Miles de años después de cumplirse la frase “el hombre es el lobo del hombre”, la cual popularizó el filósofo Thomas Hobbes en una de sus obras, quedaron en pie pocas construcciones que dieran testimonio de la extinta Humanidad en la Tierra: las pirámides de Egipto, la Gran Muralla China… y el Acueducto de Chihuahua.
Los sognirg, raza alienígena interesada en expandir su dominio por todos los rincones del Universo, enviaron a un grupo de investigadores al tercer planeta del sistema solar para descubrir los secretos de tales estructuras.
Los expertos descifraron rápido los enigmas de aquellas primeras. En el caso de los gigantescos sepulcros egipcios, concluyeron que eran vestigios de castillos de arena que un tal Chuck Norris hizo en su niñez. En cuanto a la edificación oriental, la teoría hablaba de cierto señor Trump y su obsesión por contener el flujo de migrantes indeseables.
Pero donde, literalmente, toparon con piedra, fue con la estructura chihuahuense. Luego de meses de estudios, los especialistas no podían ponerse de acuerdo sobre el propósito de la edificación del acueducto colonial.
Como ocurre en el relato de los ciegos que tocaron diferentes partes del elefante y luego lo describieron, cada miembro del equipo comisionado para estudiar la obra tenía su propia hipótesis respecto a su uso.
“Al principio pensé que fue construido para transportar agua en medio de los desérticos paisajes, pero lo descarté cuando encontré trazas de raíces de diversas plantas en la canaleta por donde debería haber pasado el vital líquido, por lo que concluyo que era un gigantesco macetero”, señaló el botánico durante una lluvia de ideas al pie del monumento.
“Para nada, compañero”, lo contradijo el perito en ecocidios. “La idea del hombre preocupado por su propio medio ambiente es absurda. Lo compruebo con los cientos de toneladas que encontré en una de las zonas de la construcción. Este lugar era un simple tiradero cuyos desechos acabaron por sepultarlo, a la inversa de lo que ocurría con los también arcaicos rellenos sanitarios”.
“Yo discrepo”, intervino quien sabía de planeación urbana. “Esto no fue sino una especie de enorme cimiento que sirvió para apuntalar asentamientos humanos. Hay un área de la estructura que casi fue sepultada en su totalidad para convertir el agreste terreno que le rodeaba en un complejo habitacional. Incluso hay otra donde se advierten los rastros de una demolición que dio paso a un estacionamiento privado”.
“¡Su primera propuesta es ridícula!”, se exacerbó el sociólogo, señalando una “rayoneada” y muy deteriorada sección del conducto que otrora apagó la sed y las necesidades básicas de la Villa de Chihuahua. “Nadie en su sano juicio habría pensado en vivir en esta zona, donde se nota a leguas que la rapiña, el grafitti y la consecuente delincuencia eran el pan de todos los días”.
“Lamento contradecirlo, colega”, intervino otro, autoridad en juegos autóctonos, señalando la marca de un balonazo en uno de los arcos. “Esta huella indica que se practicaba una especie de deporte primitivo que consistía en patear un balón hacia una portería”.
“Por si eso no bastase para sugerir que el área era una especie de complejo deportivo o parque de juegos, en la parte más alta de la construcción he encontrado huellas, incluso infantiles, de personas a quienes les gustaban las emociones extremas, pues se paseaban en sus alturas sin red de protección.
“Y para comprobar mi conjetura, toda la edificación, también en su parte más alta, servía como una red de voleibol o ping pong. Sostengo esto porque también hallé registros periodísticos de la época donde se afirmaba que ‘las autoridades se avientan la pelotita ante la problemática que asfixia a este monumento histórico…’”.
Viendo que aquella discusión hacia ningún lado iba, un estudiante que realizaba su servicio social como ayudante de los expertos intervino: “Creo que en lo único en que podemos estar de acuerdo es que esta cosa, lo que haya sido, no pudo erigirse como monumento histórico. Aquí he escuchado demasiadas faltas de respeto hacia ella”.
Luego preguntó a quien inició la lluvia de teorías: “Profesor, ¿por qué los gobernantes de nuestro planeta están tan interesados en la resistencia de construcciones como ésta?”.
“Porque si con nuestra tecnología podemos replicar el material de esta cosa, como usted le llama, que ha perdurado pese al maltrato que durante años se le dio y, estoica, aguantó ante la indiferencia de las autoridades y la sociedad misma, nuestra raza podrá construir estructuras que sigan hablando de nosotros por siempre”.
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