida sana. Pero la inteligencia humana fue introduciendo la ciencia y tecnología para lograr lo imposible, círculos se fueron agregando de una manera sutil y cautivadora, dándole a la humanidad el deleite de una comodidad que abraza creando una dependencia enfermiza a engranes de sistemas artificiales, que crecen mientras destruyen lo natural.

Millones de productos nos rodean, y pensando en las nuevas generaciones me pregunto: ¿Será posible que registren el origen de lo que se les ofrece? ¿Tendrán el interés y el tiempo para investigar de dónde viene todo lo que usan y consumen diariamente y qué efectos tiene en la naturaleza su fabricación, distribución y desecho?

Un promedio de 300,000 bebés nacen diariamente en el mundo (200 por minuto), así que imaginen lo que eso significa para la naturaleza, todo lo que se verá obligada a proveer y absorber ante un agotamiento anunciado e inevitable.

Hay muchas creencias religiosas que tajantemente dicen que debemos multiplicarnos con “naturalidad”, no obstaculizar ese magnífico don de la concepción. Pero en estos tiempos de exceso, enloquecimiento y abuso sexual, se debe recurrir a un freno ¡y ya!

En la actualidad hay una guerra silenciosa, un combate que está destruyendo la fuente de vida, y el arma más potente en este ataque es la sobrepoblación. ¡Despertemos! Ya no son tiempos de jugar a la casita, buscando el niño o la niña para tener una descendencia perfecta. Un día las familias numerosas fueron “bonitas”, hoy ya no lo son. El dinero que tengamos para sostener una familia grande es un simple papel que al no haber recursos, no valdrá ni solucionará nada.

La urgente recomendación es que las parejas tengan máximo dos hijos y que las personas que tienen entre sus recreaciones superficiales al sexo, se operen para no concebir.

El planeta vive mejor con menos personas, y menos personas viven mejor en un planeta sano. Es tiempo de pasar de esos dioses que nos creemos a lo que realmente somos: un ser vivo más en el círculo de la vida. No le exijamos de más a este planeta, la naturaleza tiene sus tiempos y es de suma importancia respetarlos.

Nace un ser humano y se activa un engrane del sistema de vida, un círculo que dará vueltas hasta la muerte. El agua es el elemento vital que proveerá desde el inicio, la tierra hará un espacio al nuevo ser, y el aire brindará la caricia vital del oxígeno.

Los frutos de los árboles y plantas crecen para alimentar y los animales donan desde su leche, huevos, carne y piel para saciar las necesidades y costumbres que hemos adquirido. Esto sería sólo lo que naturalmente acontece sin considerar la crueldad de la multiplicación de animales y plantas en este frenesí de avaricia, glotonería y desperdicio.

La vida humana se une a los rubros de la modernidad, que giran para saciar las necesidades reales y creadas del individuo. Y así la naturaleza trabaja naturalmente o forzada para dar y dar ante un futuro visiblemente catastrófico (si no hacemos algo) por la contaminación y devastación de los elementos vitales.

Antes la sobrepoblación del planeta no era tema, las vastas extensiones de tierra, los cuerpos de agua sanos y un aire puro daban las condiciones excelentes y el espacio para una vida sana. Pero la inteligencia humana fue introduciendo la ciencia y tecnología para lograr lo imposible, círculos se fueron agregando de una manera sutil y cautivadora, dándole a la humanidad el deleite de una comodidad que abraza creando una dependencia enfermiza a engranes de sistemas artificiales, que crecen mientras destruyen lo natural.

Millones de productos nos rodean, y pensando en las nuevas generaciones me pregunto: ¿Será posible que registren el origen de lo que se les ofrece? ¿Tendrán el interés y el tiempo para investigar de dónde viene todo lo que usan y consumen diariamente y qué efectos tiene en la naturaleza su fabricación, distribución y desecho?

Un promedio de 300,000 bebés nacen diariamente en el mundo (200 por minuto), así que imaginen lo que eso significa para la naturaleza, todo lo que se verá obligada a proveer y absorber ante un agotamiento anunciado e inevitable.

Hay muchas creencias religiosas que tajantemente dicen que debemos multiplicarnos con “naturalidad”, no obstaculizar ese magnífico don de la concepción. Pero en estos tiempos de exceso, enloquecimiento y abuso sexual, se debe recurrir a un freno ¡y ya!

En la actualidad hay una guerra silenciosa, un combate que está destruyendo la fuente de vida, y el arma más potente en este ataque es la sobrepoblación. ¡Despertemos! Ya no son tiempos de jugar a la casita, buscando el niño o la niña para tener una descendencia perfecta. Un día las familias numerosas fueron “bonitas”, hoy ya no lo son. El dinero que tengamos para sostener una familia grande es un simple papel que al no haber recursos, no valdrá ni solucionará nada.

La urgente recomendación es que las parejas tengan máximo dos hijos y que las personas que tienen entre sus recreaciones superficiales al sexo, se operen para no concebir.

El planeta vive mejor con menos personas, y menos personas viven mejor en un planeta sano. Es tiempo de pasar de esos dioses que nos creemos a lo que realmente somos: un ser vivo más en el círculo de la vida. No le exijamos de más a este planeta, la naturaleza tiene sus tiempos y es de suma importancia respetarlos.

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