/ domingo 21 de octubre de 2018

El viacrucis de una madre; la muerte de un bebé en el IMSS

[PRIMERA DE DOS PARTES]

Sin dejar de menoscabo que en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) exista personal calificado y preocupado por dar un servicio satisfactorio a sus derechohabientes, del otro lado de la misma moneda se dan, de hecho, negligencias y malas prácticas que a veces tienen consecuencias fatales.

Así le ocurrió recientemente al menor Derek Emmanuel Sánchez Caldera, ingresado al área de Urgencias de la Clínica 66 de la referida institución, en Ciudad Juárez el 16 de diciembre de 2017, y fallecido el 25 de febrero en ese mismo hospital por mala praxis y omisión médica, de acuerdo al dictamen de la Procuraduría General de la República fechado en la misma frontera, el jueves.

Para los padres del niño fueron alrededor de 70 días de sufrimiento y angustia, un verdadero viacrucis que se convierte en una triste muestra del calvario por el que pasan de manera cotidiana varios de los pacientes del Seguro Social. Se insiste, no se trata de generalizar, sino sólo de remitir a los hechos.


La versión de la madre


Para la madre del menor, Aslin Kristal Caldera Gallarzo, su vía dolorosa particular comenzó muy temprano aquel ya mencionado 16 de diciembre.

Según consta en el documento recibido en la Coordinación de Atención y Orientación al Derechohabiente del IMSS en atención a la Dirección Jurídica del mismo, la citada dama acudió ese día a la clínica, al área de Urgencias.

Buscaba atención para su hijo Derek, de dos meses de nacido, quien presentaba respiración lenta y su estado de salud era considerado por ella como grave. Lo que en la mayoría de los casos podría ser un chequeo de rutina, diagnóstico del mal y procedimiento médico de, en el peor de los casos, unas tres o cuatro horas (con la consabida espera de este tipo de menesteres incluida), se extendió por más de 70 días, hasta culminar con el fallecimiento del niño.

De acuerdo con las declaraciones de la señora en el referido documento, no sólo fue la angustia de la hospitalización de su hijo por diagnóstico de infecciones bacteriana y viral que le ocasionaron, entre otras cosas, meningitis.

A ese sobreentendido calvario Aslin tuvo que añadirle, por ejemplo en el primer lapso de internación de su hijo (después de esa consulta, lo dejaron tres semanas más hospitalizado), versiones de “radio pasillo” en el que, en una ocasión “unas enfermeras” le informaron que Derek había sufrido un paro cardiaco, pero que había sido reanimado afortunadamente, no obstante su corazoncito no resistiría otro ataque.

De igual manera, tuvo que soportar otras inconsistencias, como el hecho de que trasladaran a su paciente de Terapia Intensiva a Pediatría sin estar ella presente (el mismo reglamento del IMSS lo prohíbe). En este sentido, el traslado se hizo en un momento en que personal de la propia institución la mandó a su casa a descansar y asearse… y luego la culpó por estar ausente en tan crucial momento.

Del 16 de diciembre al 12 de enero en que Derek fue dado de alta, este estuvo yendo y viniendo de la gravedad a la estabilidad. De acuerdo con su madre, al menos en una ocasión reportó anomalías en el cuadro de su vástago al personal, pero en ningún momento obtuvo respuesta por parte del mismo.

Cuando parecía que lo peor ya había pasado y que a la familia le esperaba la tranquilidad del hogar, ese mismo día 12 tuvieron que regresar a la misma clínica. Los padres del menor estaban asustados por su falta de apetito y su consecuente debilidad.

A estas alturas, el niño ya llevaba un tratamiento consistente en medicinas para el reflujo y las convulsiones que sufría, mismo que estaba indicado por el siguiente año.

De nueva cuenta en Urgencias, el médico que lo recibió le administró suero para hidratarlo, aunque luego de unas horas se concluyó que el niño debería quedarse otra vez en hospitalización, donde permaneció hasta el 14 de enero y fue dado de alta.

La salud del infante sólo fue una ilusión, y con la esperanza de una segunda opinión, la familia fue al Centro Médico de Especialidades… donde la remitieron al IMSS debido a que ahí se encontraba el historial médico del paciente.

Antes de la remisión, el doctor que los atendió le dijo a la señora Caldera que la Ranitidina (al parecer, parte del tratamiento que Derek traía desde el Seguro Social) era un medicamento para adulto, y que no debía tomarla el bebé, y que el Metoclopamida provocaba espasmos fuertes en el niño, por lo que tampoco debería tomarlo.

En el mismo sentido, el mencionado galeno le cambió la fórmula alimentaria al paciente, y fue entonces que Aslin comenzó a notar una mejoría en su hijo, por lo que pensó que las cosas habían vuelto a la normalidad.

Y lo hicieron, en cierto modo. Incluso, hasta el 25 de enero, cuando el paciente tuvo cita en el IMSS. El médico en turno que lo atendió le recetó lo mismo que ya se le había recomendado en el Centro Médico de Especialidades, aunque sí le informó a la madre que la medicina para el reflujo no la podría conseguir en la farmacia de la clínica, que la consiguiera “por fuera”.

Derek estuvo bien hasta el 16 de febrero cuando ya no quiso comer y regresó el vómito. Su madre dice que lo llevaron al IMSS y que la atención tardó demasiado. Que incluso, un médico que describe como “de ojos rasgados, cabello negro, moreno claro, vestido de negro, sólo con su gafete”, pero cuyo distintivo más sobresaliente fue su “trato inhumano” le dijo a la señora que el niño nada tenía.

En palabras propias de la señora Caldera, ese sujeto mencionó, textual, que él “no lo iba a atender, que si queríamos, nos esperáramos a que llegara la doctora de la tarde”, porque él “ya se tenía que ir del lugar y que no tenía tiempo”.

Es en esta parte del relato donde empieza el verdadero sufrimiento de Aslin. Omite nombres por, al parecer, la premura del caso, pero describe a todos los involucrados, aunque sólo los mencione como “doctor” o “doctora”.

Así define a la persona que, agrega, llegó a suplir a aquel a quien el juramento de Hipócrates al parecer dejó de tener sentido. También habla de una enfermera que esa misma noche le suministró suero a su pequeño de tan mala manera que, en vez de colocarle la aguja en la vena axilar, lo hizo por debajo de su piel, provocando que el líquido se concentrara en una parte, provocando una bolsa en su axila y mucho dolor.

El médico de guardia, del turno nocturno, un “hombre robusto, de aproximadamente 50 años”, llegó y dio de alta al pequeño paciente sin revisarlo. El reclamo de la madre en este sentido fue lógico, pero el argumento esgrimido por el doctor fue que “había muchos pacientes por atender, que lo cuidara en la casa y que el niño nada tenía”.

Ante tal serie de ineficiencias, al día siguiente (17 de febrero), se decide llevar al niño a una clínica privada, donde el facultativo que lo atendió le recetó suero para la deshidratación y recomendó su inmediato regreso al IMSS, porque estaba muy grave.

De nuevo en la clínica 66, el médico Daniel Cárdenas Fernández tuvo otra opinión, al examinar al niño y decir que estaba bien. Le volvió a indicar los mismos medicamentos, mencionando en la receta vómitos y “aparente deshidratación”.

La madre no se movió del lugar, explicándole al doctor que su hijo no estaba bien, y sólo se retiró ante la amenaza de aquel de traer un guardia para que la sacara. Sin más opción, se apegó al tratamiento recomendado hasta el día 19.

Ese día, la señora acudió al Seguro Popular, donde se canalizó al menor al Hospital Infantil, en el cual se le atendió por deshidratación, le dieron tratamiento y lo dieron de alta. Pero no mostró mejoría.

El 21, la madre de Aslin y abuela de Derek, Verónica Gallarzo, tomó la decisión de regresar a la Clínica 66 del IMSS, de donde no se movió hasta lograr que atendieran a su nieto… en el área de adultos.

A pesar de ello, el niño fue remitido a Pediatría de Urgencias, donde los dejaron esperando aproximadamente dos horas y media. La señora Gallarzo estuvo en un pasillo hasta que se cumplió el otro turno. Al parecer, alguien dejó olvidado “por ahí” el expediente del niño.

Para cuando el médico del nuevo turno valoró al bebé, sus convulsiones ya no se podían detener y se le dejó internado. Fue subido “a piso” ese mismo día, ya bien entrada la noche. Según el relato de Aslin, las convulsiones y los vómitos continuaron todo el día siguiente.

El paciente empeoró en la madrugada del día 23, y en presencia de la propia madre del infante, el doctor recomendó un sedante para controlar las convulsiones. Refiere ella misma que vio la aplicación de la sustancia, la cual hizo efecto de inmediato.

Sin embargo, una vez pasado este, siguieron las convulsiones, y esta vez no hubo sedante que valiera, a tal punto, que madre e hijo fueron puestos en una silla de ruedas y llevados para estudios en la cabecita del menor.

De acuerdo con la señora, durante el trayecto de regreso, luego de los estudios, notó cómo el camillero que la transportaba en la silla de ruedas y una enfermera, se reían por la forma en que convulsionaba el bebé.

Se procedió a sedar al infante, cosa que se empezó a hacer con más frecuencia. Asimismo, Aslin perdió la cuenta de cuántos médicos fueron los que consideraron la opción de “entubar” al niño debido a que las convulsiones eran cada vez más frecuentes.

El niño terminó el día 23 en el área de Terapia Intensiva… y su madre firmando una responsiva debido a que iba a aplicársele un catéter en la yugular. El día siguiente la jornada de responsivas se repitió para la madre, debiendo firmar otra responsiva, en esta ocasión tocante a una posible cirugía en la cabeza del paciente.

Al mediodía del 25 (hora de visita) Aslin regresó al hospital y se encontró con un neurocirujano de quien no recuerda el nombre, sólo que le recomendó que le diera muchos besos a su hijo y que le “echara” una bendición. Luego de eso, fue retirada de la presencia de su bebé.

Horas después, otra doctora la encontró para decirle que “todo había salido muy bien” (no se especifica si de estudios o de cirugía) y la citó a las 18:00 horas, momento en que una enfermera le dijo que el niño estaba tan bien que había estado platicando con ella… con sólo unos meses de edad.

La anterior información desconcertó a la señora Caldera, quien después logró extraer la verdad de la enfermera, quien sólo le dijo que “se les había pasado la mano en la sedación” y que el niño no despertaba.

De inmediato, la madre del menor se quejó con el médico, quien sólo le dijo que no se preocupara, que iba a hablar con la enfermera… y que al niño lo iban a valorar en el transcurso del día para ver si era candidato a cirugía.

Aslin no obtuvo al respecto respuesta ni por parte de la enfermera ni del galeno. Sólo a las 23:14 fue solicitada con urgencia en Terapia Intensiva, donde un doctor la pasó al comedor de médico y le dijo que su hijo había fallecido a causa de un paro respiratorio y cardiaco por exceso de sedante.

Ante el natural enojo y frustración de la madre, el médico respondió que él no había sedado al niño, pero que “regañaría” a las enfermeras responsables. Luego, le pidió que fuera a realizar los trámites correspondientes a la defunción, en los cuales, relata la señora, jamás contó con la asesoría del IMSS.

Finalmente, la señora desconoce si a su hijo se le practicó la necropsia de ley, y que le fue negado el historial clínico de su bebé. Pidió la investigación correspondiente, así como las sanciones correspondientes para los involucrados, así como ayuda psicológica e indemnización económica para ella y su familia.



MAÑANA: LA OTRA CARA DEL SUFRIMIENTO


Sin dejar de menoscabo que en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) exista personal calificado y preocupado por dar un servicio satisfactorio a sus derechohabientes, del otro lado de la misma moneda se dan, de hecho, negligencias y malas prácticas que a veces tienen consecuencias fatales.

Así le ocurrió recientemente al menor Derek Emmanuel Sánchez Caldera, ingresado al área de Urgencias de la Clínica 66 de la referida institución, en Ciudad Juárez el 16 de diciembre de 2017, y fallecido el 25 de febrero en ese mismo hospital por mala praxis y omisión médica, de acuerdo al dictamen de la Procuraduría General de la República fechado en la misma frontera, el jueves.

Para los padres del niño fueron alrededor de 70 días de sufrimiento y angustia, un verdadero viacrucis que se convierte en una triste muestra del calvario por el que pasan de manera cotidiana varios de los pacientes del Seguro Social. Se insiste, no se trata de generalizar, sino sólo de remitir a los hechos.


La versión de la madre


Para la madre del menor, Aslin Kristal Caldera Gallarzo, su vía dolorosa particular comenzó muy temprano aquel ya mencionado 16 de diciembre.

Según consta en el documento recibido en la Coordinación de Atención y Orientación al Derechohabiente del IMSS en atención a la Dirección Jurídica del mismo, la citada dama acudió ese día a la clínica, al área de Urgencias.

Buscaba atención para su hijo Derek, de dos meses de nacido, quien presentaba respiración lenta y su estado de salud era considerado por ella como grave. Lo que en la mayoría de los casos podría ser un chequeo de rutina, diagnóstico del mal y procedimiento médico de, en el peor de los casos, unas tres o cuatro horas (con la consabida espera de este tipo de menesteres incluida), se extendió por más de 70 días, hasta culminar con el fallecimiento del niño.

De acuerdo con las declaraciones de la señora en el referido documento, no sólo fue la angustia de la hospitalización de su hijo por diagnóstico de infecciones bacteriana y viral que le ocasionaron, entre otras cosas, meningitis.

A ese sobreentendido calvario Aslin tuvo que añadirle, por ejemplo en el primer lapso de internación de su hijo (después de esa consulta, lo dejaron tres semanas más hospitalizado), versiones de “radio pasillo” en el que, en una ocasión “unas enfermeras” le informaron que Derek había sufrido un paro cardiaco, pero que había sido reanimado afortunadamente, no obstante su corazoncito no resistiría otro ataque.

De igual manera, tuvo que soportar otras inconsistencias, como el hecho de que trasladaran a su paciente de Terapia Intensiva a Pediatría sin estar ella presente (el mismo reglamento del IMSS lo prohíbe). En este sentido, el traslado se hizo en un momento en que personal de la propia institución la mandó a su casa a descansar y asearse… y luego la culpó por estar ausente en tan crucial momento.

Del 16 de diciembre al 12 de enero en que Derek fue dado de alta, este estuvo yendo y viniendo de la gravedad a la estabilidad. De acuerdo con su madre, al menos en una ocasión reportó anomalías en el cuadro de su vástago al personal, pero en ningún momento obtuvo respuesta por parte del mismo.

Cuando parecía que lo peor ya había pasado y que a la familia le esperaba la tranquilidad del hogar, ese mismo día 12 tuvieron que regresar a la misma clínica. Los padres del menor estaban asustados por su falta de apetito y su consecuente debilidad.

A estas alturas, el niño ya llevaba un tratamiento consistente en medicinas para el reflujo y las convulsiones que sufría, mismo que estaba indicado por el siguiente año.

De nueva cuenta en Urgencias, el médico que lo recibió le administró suero para hidratarlo, aunque luego de unas horas se concluyó que el niño debería quedarse otra vez en hospitalización, donde permaneció hasta el 14 de enero y fue dado de alta.

La salud del infante sólo fue una ilusión, y con la esperanza de una segunda opinión, la familia fue al Centro Médico de Especialidades… donde la remitieron al IMSS debido a que ahí se encontraba el historial médico del paciente.

Antes de la remisión, el doctor que los atendió le dijo a la señora Caldera que la Ranitidina (al parecer, parte del tratamiento que Derek traía desde el Seguro Social) era un medicamento para adulto, y que no debía tomarla el bebé, y que el Metoclopamida provocaba espasmos fuertes en el niño, por lo que tampoco debería tomarlo.

En el mismo sentido, el mencionado galeno le cambió la fórmula alimentaria al paciente, y fue entonces que Aslin comenzó a notar una mejoría en su hijo, por lo que pensó que las cosas habían vuelto a la normalidad.

Y lo hicieron, en cierto modo. Incluso, hasta el 25 de enero, cuando el paciente tuvo cita en el IMSS. El médico en turno que lo atendió le recetó lo mismo que ya se le había recomendado en el Centro Médico de Especialidades, aunque sí le informó a la madre que la medicina para el reflujo no la podría conseguir en la farmacia de la clínica, que la consiguiera “por fuera”.

Derek estuvo bien hasta el 16 de febrero cuando ya no quiso comer y regresó el vómito. Su madre dice que lo llevaron al IMSS y que la atención tardó demasiado. Que incluso, un médico que describe como “de ojos rasgados, cabello negro, moreno claro, vestido de negro, sólo con su gafete”, pero cuyo distintivo más sobresaliente fue su “trato inhumano” le dijo a la señora que el niño nada tenía.

En palabras propias de la señora Caldera, ese sujeto mencionó, textual, que él “no lo iba a atender, que si queríamos, nos esperáramos a que llegara la doctora de la tarde”, porque él “ya se tenía que ir del lugar y que no tenía tiempo”.

Es en esta parte del relato donde empieza el verdadero sufrimiento de Aslin. Omite nombres por, al parecer, la premura del caso, pero describe a todos los involucrados, aunque sólo los mencione como “doctor” o “doctora”.

Así define a la persona que, agrega, llegó a suplir a aquel a quien el juramento de Hipócrates al parecer dejó de tener sentido. También habla de una enfermera que esa misma noche le suministró suero a su pequeño de tan mala manera que, en vez de colocarle la aguja en la vena axilar, lo hizo por debajo de su piel, provocando que el líquido se concentrara en una parte, provocando una bolsa en su axila y mucho dolor.

El médico de guardia, del turno nocturno, un “hombre robusto, de aproximadamente 50 años”, llegó y dio de alta al pequeño paciente sin revisarlo. El reclamo de la madre en este sentido fue lógico, pero el argumento esgrimido por el doctor fue que “había muchos pacientes por atender, que lo cuidara en la casa y que el niño nada tenía”.

Ante tal serie de ineficiencias, al día siguiente (17 de febrero), se decide llevar al niño a una clínica privada, donde el facultativo que lo atendió le recetó suero para la deshidratación y recomendó su inmediato regreso al IMSS, porque estaba muy grave.

De nuevo en la clínica 66, el médico Daniel Cárdenas Fernández tuvo otra opinión, al examinar al niño y decir que estaba bien. Le volvió a indicar los mismos medicamentos, mencionando en la receta vómitos y “aparente deshidratación”.

La madre no se movió del lugar, explicándole al doctor que su hijo no estaba bien, y sólo se retiró ante la amenaza de aquel de traer un guardia para que la sacara. Sin más opción, se apegó al tratamiento recomendado hasta el día 19.

Ese día, la señora acudió al Seguro Popular, donde se canalizó al menor al Hospital Infantil, en el cual se le atendió por deshidratación, le dieron tratamiento y lo dieron de alta. Pero no mostró mejoría.

El 21, la madre de Aslin y abuela de Derek, Verónica Gallarzo, tomó la decisión de regresar a la Clínica 66 del IMSS, de donde no se movió hasta lograr que atendieran a su nieto… en el área de adultos.

A pesar de ello, el niño fue remitido a Pediatría de Urgencias, donde los dejaron esperando aproximadamente dos horas y media. La señora Gallarzo estuvo en un pasillo hasta que se cumplió el otro turno. Al parecer, alguien dejó olvidado “por ahí” el expediente del niño.

Para cuando el médico del nuevo turno valoró al bebé, sus convulsiones ya no se podían detener y se le dejó internado. Fue subido “a piso” ese mismo día, ya bien entrada la noche. Según el relato de Aslin, las convulsiones y los vómitos continuaron todo el día siguiente.

El paciente empeoró en la madrugada del día 23, y en presencia de la propia madre del infante, el doctor recomendó un sedante para controlar las convulsiones. Refiere ella misma que vio la aplicación de la sustancia, la cual hizo efecto de inmediato.

Sin embargo, una vez pasado este, siguieron las convulsiones, y esta vez no hubo sedante que valiera, a tal punto, que madre e hijo fueron puestos en una silla de ruedas y llevados para estudios en la cabecita del menor.

De acuerdo con la señora, durante el trayecto de regreso, luego de los estudios, notó cómo el camillero que la transportaba en la silla de ruedas y una enfermera, se reían por la forma en que convulsionaba el bebé.

Se procedió a sedar al infante, cosa que se empezó a hacer con más frecuencia. Asimismo, Aslin perdió la cuenta de cuántos médicos fueron los que consideraron la opción de “entubar” al niño debido a que las convulsiones eran cada vez más frecuentes.

El niño terminó el día 23 en el área de Terapia Intensiva… y su madre firmando una responsiva debido a que iba a aplicársele un catéter en la yugular. El día siguiente la jornada de responsivas se repitió para la madre, debiendo firmar otra responsiva, en esta ocasión tocante a una posible cirugía en la cabeza del paciente.

Al mediodía del 25 (hora de visita) Aslin regresó al hospital y se encontró con un neurocirujano de quien no recuerda el nombre, sólo que le recomendó que le diera muchos besos a su hijo y que le “echara” una bendición. Luego de eso, fue retirada de la presencia de su bebé.

Horas después, otra doctora la encontró para decirle que “todo había salido muy bien” (no se especifica si de estudios o de cirugía) y la citó a las 18:00 horas, momento en que una enfermera le dijo que el niño estaba tan bien que había estado platicando con ella… con sólo unos meses de edad.

La anterior información desconcertó a la señora Caldera, quien después logró extraer la verdad de la enfermera, quien sólo le dijo que “se les había pasado la mano en la sedación” y que el niño no despertaba.

De inmediato, la madre del menor se quejó con el médico, quien sólo le dijo que no se preocupara, que iba a hablar con la enfermera… y que al niño lo iban a valorar en el transcurso del día para ver si era candidato a cirugía.

Aslin no obtuvo al respecto respuesta ni por parte de la enfermera ni del galeno. Sólo a las 23:14 fue solicitada con urgencia en Terapia Intensiva, donde un doctor la pasó al comedor de médico y le dijo que su hijo había fallecido a causa de un paro respiratorio y cardiaco por exceso de sedante.

Ante el natural enojo y frustración de la madre, el médico respondió que él no había sedado al niño, pero que “regañaría” a las enfermeras responsables. Luego, le pidió que fuera a realizar los trámites correspondientes a la defunción, en los cuales, relata la señora, jamás contó con la asesoría del IMSS.

Finalmente, la señora desconoce si a su hijo se le practicó la necropsia de ley, y que le fue negado el historial clínico de su bebé. Pidió la investigación correspondiente, así como las sanciones correspondientes para los involucrados, así como ayuda psicológica e indemnización económica para ella y su familia.



MAÑANA: LA OTRA CARA DEL SUFRIMIENTO


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