Las familias tienen heridas, aunque ya no sangran, viven con dolores aunque estén calmados, pero el grito es de exigencia de justicia, verdad y paz afirmó el sacerdote jesuita Javier Ávila Aguirre, quien desde aquella trágica tarde del 16 de agosto se convirtió en su acompañante permanente, la hizo de perito y afirmó que sobre su cadáver
se llevarían los cuerpos de las víctimas.
"Hace 10 años, con todos sus meses, días y horas, en aquel momento fueron eternas, nunca pensábamos salir adelante porque el dolor se había pegado a la piel y los gritos ahogados en la garganta", relató al rememorar aquellas trágica escena, donde vidas inocentes habían sido arrancadas de tajo por la maldad y la inseguridad que reinaba.
El presidente de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos en entrevista comentó que nada se sabe de los asesinos, presuntamente hay un detenido, pero no saben si está o no juzgado y sentenciado. En ocasiones les han dicho que ya murieron o los mataron, pero no le pueden apostar al olvido.
Recordó que las ofertas de los gobernantes y encargados de la justicia aparecieron, pero no así las verdades, las promesas se repetían, pero la justicia nunca, "las autoridades dejaban en el aire un tufo dudoso de autenticidad, tal vez por presiones o relaciones dudosas".
La solidaridad, el amor, la esperanza de cada día fortalecían el caminar de cada una de las víctimas indirectas, por lo que cada año le apuestan a la memoria, aún en contra de las clases de amnesia que buscaban darles, pretendía borrar todo de las historia personales, familiares y comunitarias.
"Hemos decidido aceptar el reto de Eduardo Galeano, que tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible, un mundo en el que se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez que comenten quienes viven por obtener o ganar en vez de vivir por vivir".
El presbítero enfatizó que hoy más que nunca están con la esperanza de la justicia y la libertad se vuelvan a juntar, donde el lobo y el cordero irán juntos, no se harán daño, ni habrá estragos.