/ domingo 13 de enero de 2019

Alimenta comedor de Cáritas desde hace 4 años a personas sin hogar

Conocido también como "Mamá Carmelita"

El Comedor Divina Providencia de Cáritas, conocido también como “Mamá Carmelita”, comenzó por la inquietud de ofrecer a los inmigrantes y a los indigentes un lugar donde alimentarse bastamente, después de cuatro años y con la ayuda de voluntarios, sigue cumpliendo su cometido.

Hace cuatro años, a la Iglesia Divina Providencia acudían inmigrantes e indigentes pidiendo asilo, comida o cobijas para pasar la noche a la intemperie, sin embargo, la iglesia sólo estaba facultada para entregar una lata de atún con galletas. Situación que preocupaba a Silvia García, enfermera jubilada del Seguro Social, por lo que en una tarde le comentó al sacerdote Francisco Arriaga que su sueño era tener un comedor para servir a los necesitados, a lo que él respondió “¿qué te falta?”.

Así lo describió Silvia, quien a la fecha ha logrado mantener el comedor primeramente conocido como Mamá Carmelita, gracias al apoyo de los voluntarios, asociaciones y diversas instituciones. “A mí me partía el alma porque les dábamos una galleta y una lata de atún, un día le dije al padre que ya estaba harta de ver a esa pobre gente, me dijo que había que buscarle la manera de lograrlo”, relató.

De igual manera, explicó que el señor Grijalva, dueño de una maderería, les donó una troca y ayudó a conseguir las demás cosas, diciéndoles: “Haz lo que puedas, pide lo que no puedas y el Señor hará que puedas”. Frase que Silvia hizo suyas durante los años siguientes, comenzando a dar a conocer su proyecto a Fechac, a pedirle a Cáritas su apoyo, vendiendo enchiladas los domingos para conseguir sustento económico y recibiendo toda la ayuda que llegaba.

Gerardo Aguirre

Gerardo Aguirre


El comedor está ubicado en la colonia Insurgentes, sobre la calle Diego Rivera, número 7121, llama la atención un logo de Fechac y de Cáritas afuera, la banqueta siempre se observa limpia, y abriendo las puertas lo primero que se observa es una mesa larga en forma de L, una cocina al fondo del cuarto donde relucen las ollas sobre la estufa, un refrigerador y del lado contrario, estatuillas religiosas alumbran el lugar.

“Sobrevivimos de donativos, nos hace falta perecederos y no perecederos, cosas de limpieza. Hay regadera, por lo que todos los que quieran bañarse la pueden usar, se les da ropa limpia que nos donan, cosa que también necesitamos, sobre todo que esté en buenas condiciones”, explicó Silvia.

Agregó que personal del comedor participará dentro de la Expo Católica que se llevará a cabo en el Centro de Convenciones el próximo 19 y 20 de enero, donde venderán enchiladas a fin de reunir el monto económico necesario para efectuar el pago de los recibos de agua y luz. Por lo cual, Silvia explicó que necesitan aceite, queso y chile colorado, “hay que pagar predial y seguro de la troca. La gente ha estado llevando aceite, pero aún nos falta”, dijo.

Indicó que a los migrantes y tarahumaras no se les cobra nada, pero la gente que tiene necesidad de una comida, como por ejemplo adultos mayores que están solos y tienen su pensión, pero no pueden cocinar y jóvenes adictos que acuden por una comida, se les realiza el cobro de 10 pesos por comida.

“Si llega gente que no tiene trabajo y no tiene dinero entonces no se les cobra, pero cuando consiguen trabajo siempre retribuyen, va todo tipo de gente siempre y cuando tenga alguna necesidad, tengo muchos adictos, quisiera abrir un grupo de Escucha, porque es muy importante escucharlos, ellos me preocupan mucho, pero a ellos sí son obligatorios los 10 pesos, porque si tienen para la drogada tienen para comer. Pero si me dicen que me ayudan a limpiar, pues no se les cobra, lo que cuenta es que les cueste algo. Se han convertido en hijos, nos queremos muchos, ellos se avisan entre ellos y nos cuidan si llega una persona agresiva”, describió Silvia.

Durante cuatro años, Silvia y los demás voluntarios trabajaron todos los días, sin un descanso, para brindar alimento y servicio a personas que así lo necesitan. Lo describen como una actividad que no tiene comparación en cuestión emocional, pues es mucha la alegría que delatan sus ojos cuando ayudan a su prójimo que así lo necesita.

“Yo nunca había sido tan feliz en mi vida como ahora que estoy en esto. Es algo muy bonito porque es otro tipo de cosas, a mí me preocupa que traten bien a los comensales y que ellos traten bien a los voluntarios. A veces nos sobra alimento de tantas cosas que nos donan, porque hay ángeles en la tierra que nos dan mucho, todo eso lo llevamos a las colonias, les donamos la ropa que nos queda y los panes que sobran”, finalizó Silvia.

El Comedor Divina Providencia de Cáritas, conocido también como “Mamá Carmelita”, comenzó por la inquietud de ofrecer a los inmigrantes y a los indigentes un lugar donde alimentarse bastamente, después de cuatro años y con la ayuda de voluntarios, sigue cumpliendo su cometido.

Hace cuatro años, a la Iglesia Divina Providencia acudían inmigrantes e indigentes pidiendo asilo, comida o cobijas para pasar la noche a la intemperie, sin embargo, la iglesia sólo estaba facultada para entregar una lata de atún con galletas. Situación que preocupaba a Silvia García, enfermera jubilada del Seguro Social, por lo que en una tarde le comentó al sacerdote Francisco Arriaga que su sueño era tener un comedor para servir a los necesitados, a lo que él respondió “¿qué te falta?”.

Así lo describió Silvia, quien a la fecha ha logrado mantener el comedor primeramente conocido como Mamá Carmelita, gracias al apoyo de los voluntarios, asociaciones y diversas instituciones. “A mí me partía el alma porque les dábamos una galleta y una lata de atún, un día le dije al padre que ya estaba harta de ver a esa pobre gente, me dijo que había que buscarle la manera de lograrlo”, relató.

De igual manera, explicó que el señor Grijalva, dueño de una maderería, les donó una troca y ayudó a conseguir las demás cosas, diciéndoles: “Haz lo que puedas, pide lo que no puedas y el Señor hará que puedas”. Frase que Silvia hizo suyas durante los años siguientes, comenzando a dar a conocer su proyecto a Fechac, a pedirle a Cáritas su apoyo, vendiendo enchiladas los domingos para conseguir sustento económico y recibiendo toda la ayuda que llegaba.

Gerardo Aguirre

Gerardo Aguirre


El comedor está ubicado en la colonia Insurgentes, sobre la calle Diego Rivera, número 7121, llama la atención un logo de Fechac y de Cáritas afuera, la banqueta siempre se observa limpia, y abriendo las puertas lo primero que se observa es una mesa larga en forma de L, una cocina al fondo del cuarto donde relucen las ollas sobre la estufa, un refrigerador y del lado contrario, estatuillas religiosas alumbran el lugar.

“Sobrevivimos de donativos, nos hace falta perecederos y no perecederos, cosas de limpieza. Hay regadera, por lo que todos los que quieran bañarse la pueden usar, se les da ropa limpia que nos donan, cosa que también necesitamos, sobre todo que esté en buenas condiciones”, explicó Silvia.

Agregó que personal del comedor participará dentro de la Expo Católica que se llevará a cabo en el Centro de Convenciones el próximo 19 y 20 de enero, donde venderán enchiladas a fin de reunir el monto económico necesario para efectuar el pago de los recibos de agua y luz. Por lo cual, Silvia explicó que necesitan aceite, queso y chile colorado, “hay que pagar predial y seguro de la troca. La gente ha estado llevando aceite, pero aún nos falta”, dijo.

Indicó que a los migrantes y tarahumaras no se les cobra nada, pero la gente que tiene necesidad de una comida, como por ejemplo adultos mayores que están solos y tienen su pensión, pero no pueden cocinar y jóvenes adictos que acuden por una comida, se les realiza el cobro de 10 pesos por comida.

“Si llega gente que no tiene trabajo y no tiene dinero entonces no se les cobra, pero cuando consiguen trabajo siempre retribuyen, va todo tipo de gente siempre y cuando tenga alguna necesidad, tengo muchos adictos, quisiera abrir un grupo de Escucha, porque es muy importante escucharlos, ellos me preocupan mucho, pero a ellos sí son obligatorios los 10 pesos, porque si tienen para la drogada tienen para comer. Pero si me dicen que me ayudan a limpiar, pues no se les cobra, lo que cuenta es que les cueste algo. Se han convertido en hijos, nos queremos muchos, ellos se avisan entre ellos y nos cuidan si llega una persona agresiva”, describió Silvia.

Durante cuatro años, Silvia y los demás voluntarios trabajaron todos los días, sin un descanso, para brindar alimento y servicio a personas que así lo necesitan. Lo describen como una actividad que no tiene comparación en cuestión emocional, pues es mucha la alegría que delatan sus ojos cuando ayudan a su prójimo que así lo necesita.

“Yo nunca había sido tan feliz en mi vida como ahora que estoy en esto. Es algo muy bonito porque es otro tipo de cosas, a mí me preocupa que traten bien a los comensales y que ellos traten bien a los voluntarios. A veces nos sobra alimento de tantas cosas que nos donan, porque hay ángeles en la tierra que nos dan mucho, todo eso lo llevamos a las colonias, les donamos la ropa que nos queda y los panes que sobran”, finalizó Silvia.

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