“Anímese, compadre. En el garito clandestino que le platiqué, para este lunes las apuestas no se centran en un regreso masivo a la ‘nueva normalidad’, sino en qué tanto se disparará la curva de contagios dentro de dos semanas que se refleje toda esa gente que ya no aguantó el encierro”.
Valentín Wilson intentó convencer por teléfono a Inocencio, su vecino, de romper lo que calificaba como “ochentena”. Cansado de esperar por semanas el pico más alto de la curva, vio en este primero de junio la oportunidad de mandar al carajo las disposiciones del confinamiento y, de paso, pervertir al padrino de su hijo.
“Chencho”, insistió, “lleva meses sin salir de casa… usted que vive al día y mantiene a su familia. Si el coronavirus no lo mata, lo hará la falta de ganancias para comer. Acepte mi invitación y se embolsará un dinerito; los momios son variados y atractivos”.
“¿De verdad?”.
“Si le contara… Claro, dejan menos dividendos aquellas apuestas a favor de lo que todos sabemos que pasará: por ejemplo, choferes de transporte urbano que olvidarán las medidas sanitarias, negocios no esenciales con las puertas abiertas de par en par, y ni se digan los paseos del Centro Histórico, tianguis y festejos con carnita asada… ¡atiborrados a cual más!”.
“Creo que exagera, mi Vale. No todos desobedecerán al semáforo. Este lunes inicia en rojo, que para nada significa la reapertura de negocios o lugares públicos. Sólo las actividades esenciales, ¿no?”.
“¿Y no es esencial salir a trabajar para comer? Usted sabe mejor que yo, pues tiene semanas con su negocio donde repara radios de bulbo cerrado. El agua debe llegarle al cuello”.
“No niego estar apretadísimo, pero como buen ciudadano debo acatar, porque me parece que esto hace mucho dejó de ser negocio (no lo digo por la obsolescencia de mi oficio), para ser una cuestión de salud. Quiero salir, pero también vivir y creo que a más respeto del confinamiento, menos tardanza en regresar a lo mío”.
“Compadre, confiemos en la sabiduría de… la casa de apuestas. Si los momios de la ‘salida de casa’ por parte de mucha gente a la que aún no le corresponde están bajos, por algo es. No conviene apostar a que muchos ‘permanecerán’, porque aunque esa línea paga mucho, tiene las mismas escasas posibilidades de ocurrir que el uso generalizado del cubrebocas”.
“¿Entonces, qué otras líneas hay?”, se interesó el otro.
“Ahí va: existe una serie de apuestas enfocadas en la reapertura de balnearios, gimnasios, estéticas y otras actividades no esenciales. Esas pagan mucho, siempre y cuando se le atine al negocio en particular que se la jugará desde el clandestinaje”.
“¿Usted cree que repuntarán los negocios clandestinos?”, Inocencio hizo honor al nombre.
“Han sido tantos los changarros que siguen operando a la vista de las autoridades sin siquiera cerrar una jornada, que no podría hablar de repunte, ni reapertura. ¿Dónde ha estado metido, compadre? ¡Ah, sí! Se tomó muy en serio el encierro…”
“Confinamiento”.
“Eso… pero abundan negocios así. Por ejemplo, yo no sufrí por desabasto de cerveza. Los ‘aguajes’ son legendarios en esta capital… aunque la caguama me salía en las perlas de la virgen. Y qué mejor botón de muestra que el casino que le digo. Se llama ‘El semáforo fuscia’, por aquello de que las autoridades no pueden acordar con qué color iniciar”.
“Está bien, me convenció. ¿Cuál es la página del casino?”.
“No, compadre”, opuso “Vale” Wilson. Hay que ir a apostar personalmente. Ya sabe, por aquello de, hasta no ver (dinero), no creer”.
“Bueno… pero, ¿vale la pena el riesgo?”.
“¡Seguro! Aunque me han dicho que todos los días asiste gente con síntomas de gripe, a todos les debe ir tan bien en cuestión de ganancias, que nadie regresa al lugar…”
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