/ domingo 20 de octubre de 2019

Cierra El Retablo, una tradición por 35 años

Poco se sabe del motivo del cierre, lo que si queda claro es que fue un lugar que los chihuahuenses apreciaron

Vine a El Retablo porque me dijeron que ahí podía aplacar la ira de mi lombriz intestinal, una tal Chabela. La verdad es que moría de hambre y, como se dice por ahí, esa necesidad es canija, pero más quien se la aguanta. No sabía yo que iba a ser mi última comida… al menos en ese lugar, que cerrará sus puertas definitivamente este domingo.

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Ignoraba esta última información hasta que entré al establecimiento y me encontré con el sueño de todo comensal hambriento: el lugar estaba vacío y tenía mesas hasta para dejar en una mis pertenencias, y cambiar de asiento por cada cosa que pidiera. Pronto todo se tornó en una especie de pesadilla con nostalgia cuando supe el probable motivo de la ausencia de clientela.

Entrada

Si bien el fuerte de ese negocio siempre han sido los desayunos y, por el horario de mi ingreso, mi comida era ya más bien una opípara merienda, verdaderamente se me hizo raro que las únicas almas eran las pertenecientes al atento personal. Como con las mesas, tenía a alguien para pedir cada cosa y no repetir servicio, y así me pareció.

“Es cierto que no es hora (de comer)”, admitió el mesero que presto me llevó la carta cuando le comenté sobre la falta de parroquianos, “pero también es que ya son los últimos días”, añadió. A punto estaba de pensar que hablaba de quincenas o semanas de nómina, cuando de él mismo salió un comentario menos seco que el fideo con chipotles que me sirvió de entrada. “Cerramos este domingo”, y en su cara se reflejó cierta tristeza.

Mientras complementaba mi pedido para abrir boca con una mezcla de mar y tierra con ceviche y tacos de canasta (¿es necesario repetir que “ya la chica se comía a la grande”?), el camarero se encogió de hombros cuando, curioso, le pregunté el motivo de la clausura. “Fue una decisión de allá arriba”, señaló, resignado, “y como tal hay que acatarla y obedecerla”.

Plato fuerte

Más fuerte que la famosa Arrachera Retablo que devoré como plato principal me pareció el comentario de mis siguientes despachadores. “La verdad es que sí me da mucha tristeza. Si bien nos avisaron (como empleados) del cierre con anticipación, no me imagino laborando en otra parte. Aquí he dejado los mejores años de mi vida”, dijo uno, que me acercó un refresco de cola para que el mencionado platillo no se me atorara en el gaznate.

“Como trabajadores, para muchos de nosotros será volver a empezar de cero, en otro lugar. Agradecemos la experiencia que adquirimos aquí, pero irremediablemente perderemos cierto derecho de antigüedad que no podremos reclamar a donde lleguemos”, añadió.

“Pero la vida continúa y la mayoría de nosotros tiene familias que sacar adelante. Nos da cierto sentimiento porque más allá de ser un centro de trabajo se ha convertido en un lugar especial para nosotros. Pero como bien dijo mi compañero, debemos estar conscientes de la voluntad de quienes deciden”, remató.

Posteriormente, “amarré” con un plato de tripitas bien doraditas, y otro mesero hizo lo propio con mi necesidad de saber los motivos del cierre. Antes, me aclaró debidamente que quienes componen la tripulación que este barco hoy tendrá su última travesía, serán liquidados con todas las de la ley. En ese sentido no hay queja.

“Como suele ocurrir en este tipo de acontecimientos, hay un sinfín de especulaciones”, comenzó a soltar la sopa, que no la Azteca. “Que si los dueños se cansaron del lugar, que si los números rojos, yo puedo decirle que no a esto último, pues conozco el lugar desde que era El Bigote Mexicano (sic) y de hecho esta mañana estuvo hasta las cachas de gente, desayunando”.

“No, una caída en las economías no puede ser”, quiso confirmarme, “porque incluso el lugar ya tenía fechas apartadas para posadas decembrinas. También puedo decirle que algo más atinado sería afirmar que el restaurante dejará de ser lo que era para ser fraccionado en locales comerciales para rentar”, añadió.

“De hecho, toda esta cuadra, junto con este establecimiento y hasta negocios aledaños como la aseguradora de aquí al lado, pertenecen a los mismos propietarios y hasta donde sé, a nadie más le han pedido desalojar”, continuó tan fluido como la limonada natural con la que daba por terminada mi comida principal.

“Y se lo digo con conocimiento de causa. Este domingo cerramos y para el lunes ya debemos de estar desalojando el mobiliario. Yo recomendé que si éste se va a tomar tiempo en venderse, lo dejemos bien cubierto para que el polvo y el paso del tiempo no lo estropeen donde lo guardemos, pero sólo es una sugerencia”.

“También sé lo de la división, porque de hecho ya vinieron a apartar este lugar (señala el centro de la nave del negocio). Ahí tomaron las medidas para hacer una pared, así que no suena tan descabellado lo de más locales comerciales”.

Postre

Ese mismo mesero, quien me llevó el hojaldre y el capuchino con el que rematé, me contó también las cosas más dulces (que lo anterior), las que muchos llevarán en sus corazones, allende su memoria.

“He visto pasar por aquí a generaciones enteras de clientes. Unos que han venido con sus hijos, y éstos, ya grandes, me presentan a los propios. En general, es una clientela fiel, de la cual ya conocemos hasta dónde se van a sentar y qué es lo que van a pedir, a la cual le ha impactado la noticia del cierre y a la que extrañaremos”, sentenció.

Y tiene razón. A partir de este domingo, no más desayunos entre camaradas, no más comidas de graduación. Nunca más posadas, despedidas de soltera o pedidas matrimoniales. Jamás otra vez el buen sabor (y no me refiero únicamente al culinario) que reinaba en El Retablo.

De las acepciones que presenta el diccionario, me quedo pensando en la más adecuada para aquéllas dos últimas palabras del párrafo anterior. Si nos atenemos a donde se plasman escenas sagradas, y por más sacrílego que se lea, el pasaje de la última cena le queda que ni mandado hacer hoy a un lugar que se convirtió en verdadera tradición entre los chihuahuenses y que hoy, para pesar de muchos, propios y “extraños” cierra sus puertas.

Mis pensamientos fueron interrumpidos en ese momento por un enésimo mesero quien, mucho más reservado que sus compañeros, más que palabras, me entregó solamente los números correspondientes a mi consumo. En ese momento recordé que también había llegado mi último día (de cargar efectivo)… una jornada antes.

“Un policía”, atiné a pedir junto con la cuenta.

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Ignoraba esta última información hasta que entré al establecimiento y me encontré con el sueño de todo comensal hambriento: el lugar estaba vacío y tenía mesas hasta para dejar en una mis pertenencias, y cambiar de asiento por cada cosa que pidiera. Pronto todo se tornó en una especie de pesadilla con nostalgia cuando supe el probable motivo de la ausencia de clientela.

Entrada

Si bien el fuerte de ese negocio siempre han sido los desayunos y, por el horario de mi ingreso, mi comida era ya más bien una opípara merienda, verdaderamente se me hizo raro que las únicas almas eran las pertenecientes al atento personal. Como con las mesas, tenía a alguien para pedir cada cosa y no repetir servicio, y así me pareció.

“Es cierto que no es hora (de comer)”, admitió el mesero que presto me llevó la carta cuando le comenté sobre la falta de parroquianos, “pero también es que ya son los últimos días”, añadió. A punto estaba de pensar que hablaba de quincenas o semanas de nómina, cuando de él mismo salió un comentario menos seco que el fideo con chipotles que me sirvió de entrada. “Cerramos este domingo”, y en su cara se reflejó cierta tristeza.

Mientras complementaba mi pedido para abrir boca con una mezcla de mar y tierra con ceviche y tacos de canasta (¿es necesario repetir que “ya la chica se comía a la grande”?), el camarero se encogió de hombros cuando, curioso, le pregunté el motivo de la clausura. “Fue una decisión de allá arriba”, señaló, resignado, “y como tal hay que acatarla y obedecerla”.

Plato fuerte

Más fuerte que la famosa Arrachera Retablo que devoré como plato principal me pareció el comentario de mis siguientes despachadores. “La verdad es que sí me da mucha tristeza. Si bien nos avisaron (como empleados) del cierre con anticipación, no me imagino laborando en otra parte. Aquí he dejado los mejores años de mi vida”, dijo uno, que me acercó un refresco de cola para que el mencionado platillo no se me atorara en el gaznate.

“Como trabajadores, para muchos de nosotros será volver a empezar de cero, en otro lugar. Agradecemos la experiencia que adquirimos aquí, pero irremediablemente perderemos cierto derecho de antigüedad que no podremos reclamar a donde lleguemos”, añadió.

“Pero la vida continúa y la mayoría de nosotros tiene familias que sacar adelante. Nos da cierto sentimiento porque más allá de ser un centro de trabajo se ha convertido en un lugar especial para nosotros. Pero como bien dijo mi compañero, debemos estar conscientes de la voluntad de quienes deciden”, remató.

Posteriormente, “amarré” con un plato de tripitas bien doraditas, y otro mesero hizo lo propio con mi necesidad de saber los motivos del cierre. Antes, me aclaró debidamente que quienes componen la tripulación que este barco hoy tendrá su última travesía, serán liquidados con todas las de la ley. En ese sentido no hay queja.

“Como suele ocurrir en este tipo de acontecimientos, hay un sinfín de especulaciones”, comenzó a soltar la sopa, que no la Azteca. “Que si los dueños se cansaron del lugar, que si los números rojos, yo puedo decirle que no a esto último, pues conozco el lugar desde que era El Bigote Mexicano (sic) y de hecho esta mañana estuvo hasta las cachas de gente, desayunando”.

“No, una caída en las economías no puede ser”, quiso confirmarme, “porque incluso el lugar ya tenía fechas apartadas para posadas decembrinas. También puedo decirle que algo más atinado sería afirmar que el restaurante dejará de ser lo que era para ser fraccionado en locales comerciales para rentar”, añadió.

“De hecho, toda esta cuadra, junto con este establecimiento y hasta negocios aledaños como la aseguradora de aquí al lado, pertenecen a los mismos propietarios y hasta donde sé, a nadie más le han pedido desalojar”, continuó tan fluido como la limonada natural con la que daba por terminada mi comida principal.

“Y se lo digo con conocimiento de causa. Este domingo cerramos y para el lunes ya debemos de estar desalojando el mobiliario. Yo recomendé que si éste se va a tomar tiempo en venderse, lo dejemos bien cubierto para que el polvo y el paso del tiempo no lo estropeen donde lo guardemos, pero sólo es una sugerencia”.

“También sé lo de la división, porque de hecho ya vinieron a apartar este lugar (señala el centro de la nave del negocio). Ahí tomaron las medidas para hacer una pared, así que no suena tan descabellado lo de más locales comerciales”.

Postre

Ese mismo mesero, quien me llevó el hojaldre y el capuchino con el que rematé, me contó también las cosas más dulces (que lo anterior), las que muchos llevarán en sus corazones, allende su memoria.

“He visto pasar por aquí a generaciones enteras de clientes. Unos que han venido con sus hijos, y éstos, ya grandes, me presentan a los propios. En general, es una clientela fiel, de la cual ya conocemos hasta dónde se van a sentar y qué es lo que van a pedir, a la cual le ha impactado la noticia del cierre y a la que extrañaremos”, sentenció.

Y tiene razón. A partir de este domingo, no más desayunos entre camaradas, no más comidas de graduación. Nunca más posadas, despedidas de soltera o pedidas matrimoniales. Jamás otra vez el buen sabor (y no me refiero únicamente al culinario) que reinaba en El Retablo.

De las acepciones que presenta el diccionario, me quedo pensando en la más adecuada para aquéllas dos últimas palabras del párrafo anterior. Si nos atenemos a donde se plasman escenas sagradas, y por más sacrílego que se lea, el pasaje de la última cena le queda que ni mandado hacer hoy a un lugar que se convirtió en verdadera tradición entre los chihuahuenses y que hoy, para pesar de muchos, propios y “extraños” cierra sus puertas.

Mis pensamientos fueron interrumpidos en ese momento por un enésimo mesero quien, mucho más reservado que sus compañeros, más que palabras, me entregó solamente los números correspondientes a mi consumo. En ese momento recordé que también había llegado mi último día (de cargar efectivo)… una jornada antes.

“Un policía”, atiné a pedir junto con la cuenta.

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