/ jueves 3 de mayo de 2018

¿Héroes o suicidas?

La libertad de expresión en México ha ido perdiendo fuerza por nuevos actores reales de poder

El ejercicio de informar está acotado por los grupos criminales que han ido adquiriendo impunidad. México es ahora un gran mercado del narcotráfico, donde los diferentes puntos de la nación son “plazas” en poder de bandas ante la incapacidad de las autoridades y policías para enfrentarlas y consignarlas.

Los personajes influyentes durante muchas décadas en las zonas rurales fueron el maestro, el doctor y el sacerdote, donde se concentraban las necesidades básicas de la salud, del saber y del espíritu. Hoy, los hombres que deciden qué hacer, a quién recibir en el pueblo, a quién comprar y vender, son los nuevos caciques emergentes, surgidos no del esfuerzo y el trabajo, sino de la violencia y capacidad de controlar por las armas, y con el terror de por medio, a las comunidades.

Imponen candidatos, por las buenas o por las malas, compran corporaciones policiacas enteras, nombran comandantes de policías y eliminan a quien se les oponga.

Ese nuevo poder basado en la violencia y en la cultura de la muerte es lo que nos preocupa como periodistas, para ejercer con libertad el derecho a la información y la libre expresión de los hechos y las ideas, porque han limitado, con amenazas y a veces con el asesinato, la actividad del ejercicio periodístico.

Nos preocupa que así como las comunidades rurales ya están bajo el control de estas bandas criminales, ahora sus dominios de disputa sean las ciudades, desde las zonas más tradicionales a las más modernas, desde fraccionamientos habitacionales hasta zonas comerciales, en especial bares y restaurantes.

Nos preocupa que ahora las colonias y barrios las han convertido en zonas de batalla donde, bar por bar, esquina por esquina o calle tras calle ,van disputando a sangre y fuego, como si fuera la toma de una ciudad, para imponer la ley del más fuerte y el más violento por tener cautivo el mercado de las drogas.

Nos preocupa la incapacidad de muchas policías por contenerlos, porque muchas corporaciones están infiltradas y coludidas con una u otra banda criminal.

Ante este panorama, ¿qué podemos hacer? ¿cuál es nuestro papel de informadores? ¿de qué libertad de expresión gozamos para informar a la sociedad de lo que está sucediendo? O ¿cuál debe ser nuestra norma deontológica de trabajo?

¿La de héroes o suicidas? ¿la de valientes soñadores e idealistas que deben de informar de todo, pase lo que pase y de quién se trate?

La fusión, complicidad o colusión del narcotráfico con algunos políticos creó la narcopolítica, que es ya una realidad en México y esa figura no es retórica ni decorativa para una película denigrante de nuestro país, sino es, lamentablemente, una nueva estampa que por años ha dejado miles y miles de muertos, entre ellos criminales, policías, militares, víctimas inocentes o colaterales y periodistas.

Esa es nuestra preocupación: no poder ejercer la libertad de expresión con libertad ni poder expresarnos con lo que realmente está sucediendo.

El miedo es el peor de los consejeros y es paralizante. El miedo, castra, inmoviliza y desactiva el cumplimiento de la noble función de informar. El otro dilema es ser héroe, dejar huérfanos y viudas o simplemente… ser un suicida.


El ejercicio de informar está acotado por los grupos criminales que han ido adquiriendo impunidad. México es ahora un gran mercado del narcotráfico, donde los diferentes puntos de la nación son “plazas” en poder de bandas ante la incapacidad de las autoridades y policías para enfrentarlas y consignarlas.

Los personajes influyentes durante muchas décadas en las zonas rurales fueron el maestro, el doctor y el sacerdote, donde se concentraban las necesidades básicas de la salud, del saber y del espíritu. Hoy, los hombres que deciden qué hacer, a quién recibir en el pueblo, a quién comprar y vender, son los nuevos caciques emergentes, surgidos no del esfuerzo y el trabajo, sino de la violencia y capacidad de controlar por las armas, y con el terror de por medio, a las comunidades.

Imponen candidatos, por las buenas o por las malas, compran corporaciones policiacas enteras, nombran comandantes de policías y eliminan a quien se les oponga.

Ese nuevo poder basado en la violencia y en la cultura de la muerte es lo que nos preocupa como periodistas, para ejercer con libertad el derecho a la información y la libre expresión de los hechos y las ideas, porque han limitado, con amenazas y a veces con el asesinato, la actividad del ejercicio periodístico.

Nos preocupa que así como las comunidades rurales ya están bajo el control de estas bandas criminales, ahora sus dominios de disputa sean las ciudades, desde las zonas más tradicionales a las más modernas, desde fraccionamientos habitacionales hasta zonas comerciales, en especial bares y restaurantes.

Nos preocupa que ahora las colonias y barrios las han convertido en zonas de batalla donde, bar por bar, esquina por esquina o calle tras calle ,van disputando a sangre y fuego, como si fuera la toma de una ciudad, para imponer la ley del más fuerte y el más violento por tener cautivo el mercado de las drogas.

Nos preocupa la incapacidad de muchas policías por contenerlos, porque muchas corporaciones están infiltradas y coludidas con una u otra banda criminal.

Ante este panorama, ¿qué podemos hacer? ¿cuál es nuestro papel de informadores? ¿de qué libertad de expresión gozamos para informar a la sociedad de lo que está sucediendo? O ¿cuál debe ser nuestra norma deontológica de trabajo?

¿La de héroes o suicidas? ¿la de valientes soñadores e idealistas que deben de informar de todo, pase lo que pase y de quién se trate?

La fusión, complicidad o colusión del narcotráfico con algunos políticos creó la narcopolítica, que es ya una realidad en México y esa figura no es retórica ni decorativa para una película denigrante de nuestro país, sino es, lamentablemente, una nueva estampa que por años ha dejado miles y miles de muertos, entre ellos criminales, policías, militares, víctimas inocentes o colaterales y periodistas.

Esa es nuestra preocupación: no poder ejercer la libertad de expresión con libertad ni poder expresarnos con lo que realmente está sucediendo.

El miedo es el peor de los consejeros y es paralizante. El miedo, castra, inmoviliza y desactiva el cumplimiento de la noble función de informar. El otro dilema es ser héroe, dejar huérfanos y viudas o simplemente… ser un suicida.


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