Era una tarde de invierno cuando el pequeño grupo de cinco jóvenes de secundaria ingresó al cementerio de Dolores, en la capital de Chihuahua, donde pretendían entrevistar a algún empleado del lugar.
La luz del sol comenzaba ya a abandonar los pasillos y corredores del cementerio y el cielo estaba a punto de ennegrecer tras los últimos minutos del crepúsculo. Al fondo del cementerio, encontraron al hombre que buscaban, acomodando unas flores sobre la tumba del padre Maldonado.
Amable, el individuo les saludó al verlos a la distancia y acercándose a ellos preguntó sobre su inusual excursión al lugar, ante lo cual, los muchachos comenzaron a explicar que se trataba de un trabajo que presentarían en la secundaria a petición de su maestra de español.
A grandes rasgos, explicaron que se trataba de una labor de investigación para detallar tradiciones y curiosidades sobre los usos y costumbres de los chihuahuenses. Con una sonrisa en el rostro, el hombre accedió y contestó a todos las preguntas que le elaboraban mientras grababan el dialogo en una pequeña cámara de video que había conseguido Anaí, la líder del grupo.
Antes de terminar con la plática, aquel afable individuo les pidió que regresaran al día siguiente para darles un paseo guiado a través de los sepulcros más lujosos, antiguos y de personalidades enterradas en ese camposanto.
Los adolescentes agradecieron la atención del empleado y el detalle que tuvo al encaminarles un par de calles, donde luego de esperar unos minutos, se despidieron el velador y le vieron entrar de nuevo a la oficina del cementerio, cerrando tras de sí las puertas.
Tal y como habían acordado, el grupo de jóvenes se dirigieron al día siguiente al cementerio, encontrándose en la puerta del lugar y adentrándose con todo su equipo para realizar el recorrido que se les había prometido, sin embargo, al ingresar, fueron recibidos por un sujeto muy diferente a aquél señor bonachón que les había ayudado la tarde anterior.
Un individuo de facciones duras y piel tostada por el sol, les habló en tono serio y cuestionó que estaban haciendo allí. Entonces estos explicaron que se encontraban en el lugar para hacer un trabajo escolar y que el velador del cementerio les había pedido que volvieran ese día.
El individuo frunció el ceño, molesto, al pensar que los adolescentes se estaban burlando de él, y les aseguró que en ese camposanto no había velador y que las puertas se cerraban desde las siete de la tarde.
Anaí, sacando de su mochila la cámara, mostró el video a su interlocutor, quien al ver a aquél hombre sonriente se persignó y perdió de inmediato el color.
—El señor "Jauregui"… —dijo el hombre con un tono de voz quebrada que apenas pudieron escuchar los jóvenes.
Entonces este les explicó que se trataba de Enrique Jauregui, exadministrador del cementerio que había fallecido hacía poco más de un año. Los muchachos sintieron temor entonces, pero cumplieron su cometido, visitando las tumbas icónicas del lugar junto a un muy nervioso empleado.
La entrevista fue proyectada en el salón de clases un par de días después, sin embargo, decidieron guardar el secreto sobre su entrevistado de ultratumba, temiendo que fueran ridiculizados por sus compañeros. Tuvieron un diez por ese trabajo.
Facebook: Crónicas de Terror en Chihuahua
Con información de Adrián Berrios"