/ lunes 29 de octubre de 2018

Migrar por la salud

Buscando la oportunidad de sobrevivir

Juego con la tierra que adorna mi casa, imagino que las bolsas negras que tapan el viento son grandes cortinas rojas, parecidas a las de un castillo de princesa. Mis hermanos juegan a ser capitanes de un barco, donde la lluvia que cae sobre el techo de lámina es una tormenta en el mar, un mar que ahoga las ilusiones de jugar como un niño normal, con juguetes reales, comida y ropa.

Yo vivía en la sierra, dice mi abuela Manuela que en un lugar llamado Baborigame, donde la tierra es fértil y muy verde. La comida siempre nos ha faltado;frijoles, maíz y chícharo forman parte del menú de cada día, pero al menos allá podía ver el esperanzador escenario que adornaba mí patio, donde los pinos crecen hasta que la vista se pierde… podía correr, saltar y reír; simplemente podía ser una niña más normal.

Un día mi papá enfermó, unas piedras extrañas entraron a su riñón (creo que se las comió o algo así), por lo que tuvo que ingresar a una pequeña clínica en la comunidad. Por supuesto que ahí no había lo necesario para curarlo, por lo que mi abuela y mi papá viajaban seguido a la ciudad, allá en la capital del estado.

Pasado el tiempo, mi abu nos dio la noticia de que tendríamos que movernos de hogar, de que viajaríamos hasta la ciudad grande porque mi papá se encontraba muy enfermo y no podía regresar a nuestra pequeña cabaña.

-“Tendremos que emigrar”-, dijo mi abu con la voz entrecortada, resaltando las arrugas de su rostro, las cuales hacían juego con los abundantes hilos blancos de su cabeza. ¿Qué es emigrar?, saltó en mi pequeña cabeza la pregunta, pues yo nunca había escuchado esa palabra. -“Emigrar es cuando una familia como nosotros, por motivos de fuerza mayor, tiene que dejar su casa para buscar una nueva oportunidad en otra región-”, contestó preocupada.

Recuerdo que un día nos despertamos muy temprano para caminar… caminamos durante horas, se supone que nosotros los rarámuris somos de pies ligeros, pero ese día todo me pesaba; mi mochila, la poca ropa que llevaba y desearía poder decir que mis juguetes, pero no, no me dejaron llevar ni uno.

Después de algún tiempo tomamos un camión hacia Chihuahua, hicimos algunas horas de trayecto hasta llegar a la ciudad donde todos pitan, donde hay muchos carros, semáforos, gente diferente y un sinfín de cosas que yo no conocía.

Nuevamente caminamos, pero esta vez, con rumbo a lo que sería mi nueva casa. Yo creí que habría pastos verdes y una gran variedad de árboles para trepar, pero no… solo me encontraba a espaldas del Cerro Grande, donde lo más verde que hay son los chapulines que brincan por la tierra y la hierba del lugar.

Mi abuela, mis hermanos y mis tías ayudaron a levantar el jacalito donde vivimos, como dije antes, yo juego a que soy una princesa, pero no de esas que esperan el beso de su verdadero amor, sino de ésas que luchan, que son unas guerreras que enfrentan batallas. En mi caso las batallas son contra el hambre, la lucha por el agua, la ropa, el calzado y la educación.

No pasó mucho tiempo para que mi papá falleciera, pues su problema de comer piedras se hizo tan grande que no hubo más remedio… ni dinero para mantenerlo vivo.

Llevamos ya 2 años en este lugar y poco a poco llegan más y más familias como la mía. Rarámuris de rostro duro que por diferentes razones han tenido que emigrar de sus hogares para encontrar un mejor espacio aquí en la ciudad. A mí me parecía mejor allá, pero dice mi abuela que limpiando casas puede conseguir más comida para toda la familia.

Lo mejor de vivir aquí es que ya tengo amigos, a 50 metros vive Juanito. Su familia la conforman como 10 personas que también duermen en un pequeño cuarto como nosotros. Las bolsas de plástico, el piso de tierra y las láminas de aluminio conforman el fuerte de él.

Su historia, por lo que me ha contado Dolores su abuela, es un poco diferente a la nuestra. Ellos vienen de Nanárachi, también de la Sierra Tarahumara, del corazón de la misma.

Sé que algo malo le pasó a su papá, algo relacionado con la violencia y la gente mala. Por eso tuvieron que convertirse en migrantes, como yo. Es un poco extraño ser un migrante en tu propio estado, por lo que he visto la mayoría de ellos provienen de muchas partes del mundo y normalmente se mudan a otro país. Pero nosotros no, mi abuela dice que también merecemos oportunidades, espacios limpios y con comida, así como los albergues que les están montando en diferentes partes del país.

No hay que irse tan lejos, sé que en Ciudad Juárez ya les tienen preparados algunos gimnasios con todo lo necesario para descansar. Colchonetas, cobijas, comida y agua. ¿Y nosotros?, dónde quedamos los dueños de esta tierra, porque según cuentos de mi familia nosotros llegamos primero que todos los chabochis.

A mí también me gustaría que mi abuela durmiera en un colchón, pero no… su cama es el suelo café, y su almohada un pañuelo de lágrimas, porque aunque no lo diga sé que en las noches no descansa, que las lágrimas recorren su piel curtida por el sol y que sólo piensa en el bienestar de nosotros.

Qué bendición sería tener un lugar digno para descansar, o una regadera para bañarme, pero no lo tengo. No sé de política porque no voy a la escuela y no tengo oportunidades de estudiar, pero sé que la política y los gobiernos están creados para cumplir y abastecer las necesidades básicas de los ciudadanos, no para arrebatárselas y dárselas a alguien más.

Así como yo, una guerrera princesa, como Juanito un valiente capitán y como Carlos un soñador de por vida hay miles de migrantes mexicanos, que por ser mexicanos no recibimos el apoyo de las autoridades para vivir dignamente. Me gustaría que también se preocuparan por nosotros, que hubiera albergues para todos los que se desplazan en busca de una mejor vida.

¿Qué los hace diferentes a ellos?, ¿por qué unos sí y otros no?, si al final de cuentas todos somos humanos, seres con deseos y sueños. Quizá soy muy pequeña para entenderlo, pero sé que México quiere quedar bien librado ante los ojos del mundo, sin darse cuenta que la problemática está aquí mismo.

Soy rarámuri, soy una princesa y soy migrante.

Juego con la tierra que adorna mi casa, imagino que las bolsas negras que tapan el viento son grandes cortinas rojas, parecidas a las de un castillo de princesa. Mis hermanos juegan a ser capitanes de un barco, donde la lluvia que cae sobre el techo de lámina es una tormenta en el mar, un mar que ahoga las ilusiones de jugar como un niño normal, con juguetes reales, comida y ropa.

Yo vivía en la sierra, dice mi abuela Manuela que en un lugar llamado Baborigame, donde la tierra es fértil y muy verde. La comida siempre nos ha faltado;frijoles, maíz y chícharo forman parte del menú de cada día, pero al menos allá podía ver el esperanzador escenario que adornaba mí patio, donde los pinos crecen hasta que la vista se pierde… podía correr, saltar y reír; simplemente podía ser una niña más normal.

Un día mi papá enfermó, unas piedras extrañas entraron a su riñón (creo que se las comió o algo así), por lo que tuvo que ingresar a una pequeña clínica en la comunidad. Por supuesto que ahí no había lo necesario para curarlo, por lo que mi abuela y mi papá viajaban seguido a la ciudad, allá en la capital del estado.

Pasado el tiempo, mi abu nos dio la noticia de que tendríamos que movernos de hogar, de que viajaríamos hasta la ciudad grande porque mi papá se encontraba muy enfermo y no podía regresar a nuestra pequeña cabaña.

-“Tendremos que emigrar”-, dijo mi abu con la voz entrecortada, resaltando las arrugas de su rostro, las cuales hacían juego con los abundantes hilos blancos de su cabeza. ¿Qué es emigrar?, saltó en mi pequeña cabeza la pregunta, pues yo nunca había escuchado esa palabra. -“Emigrar es cuando una familia como nosotros, por motivos de fuerza mayor, tiene que dejar su casa para buscar una nueva oportunidad en otra región-”, contestó preocupada.

Recuerdo que un día nos despertamos muy temprano para caminar… caminamos durante horas, se supone que nosotros los rarámuris somos de pies ligeros, pero ese día todo me pesaba; mi mochila, la poca ropa que llevaba y desearía poder decir que mis juguetes, pero no, no me dejaron llevar ni uno.

Después de algún tiempo tomamos un camión hacia Chihuahua, hicimos algunas horas de trayecto hasta llegar a la ciudad donde todos pitan, donde hay muchos carros, semáforos, gente diferente y un sinfín de cosas que yo no conocía.

Nuevamente caminamos, pero esta vez, con rumbo a lo que sería mi nueva casa. Yo creí que habría pastos verdes y una gran variedad de árboles para trepar, pero no… solo me encontraba a espaldas del Cerro Grande, donde lo más verde que hay son los chapulines que brincan por la tierra y la hierba del lugar.

Mi abuela, mis hermanos y mis tías ayudaron a levantar el jacalito donde vivimos, como dije antes, yo juego a que soy una princesa, pero no de esas que esperan el beso de su verdadero amor, sino de ésas que luchan, que son unas guerreras que enfrentan batallas. En mi caso las batallas son contra el hambre, la lucha por el agua, la ropa, el calzado y la educación.

No pasó mucho tiempo para que mi papá falleciera, pues su problema de comer piedras se hizo tan grande que no hubo más remedio… ni dinero para mantenerlo vivo.

Llevamos ya 2 años en este lugar y poco a poco llegan más y más familias como la mía. Rarámuris de rostro duro que por diferentes razones han tenido que emigrar de sus hogares para encontrar un mejor espacio aquí en la ciudad. A mí me parecía mejor allá, pero dice mi abuela que limpiando casas puede conseguir más comida para toda la familia.

Lo mejor de vivir aquí es que ya tengo amigos, a 50 metros vive Juanito. Su familia la conforman como 10 personas que también duermen en un pequeño cuarto como nosotros. Las bolsas de plástico, el piso de tierra y las láminas de aluminio conforman el fuerte de él.

Su historia, por lo que me ha contado Dolores su abuela, es un poco diferente a la nuestra. Ellos vienen de Nanárachi, también de la Sierra Tarahumara, del corazón de la misma.

Sé que algo malo le pasó a su papá, algo relacionado con la violencia y la gente mala. Por eso tuvieron que convertirse en migrantes, como yo. Es un poco extraño ser un migrante en tu propio estado, por lo que he visto la mayoría de ellos provienen de muchas partes del mundo y normalmente se mudan a otro país. Pero nosotros no, mi abuela dice que también merecemos oportunidades, espacios limpios y con comida, así como los albergues que les están montando en diferentes partes del país.

No hay que irse tan lejos, sé que en Ciudad Juárez ya les tienen preparados algunos gimnasios con todo lo necesario para descansar. Colchonetas, cobijas, comida y agua. ¿Y nosotros?, dónde quedamos los dueños de esta tierra, porque según cuentos de mi familia nosotros llegamos primero que todos los chabochis.

A mí también me gustaría que mi abuela durmiera en un colchón, pero no… su cama es el suelo café, y su almohada un pañuelo de lágrimas, porque aunque no lo diga sé que en las noches no descansa, que las lágrimas recorren su piel curtida por el sol y que sólo piensa en el bienestar de nosotros.

Qué bendición sería tener un lugar digno para descansar, o una regadera para bañarme, pero no lo tengo. No sé de política porque no voy a la escuela y no tengo oportunidades de estudiar, pero sé que la política y los gobiernos están creados para cumplir y abastecer las necesidades básicas de los ciudadanos, no para arrebatárselas y dárselas a alguien más.

Así como yo, una guerrera princesa, como Juanito un valiente capitán y como Carlos un soñador de por vida hay miles de migrantes mexicanos, que por ser mexicanos no recibimos el apoyo de las autoridades para vivir dignamente. Me gustaría que también se preocuparan por nosotros, que hubiera albergues para todos los que se desplazan en busca de una mejor vida.

¿Qué los hace diferentes a ellos?, ¿por qué unos sí y otros no?, si al final de cuentas todos somos humanos, seres con deseos y sueños. Quizá soy muy pequeña para entenderlo, pero sé que México quiere quedar bien librado ante los ojos del mundo, sin darse cuenta que la problemática está aquí mismo.

Soy rarámuri, soy una princesa y soy migrante.

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