/ domingo 21 de octubre de 2018

Justicia tumultuaria por WhatsApp

I DE II PARTES

"Con el progreso de la civilización, las razas,

como los individuos de cada una de ellas,

tienden a mezclarse y a actuar por sintonía.

Se avecinan, pues, tiempos muy peligrosos"[1].

Un rumor digital, por una suposición, sospecha, perjuicio o ligereza, genera una psicosis colectiva que desemboca en un linchamiento de personas por malentendidos, en acusación de ser “roba chicos” o simplemente en el desfogue de una venganza irracional, sin pruebas, sin escuchar a los acusados, sin juicio ni defensa.

La multitud con una herramienta electrónica de comunicación en sus manos se ha convertido en impartidora de justicia. Un teléfono celular con la aplicación de la mensajería WhatsApp es la nueva incorporación colectiva de millones de personas a esa situación, quienes sin distinción de sectores, rangos o ubicación, permanecen en constante ebullición, similar a un enjambre, donde las abejas están prestas a atacar a un objetivo a la menor señal.

Originalmente fue un linchamiento “digital” donde llovían las críticas por el solo hecho de no estar en sintonía con lo que opinara la mayoría del grupo. O también, bastaba que una persona agrediera verbalmente por no coincidir con su propuesta. Ahora del linchamiento verbal se ha pasado al linchamiento real y físico.

Hay víctimas –culpables o inocentes- que han sido linchadas sin justicia de una autoridad o proceso de un juez, algunas fueron sacados de la cárcel para ser “ajusticiados” por multitudes enardecidas e irracionales, con la única “evidencia” de mensajes por WhatsApp donde los señalaban o acusaban de intentar o cometer un delito. Así de simple la justicia tumultuaria e ilegal, basada en una plataforma digital, donde una mala interpretación, confusión o parecer, se convierte en la espada flamígera justiciera.

Un rumor digital convertido en condena de muerte es la lectura de esos linchamientos de multitudes. El uso y abuso irresponsable de las redes sociales, sumado a la crisis de credibilidad en las autoridades para la impartición de justicia, han disparado los índices de impunidad, con el factor, entre otros, de que un solo “mensajito” puede encender la alerta a una turba y convocarla a asesinar. Así de grave y seria es la situación.

Los primeros 6 muertos

El 18 de mayo de 2017, los medios se estremecieron al dar la noticia de una historia de histeria o psicosis colectiva provocada por unos mensajes por WhatsApp en el estado de Jharkhan, en el este de la India, dejando como saldo seis muertos, decenas de personas detenidas, desplazamiento de patrullas de la policía, helicópteros por la “alerta” de unos delincuentes que no identificaron, con hechos que no sucedieron y con gran dosis de inestabilidad y zozobra.

Los medios reportaron el texto del mensaje que decía: “sospechosos de secuestrar niños llevan sedantes, inyecciones, espray, algodón y pequeñas toallas. Hablan hindi, bangla y malayali. Si ves algún extraño cerca de tu casa informa a la policía puesto que podría ser un miembro de esa banda”. Este fue el rumor esparcido por WhatsApp de celular en celular.

Nunca aparecieron los sospechosos de secuestrar niños, pero en pequeñas poblaciones la gente empezó a ver delincuentes o “violadores” en potencia por todas partes. En cuestión de horas, la mecha del rumor prendió y de ser un mero mensaje que hablaba de “supuestos” sospechosos, grupos de ciudadanos que se sentían vengadores cazaban a hombres que creían eran esos secuestradores de niños. En las poblaciones de Nagadih y Shobapur fueron atacados siete hombres por las turbas.

El saldo reportado fue de seis hombres que murieron linchados a manos de esa turba enloquecida y el séptimo logró sobrevivir, después de haber sido tundido a golpes, escapando ensangrentado y mal herido. Fueron detenidas por la policía otras siete personas a las que identificaron como las autoras de iniciar el envío de los mensajes por WhatsApp.

[1] El barón Motono, antiguo ministro de asuntos exteriores del Japón, traductor, en 1914, a la lengua nipona de Psicología de las masas de Gustavo Le Bon.

¿Justicia popular: linchar y exhibir?

Noticia falsas, datos e informaciones temerarias, anónimas o sin fuente, han llevado a linchamientos de personas a pesar de no tener la certeza de su culpabilidad, y se les quemó vivos, agregando la saña de grabar su agonía, mientras se les iba acabando la vida. Como un gran circo romano, pero ahora compartido por redes sociales.

¿Se puede considerar justicia popular o barbarie, el convocar a una multitud por medio de redes sociales a ajusticiar por propia mano a supuestos delincuentes por sobre la autoridad, ante el escarnio público, grabar las escenas y luego “subirlas” a las redes sociales como ejemplo de justicia?

¿No estamos ya cometiendo lo mismo que los cárteles de la mafia hacen con sus enemigos, de matarlos con saña, en lo que ellos llaman “ejecución” como un acto de su justicia criminal para castigar o eliminar a quien consideran traidor, por trabajar con otro grupo delincuencial o aplicar sus códigos de venganza, con la certeza de que no va a pasar nada?

Los linchamientos, ciertamente que siempre han existido en diferentes partes del mundo y desde tiempo atrás como expresión de barbarie como una acción de “comernos unos a otros”, como lo decía el filósofo inglés Thomas Hobbes, al ser el hombre, el lobo del propio hombre.

Sin embargo, la especialista Elisa Godínez, doctora en antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana[1], dice que esos casos “tienen una característica diferente si se comparan con los que podría haber hace décadas por la difusión de mensajes a través de medios sociales, especialmente aplicaciones como WhatsApp”.

Esta problemática se agrava por las redes sociales, debido al uso tan extendido, que ha llegado a niveles alarmantes, porque lejos de pensar que se ha incrementado la información en las personas por las redes sociales, la paradoja es que ha aumentado la desinformación y los rumores.

Y lamentablemente, el fenómeno se ha ido multiplicando en diferentes localidades por la difusión de esos rumores o falsas noticias sin distinción de ubicación. Lo absurdo en los mensajes es que prácticamente son los mismos textos que han provocado la psicosis colectiva en diferentes ciudades con datos muy generales, usando figuras o lugares comunes de cualquier ciudad, por ejemplo que el delito se comete en el estacionamiento de una cadena comercial que existe en la localidad, en salas de cines que hay en casi todas las ciudades y de manera primitiva e imprecisa alertan de personas que en un auto de determinadas características o marca andan llevándose niños para sacarles los órganos.


[2] Las redes sociales, un factor adicional y no la causa de recientes linchamientos, CNN en español, publicado en revista Expansión, 12 de septiembre de 2018.Ese fenómeno de desinformación nacional ha generado pánico o psicosis colectiva. La doctora Godínez sostiene que “la causa profunda no se halla en la difusión electrónica de noticias falsas”, hay que condenar estas acciones, pero sobre todo, preocuparse por ver el contexto en el que suceden y no justificarlas, sino entenderlas, pues “la mayor parte de los linchamientos ocurren dentro de comunidades donde hay más pobreza o menos alfabetización”.

Debe quedar claro que las redes sociales no pueden ser la causa directa de esos linchamientos, pero sí son uno de los factores de transmisión casi instantánea o difusión de rumores. La crisis de los gobiernos por impartir justicia, por combatir la impunidad y por detener a los verdaderos culpables, ha creado un ambiente sensible y débil donde cualquier alerta o aviso sin fundamento puede prender en la comunidad. En especial, cuando muchas personas no pueden discriminar una noticia verdadera -con fuente- de una falsa noticia.

En esas comunidades sienten que las redes sociales los han empoderado para estar al tanto de lo que pasa a su alrededor, desde enterarse de lo que acontece en el mundo –globalidad- y de lo que sucede en su pequeño entorno –localidad- pero sin el filtro necesario para separar la paja de la semilla buena.






"Con el progreso de la civilización, las razas,

como los individuos de cada una de ellas,

tienden a mezclarse y a actuar por sintonía.

Se avecinan, pues, tiempos muy peligrosos"[1].

Un rumor digital, por una suposición, sospecha, perjuicio o ligereza, genera una psicosis colectiva que desemboca en un linchamiento de personas por malentendidos, en acusación de ser “roba chicos” o simplemente en el desfogue de una venganza irracional, sin pruebas, sin escuchar a los acusados, sin juicio ni defensa.

La multitud con una herramienta electrónica de comunicación en sus manos se ha convertido en impartidora de justicia. Un teléfono celular con la aplicación de la mensajería WhatsApp es la nueva incorporación colectiva de millones de personas a esa situación, quienes sin distinción de sectores, rangos o ubicación, permanecen en constante ebullición, similar a un enjambre, donde las abejas están prestas a atacar a un objetivo a la menor señal.

Originalmente fue un linchamiento “digital” donde llovían las críticas por el solo hecho de no estar en sintonía con lo que opinara la mayoría del grupo. O también, bastaba que una persona agrediera verbalmente por no coincidir con su propuesta. Ahora del linchamiento verbal se ha pasado al linchamiento real y físico.

Hay víctimas –culpables o inocentes- que han sido linchadas sin justicia de una autoridad o proceso de un juez, algunas fueron sacados de la cárcel para ser “ajusticiados” por multitudes enardecidas e irracionales, con la única “evidencia” de mensajes por WhatsApp donde los señalaban o acusaban de intentar o cometer un delito. Así de simple la justicia tumultuaria e ilegal, basada en una plataforma digital, donde una mala interpretación, confusión o parecer, se convierte en la espada flamígera justiciera.

Un rumor digital convertido en condena de muerte es la lectura de esos linchamientos de multitudes. El uso y abuso irresponsable de las redes sociales, sumado a la crisis de credibilidad en las autoridades para la impartición de justicia, han disparado los índices de impunidad, con el factor, entre otros, de que un solo “mensajito” puede encender la alerta a una turba y convocarla a asesinar. Así de grave y seria es la situación.

Los primeros 6 muertos

El 18 de mayo de 2017, los medios se estremecieron al dar la noticia de una historia de histeria o psicosis colectiva provocada por unos mensajes por WhatsApp en el estado de Jharkhan, en el este de la India, dejando como saldo seis muertos, decenas de personas detenidas, desplazamiento de patrullas de la policía, helicópteros por la “alerta” de unos delincuentes que no identificaron, con hechos que no sucedieron y con gran dosis de inestabilidad y zozobra.

Los medios reportaron el texto del mensaje que decía: “sospechosos de secuestrar niños llevan sedantes, inyecciones, espray, algodón y pequeñas toallas. Hablan hindi, bangla y malayali. Si ves algún extraño cerca de tu casa informa a la policía puesto que podría ser un miembro de esa banda”. Este fue el rumor esparcido por WhatsApp de celular en celular.

Nunca aparecieron los sospechosos de secuestrar niños, pero en pequeñas poblaciones la gente empezó a ver delincuentes o “violadores” en potencia por todas partes. En cuestión de horas, la mecha del rumor prendió y de ser un mero mensaje que hablaba de “supuestos” sospechosos, grupos de ciudadanos que se sentían vengadores cazaban a hombres que creían eran esos secuestradores de niños. En las poblaciones de Nagadih y Shobapur fueron atacados siete hombres por las turbas.

El saldo reportado fue de seis hombres que murieron linchados a manos de esa turba enloquecida y el séptimo logró sobrevivir, después de haber sido tundido a golpes, escapando ensangrentado y mal herido. Fueron detenidas por la policía otras siete personas a las que identificaron como las autoras de iniciar el envío de los mensajes por WhatsApp.

[1] El barón Motono, antiguo ministro de asuntos exteriores del Japón, traductor, en 1914, a la lengua nipona de Psicología de las masas de Gustavo Le Bon.

¿Justicia popular: linchar y exhibir?

Noticia falsas, datos e informaciones temerarias, anónimas o sin fuente, han llevado a linchamientos de personas a pesar de no tener la certeza de su culpabilidad, y se les quemó vivos, agregando la saña de grabar su agonía, mientras se les iba acabando la vida. Como un gran circo romano, pero ahora compartido por redes sociales.

¿Se puede considerar justicia popular o barbarie, el convocar a una multitud por medio de redes sociales a ajusticiar por propia mano a supuestos delincuentes por sobre la autoridad, ante el escarnio público, grabar las escenas y luego “subirlas” a las redes sociales como ejemplo de justicia?

¿No estamos ya cometiendo lo mismo que los cárteles de la mafia hacen con sus enemigos, de matarlos con saña, en lo que ellos llaman “ejecución” como un acto de su justicia criminal para castigar o eliminar a quien consideran traidor, por trabajar con otro grupo delincuencial o aplicar sus códigos de venganza, con la certeza de que no va a pasar nada?

Los linchamientos, ciertamente que siempre han existido en diferentes partes del mundo y desde tiempo atrás como expresión de barbarie como una acción de “comernos unos a otros”, como lo decía el filósofo inglés Thomas Hobbes, al ser el hombre, el lobo del propio hombre.

Sin embargo, la especialista Elisa Godínez, doctora en antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana[1], dice que esos casos “tienen una característica diferente si se comparan con los que podría haber hace décadas por la difusión de mensajes a través de medios sociales, especialmente aplicaciones como WhatsApp”.

Esta problemática se agrava por las redes sociales, debido al uso tan extendido, que ha llegado a niveles alarmantes, porque lejos de pensar que se ha incrementado la información en las personas por las redes sociales, la paradoja es que ha aumentado la desinformación y los rumores.

Y lamentablemente, el fenómeno se ha ido multiplicando en diferentes localidades por la difusión de esos rumores o falsas noticias sin distinción de ubicación. Lo absurdo en los mensajes es que prácticamente son los mismos textos que han provocado la psicosis colectiva en diferentes ciudades con datos muy generales, usando figuras o lugares comunes de cualquier ciudad, por ejemplo que el delito se comete en el estacionamiento de una cadena comercial que existe en la localidad, en salas de cines que hay en casi todas las ciudades y de manera primitiva e imprecisa alertan de personas que en un auto de determinadas características o marca andan llevándose niños para sacarles los órganos.


[2] Las redes sociales, un factor adicional y no la causa de recientes linchamientos, CNN en español, publicado en revista Expansión, 12 de septiembre de 2018.Ese fenómeno de desinformación nacional ha generado pánico o psicosis colectiva. La doctora Godínez sostiene que “la causa profunda no se halla en la difusión electrónica de noticias falsas”, hay que condenar estas acciones, pero sobre todo, preocuparse por ver el contexto en el que suceden y no justificarlas, sino entenderlas, pues “la mayor parte de los linchamientos ocurren dentro de comunidades donde hay más pobreza o menos alfabetización”.

Debe quedar claro que las redes sociales no pueden ser la causa directa de esos linchamientos, pero sí son uno de los factores de transmisión casi instantánea o difusión de rumores. La crisis de los gobiernos por impartir justicia, por combatir la impunidad y por detener a los verdaderos culpables, ha creado un ambiente sensible y débil donde cualquier alerta o aviso sin fundamento puede prender en la comunidad. En especial, cuando muchas personas no pueden discriminar una noticia verdadera -con fuente- de una falsa noticia.

En esas comunidades sienten que las redes sociales los han empoderado para estar al tanto de lo que pasa a su alrededor, desde enterarse de lo que acontece en el mundo –globalidad- y de lo que sucede en su pequeño entorno –localidad- pero sin el filtro necesario para separar la paja de la semilla buena.






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