/ domingo 27 de mayo de 2018

Duendes debajo de los puentes

Si las paredes hablaran

Las historias de duendes que existen debajo de los puentes se quedan cortas en horror si se comparan con la triste realidad de los migrantes que han hecho de esos sitios sus hogares y le dan un desgarrador sentido a la expresión “vivir bajo el puente”.

La fotografía que ilustra estas líneas fue tomada desde la contraparte de ese micromundo de carencias, dulces sueños y amargas realidades: uno de los vagones del nuevo Chepe Express, a su paso por un puente cercano a Los Mochis, Sinaloa.

Empero, bien podría tratarse del puente de la avenida Pacheco, en esta ciudad, o alguna otra estructura similar a lo largo de la ruta que la famosa “Bestia” recorre desde el sur del país. Los personajes de esta puesta en escena con una sola pared como telón bien pueden ser distintos, pero los dramas son muy parecidos… tristemente.

Y si bien se puede recurrir a la frase hecha de que “una imagen dice más que mil palabras”, en esta ocasión lo mejor es invertirle el sentido (más de mil palabras sobre una imagen), y dividir la gráfica en varias historias que, aunque sugeridas, no dejan de tener semejanza con una realidad que cotidianamente viven miles de migrantes.

En el primer plano se puede apreciar a un grupo de cinco aventureros que hicieron del espacio entre las vías férreas un imaginario andén en el que cuatro de ellos descansan de las penurias de un viaje de quizá miles de kilómetros, entre los cuales han sufrido ataques xenófobos, robos, abusos y, en definitiva, un sinfín de peligros.

Descanso más que merecido en ese caso. Hacen de su mochila de viaje su almohada que quizá, en ese momento no intercambiarían ni por un hotel de cinco estrellas, pues tal vez consultan con ella la posibilidad de regresar a las carencias de su hogar… o seguir sufriendo vejaciones en aras de un destino (geográfico y cronológico), muy incierto.

Al centro de ellos, un quinto migrante, de pie, voltea, sorprendido por el paso de un ferrocarril muy distinto al que piensa tomar él, pues para empezar, aquél es de pasajeros y el “suyo” si bien carga pasajeros, también lo hace con las ilusiones de quienes van rumbo al norte.

En el fondo, del otro lado de las vías se observa un nutrido grupo que bien podría semejarse a una liga de naciones centroamericanas. Desde luego, casi ninguno de ellos cargará con documentos que acrediten su nacionalidad, pero se puede asegurar, casi sin margen de error, que en esa decena hay algún “nica” (Nicaragua), catracho (Honduras), cuzcatleco (El Salvador), chapín (Guatemala) y quizá hasta ticos (Costa Rica), canaleros (Panamá) y beliceños.

Tienen la piel morena, algunos más que otros, y con algunos regionalismos propios, hablan la lengua de Cervantes. Y, sin embargo, en este país los tratan como extranjeros y los maltratan peor que a los criminales que sugiere Trump en sus alocados discursos… por algo se refugian bajo los puentes.

El grupito de la derecha parece el más optimista, pues se animan a saludar con la mano. Entre los de atrás, dos de ellos lo hacen con la mano extendida, con la ambigüedad del hola y el adiós al mismo tiempo. Con la ilusión de ir algún día paseando en uno de esos vagones, cuyo pasaje cuesta lo que en un futuro piensan ganar en dólares.

Otro más, recostado, quizá tiene demasiada flojera para extender toda la mano y sólo con índice y cordial hace la tan socorrida “v” de la victoria, quizá tratando de emular a los muchos dictadores y demagogos centroamericanos que han hecho de la cintura del continente un verdadero cinturón de miseria que obliga a muchos de sus habitantes a huir, literal, por una vida mejor, sin la menor garantía de conseguirla, pero para muchos, peor sería quedarse.

El de adelante muestra sólo el dedo cordial (que dicho sea de paso, con ese tipo de señas, de cordial nada tiene). Si sus compañeros de atrás muestran quizá un poco de envidia “de la buena” hacia los pasajeros del ferrocarril, él revela con su gesto un mucho “de la mala”.

O tal vez en esa obscenidad intenta concentrar las hambres, tristezas, frustraciones y agridulces decepciones que ha tenido que pasar para llegar apenas ahí, muy lejos de su meta, y más lejos aún, parafraseando a la “Canción mixteca”, del suelo donde ha nacido. Al menos, la expresión de este hombre no contiene un dejo de hipocresía… aunque para algunos se pasa de sincera.

A la izquierda inmediata de “los saludadores”, un par de migrantes más. Sólo hace falta verlos para sentir en ellos el cansancio, no sólo de un viaje de muchas semanas y más leguas, sino de una vida de privaciones y salarios que no alcanzan sino para desencantarse de la tierra natal e ir a “buscarle” al “otro lado”.

Los dos migrantes de la izquierda igual reflejan cierta fatiga, pero les ayuda que son más jóvenes que los anteriores y están aún demasiado “macizos” como para hartarse por un tren con rumbo al septentrión que tarde en llegar, aunque no tanto como las remesas que aún ni siquiera empiezan a ganar.

Al centro de todos ellos, una madre con su pequeño vástago… o quizá una hermana mayor con su hermanito, difícil saberlo. Lo que sí es seguro es que, si para el resto de los varones de la foto las condiciones de viaje son más que duras, ¿qué tanto habrá que multiplicar los pesares para una dama que, encima tiene un menor entre sus responsabilidades de sobrevivir, de llegar o morir en el intento?

Cada migrante es, sin duda, una historia. Muchas veces, de una trama tan conmovedora como la de una novela, pero tan cruda como la vida misma. Muy, pocas, casi escasas, las ocasiones en que ese relato tenga un final feliz.

Atrás, el puente, como muchos otros en todo el país, replicante de un universo casi infinito de historias. Su parte baja “luce” pintarrajeada, tal y como lo estarían las paredes de una prisión. Ésta, aunque es solamente una, no deja de pertenecer a una especie de cárcel cuya “zona de hombre muerto” es a veces cruzando la frontera a manos de la “migra” o los “minutemen”, o en el desierto inmediato. A veces es mucho antes, encima de “La Bestia” o a manos de alguna “mara” que trata como extranjeros a aquéllos que hablan su mismo idioma y tienen el mismo color de piel.

¡Si esa pared hablara, cuántas historias no contaría! Aunque en cierta forma, sí habla: encima de las pintas, y al lado del mensaje “Lea la Biblia, es la verdad; Cristo salva”, se puede apreciar la cita del versículo 12, en el capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles que (dependiendo de la versión, en este caso la católica), dice más o menos así: “No hay salvación en ningún otro (que no sea Jesucristo), pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres ningún otro Nombre por el que debamos ser salvados”.

¿Creerán en esa salvación los aquí mencionados y los que antes que ellos han estado bajo ese puente? ¿Creería usted en esa salvación, estimado lector, luego de pasar por los infiernos similares a los que aquéllos se han expuesto?


DATO


Tentación

En promedio, un inmigrante en los Estados Unidos puede llegar a ganar hasta seis veces más de lo que devenga un profesionista en este país, de acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

Las historias de duendes que existen debajo de los puentes se quedan cortas en horror si se comparan con la triste realidad de los migrantes que han hecho de esos sitios sus hogares y le dan un desgarrador sentido a la expresión “vivir bajo el puente”.

La fotografía que ilustra estas líneas fue tomada desde la contraparte de ese micromundo de carencias, dulces sueños y amargas realidades: uno de los vagones del nuevo Chepe Express, a su paso por un puente cercano a Los Mochis, Sinaloa.

Empero, bien podría tratarse del puente de la avenida Pacheco, en esta ciudad, o alguna otra estructura similar a lo largo de la ruta que la famosa “Bestia” recorre desde el sur del país. Los personajes de esta puesta en escena con una sola pared como telón bien pueden ser distintos, pero los dramas son muy parecidos… tristemente.

Y si bien se puede recurrir a la frase hecha de que “una imagen dice más que mil palabras”, en esta ocasión lo mejor es invertirle el sentido (más de mil palabras sobre una imagen), y dividir la gráfica en varias historias que, aunque sugeridas, no dejan de tener semejanza con una realidad que cotidianamente viven miles de migrantes.

En el primer plano se puede apreciar a un grupo de cinco aventureros que hicieron del espacio entre las vías férreas un imaginario andén en el que cuatro de ellos descansan de las penurias de un viaje de quizá miles de kilómetros, entre los cuales han sufrido ataques xenófobos, robos, abusos y, en definitiva, un sinfín de peligros.

Descanso más que merecido en ese caso. Hacen de su mochila de viaje su almohada que quizá, en ese momento no intercambiarían ni por un hotel de cinco estrellas, pues tal vez consultan con ella la posibilidad de regresar a las carencias de su hogar… o seguir sufriendo vejaciones en aras de un destino (geográfico y cronológico), muy incierto.

Al centro de ellos, un quinto migrante, de pie, voltea, sorprendido por el paso de un ferrocarril muy distinto al que piensa tomar él, pues para empezar, aquél es de pasajeros y el “suyo” si bien carga pasajeros, también lo hace con las ilusiones de quienes van rumbo al norte.

En el fondo, del otro lado de las vías se observa un nutrido grupo que bien podría semejarse a una liga de naciones centroamericanas. Desde luego, casi ninguno de ellos cargará con documentos que acrediten su nacionalidad, pero se puede asegurar, casi sin margen de error, que en esa decena hay algún “nica” (Nicaragua), catracho (Honduras), cuzcatleco (El Salvador), chapín (Guatemala) y quizá hasta ticos (Costa Rica), canaleros (Panamá) y beliceños.

Tienen la piel morena, algunos más que otros, y con algunos regionalismos propios, hablan la lengua de Cervantes. Y, sin embargo, en este país los tratan como extranjeros y los maltratan peor que a los criminales que sugiere Trump en sus alocados discursos… por algo se refugian bajo los puentes.

El grupito de la derecha parece el más optimista, pues se animan a saludar con la mano. Entre los de atrás, dos de ellos lo hacen con la mano extendida, con la ambigüedad del hola y el adiós al mismo tiempo. Con la ilusión de ir algún día paseando en uno de esos vagones, cuyo pasaje cuesta lo que en un futuro piensan ganar en dólares.

Otro más, recostado, quizá tiene demasiada flojera para extender toda la mano y sólo con índice y cordial hace la tan socorrida “v” de la victoria, quizá tratando de emular a los muchos dictadores y demagogos centroamericanos que han hecho de la cintura del continente un verdadero cinturón de miseria que obliga a muchos de sus habitantes a huir, literal, por una vida mejor, sin la menor garantía de conseguirla, pero para muchos, peor sería quedarse.

El de adelante muestra sólo el dedo cordial (que dicho sea de paso, con ese tipo de señas, de cordial nada tiene). Si sus compañeros de atrás muestran quizá un poco de envidia “de la buena” hacia los pasajeros del ferrocarril, él revela con su gesto un mucho “de la mala”.

O tal vez en esa obscenidad intenta concentrar las hambres, tristezas, frustraciones y agridulces decepciones que ha tenido que pasar para llegar apenas ahí, muy lejos de su meta, y más lejos aún, parafraseando a la “Canción mixteca”, del suelo donde ha nacido. Al menos, la expresión de este hombre no contiene un dejo de hipocresía… aunque para algunos se pasa de sincera.

A la izquierda inmediata de “los saludadores”, un par de migrantes más. Sólo hace falta verlos para sentir en ellos el cansancio, no sólo de un viaje de muchas semanas y más leguas, sino de una vida de privaciones y salarios que no alcanzan sino para desencantarse de la tierra natal e ir a “buscarle” al “otro lado”.

Los dos migrantes de la izquierda igual reflejan cierta fatiga, pero les ayuda que son más jóvenes que los anteriores y están aún demasiado “macizos” como para hartarse por un tren con rumbo al septentrión que tarde en llegar, aunque no tanto como las remesas que aún ni siquiera empiezan a ganar.

Al centro de todos ellos, una madre con su pequeño vástago… o quizá una hermana mayor con su hermanito, difícil saberlo. Lo que sí es seguro es que, si para el resto de los varones de la foto las condiciones de viaje son más que duras, ¿qué tanto habrá que multiplicar los pesares para una dama que, encima tiene un menor entre sus responsabilidades de sobrevivir, de llegar o morir en el intento?

Cada migrante es, sin duda, una historia. Muchas veces, de una trama tan conmovedora como la de una novela, pero tan cruda como la vida misma. Muy, pocas, casi escasas, las ocasiones en que ese relato tenga un final feliz.

Atrás, el puente, como muchos otros en todo el país, replicante de un universo casi infinito de historias. Su parte baja “luce” pintarrajeada, tal y como lo estarían las paredes de una prisión. Ésta, aunque es solamente una, no deja de pertenecer a una especie de cárcel cuya “zona de hombre muerto” es a veces cruzando la frontera a manos de la “migra” o los “minutemen”, o en el desierto inmediato. A veces es mucho antes, encima de “La Bestia” o a manos de alguna “mara” que trata como extranjeros a aquéllos que hablan su mismo idioma y tienen el mismo color de piel.

¡Si esa pared hablara, cuántas historias no contaría! Aunque en cierta forma, sí habla: encima de las pintas, y al lado del mensaje “Lea la Biblia, es la verdad; Cristo salva”, se puede apreciar la cita del versículo 12, en el capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles que (dependiendo de la versión, en este caso la católica), dice más o menos así: “No hay salvación en ningún otro (que no sea Jesucristo), pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres ningún otro Nombre por el que debamos ser salvados”.

¿Creerán en esa salvación los aquí mencionados y los que antes que ellos han estado bajo ese puente? ¿Creería usted en esa salvación, estimado lector, luego de pasar por los infiernos similares a los que aquéllos se han expuesto?


DATO


Tentación

En promedio, un inmigrante en los Estados Unidos puede llegar a ganar hasta seis veces más de lo que devenga un profesionista en este país, de acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

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