Convivir con la suciedad, las moscas, las enfermedades e incluso el hambre, es el diario vivir de varias familias de la etnia rarámuri en la comunidad de Molino Rinconeño, municipio de Meoqui, quienes viven en chozas que por sus condiciones infrahumanas recuerdan a los asentamientos ubicados en los cinturones de miseria de Calcuta o de las favelas de Río de Janeiro.
El agua de drenaje corre por el amplio solar en cuyas orillas se levantan alrededor de quince chabolas construidas con tablones de madera, hule negro y cobijas, materiales endebles que no protegen bien del calor varaniego ni de los fríos invernales.
En varias partes del terreno, ubicado junto a una empresa cebollera, se ven apilados desechos, basura y escombro. Las moscas están por todas partes y en abundancia tal que parecen enjambres, mientras que algunos perros flacos se resguardan en las viviendas improvisadas. Un tufo de pestilencia recibe a los visitantes no acostumbrados a ver la estampa tercermundista.
Rosa, una mujer indígena de edad madura, refiere que en temporada de lluvias se forman charcos grandes y lodazales, además de que el agua se mete a las chozas. Esto agrava las condiciones de salubridad del asentamiento, donde, afirma la entrevistada, el año pasado murieron seis niños por enfermedades gastrointestinales y neumonía.
Aunado a lo anterior, comenta que en ocasiones ni siquiera tienen qué comer porque el trabajo en el campo, principal ocupación de los rarámuris, escasea en ciertos meses del año.