Registrada en periódicos de 1968, quedó para la posteridad la visita a la capital de Chihuahua del que es quizás el más popular espectro del folclore mexicano, cuando habitantes de las colonias Barrio de Londres, San Rafael y Obrera, aseguraron que durante las noches podían escucharse los escalofriantes alaridos de una mujer clamando por sus hijos. La Llorona, como se le conoce en México, provocó pánico entre los habitantes del sector, donde algunos incluso afirmaron ver al espectro recorriendo las calles de esas colonias.
Aunque la tradición ha adoptado a este ser de ultratumba como un alma en pena oriunda del México prehispánico, la verdad es que los relatos sobre demonios o espectros que aterrorizan por las noches a los vivos provienen de diferentes partes del mundo, siendo las banshees, en irlanda, las que mayor similitud guardan con nuestra “Llorona”. Afirman los irlandeses, que se trata de una especie de ninfas oscuras, mismas que, según se narra en sus tradiciones, su grito anuncia la muerte de una persona cerca del lugar donde se escuchan.
Pues bien, cuentan que en Chihuahua, durante aquel año de la infame masacre de Tlatelolco, el fantasmal grito de “¡ay, mis hijos!” generó pánico entre los chihuahuenses, quienes entrada la noche abandonaban las calles de dicho sector para evitar encontrarse de frente con el terrorífico ente de ultratumba.
Fue precisamente sobre lo que antes era el cementerio de San Rafael donde algunos incluso afirmaron haber visto a la tenebrosa aparición, misma que fue descrita como una mujer de aspecto cadavérico, vestida de blanco y cuyos pies no tocaban el suelo pues flotaba en vez de dar pasos.
El pánico fue tal, que incluso la estación de policía comenzó a recibir incontable cantidad de reportes de dicha zona en donde aterrados vecinos solicitaban la presencia de agentes policíacos para que indagaran sobre el origen de aquellos horrorosos gritos.
Pero incluso los uniformados se resistían a patrullar dicha zona pasada la medianoche, pues como si de un toque de queda se tratase, de las calles desaparecían incluso los animales callejeros, cuyos aullidos o hasta los maullidos dejaban de escucharse a causa del pesado ambiente que se cernía sobre las colonias.
Es difícil imaginar el horror del cual eran víctimas aquellas personas, pues aunque el actual servicio de alumbrado público es insuficiente, en aquel entonces era apenas existente. La neblina espesa llenaba las calles y el pálido brillo de la luna parecía apenas un tímido brillo estático entre la impenetrable penumbra.
Se dio entonces la versión policíaca, que señalaba que se trataba de “malvivientes” que aprovechaban la seguridad de la noche para jugar bromas a los colonos, sin embargo, ni ellos mismos se atrevían a confirmar la hipótesis.
Solo con el paso del tiempo los rumores de las apariciones de la Llorona dejaron de escucharse, no obstante, han quedado como evidencia de las supuestas apariciones los recortes de diarios e historias de abuelos y padres que recuerdan aún con cierto recelo aquel curioso caso de lo que bien podría ser un ejemplo de histeria colectiva, pero, además, existe registro de un hombre que perdió la razón y fue internado en un hospital tras afirmar haber visto a la Llorona merodeando las calles del Barrio de Londres.
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Con información de Adrián Berrios
