No fue hace mucho que en cierta zapatería muy popular de la calle Libertad, donde atendía Valeria, arribó una mujer acompañada de su hijo. Aunque es común que cuando acuden a hacer las compras, tanto como los padres, como los niños, se muestran emocionados, este caso, sin embargo, era distinto ya que en ninguno de los dos rostros se miraba reflejado siquiera algún esbozo de sonrisa.
Sus ropas se veían viejas, algunas de las prendas incluso tenían pequeños agujeros y se veía a leguas que ambos tenían huellas típicas de desnutrición. Sus rostros pálidos de cuencas profundas arrojaban una mirada más bien triste y sus zapatos, tanto el de la mujer como el de su hijo, se veían más que usados.
Te puede interesar: El diablo en la muñeca
La dama se aproximó al mostrador con el niño a sus espaldas y de manera tímida pidió a Valeria un par de zapatos para niño, “los más económicos”, dijo la joven madre a la vendedora, quien procedió a preguntar la medida en que los requería.
Allí, sentados en una de las bancas del establecimiento, madre e hijo esperaron a la vendedora hasta que volvió sonriendo con tres pares diferentes de sus modelos más baratos.
Luego de observarlos unos minutos, pagó el total a la empleada para luego disculparse con Valeria y pedirle que le mostrara el lugar donde se encontraban los sanitarios.
Valeria entonces aprovechó y se aproximó hacia donde el niño con la carita triste permanecía sentado a la espera de su madre y, tratando de animarle, le preguntó por qué no estaba feliz, si su madre acababa de comprarle zapatos nuevos.
Entonces el niño, que dijo llamarse Gil, a punto del llanto, apenado, escondió sus pies debajo de la banca y explicó a Valeria que esos zapatos eran de hecho para su hermano menor, no para él, y que el tenía ya mucho tiempo sin estrenar calzado.
Esto conmovió a la joven vendedora e incluso le molestó un poco, pues desde un principio había notado la forma tan indiferente en que la mujer se comportaba con Gil.
Luego de que la madre del niño saliera del baño, se dirigió a ella y preguntó si no llevaría también algo para Gil; la respuesta que obtuvo, sin embargo, fue por demás sorpresiva; la mujer apenas escuchó aquel nombre rompió en llanto y preguntó a la vendedora cómo sabía el nombre de su hijo fallecido.
Al creer que se trataba de una broma, volteó en todas direcciones para encontrar al niño, sin embargo, inexplicablemente se había desvanecido en medio de la tienda. Sin más remedio procedió a pedir disculpas y, con lágrimas en los ojos, luego de escuchar que Gil había fallecido a causa de una neumonía, entregó a la mujer un par de zapatos nuevos para que fuera a llevarlos a la tumba del pequeño.
Facebook: Crónicas de Terror en Chihuahua
Con información de Adrián Berrios