/ domingo 26 de agosto de 2018

Rompe voto de silencio

Existen otros 12 casos de violación

“En la oficina sacó su miembro y me obligó a hacerle sexo oral, afuera estaba su secretaria como si nada, con mucha normalidad. Una vez que terminaba, revisábamos archivos en la computadora como si no hubiera pasado nada, entraba su secretaria y le servía café o agua.”, relata Ricardo Legarda Vázquez víctima de violación y abuso, por más de 10 años, del sacerdote Juan José Esquivias López antiguo párroco del templo de Nuestra Señora de Guadalupe, en la colonia Villa Nueva, de esta ciudad de Chihuahua.

Esta es la historia de dolor, tristeza y lucha de un joven que, desde los 13 años, sufrió violaciones continuas por parte de un sacerdote chihuahuense que se ganó, con mentiras y caras de hipocresía, la confianza de toda la comunidad creyente de la colonia Villa Nueva.

Ricardo vivió una infancia como cualquier niño, jugaba con sus primos, tíos y familiares, era aplicado en la escuela y destacaba en el ámbito académico, sus tardes consistían en visitar La Deportiva y hacer los deberes que la escuela demandaba. De familia católica, todos los domingos asistían a misa y los sábados tomaba clases de inglés.

A los 13 años el camino de dolor comenzó, un compañero de inglés lo invitó a formar parte del grupo de monaguillos del templo de Nuestra Señora de Guadalupe; al principio Ricardo no aceptó, pero después de varias insistencias decidió ir un sábado. “Los primeros días fueron normales ya que no tenía el acercamiento a los padres, solo en la misa y saliendo me iba a casa, hasta ese momento no hubo nada fuera de lo normal o que fuera sospechoso.”, comenta Ricardo.

Al mes notó algo fuera de lo común, Esquivias López hacía comentarios raros acerca de su apariencia, destacando que él era más alto y blanco que los demás niños, por lo que al poco tiempo fue nombrado coordinador de servidores de altar, seguido de eso el sacerdote le besó la mano.

El primer acercamiento anormal se dio en el municipio de Santa Isabel, cuando el grupo de monaguillos viajó con el sacerdote por parte de la iglesia; Esquivias López repartió a todos los niños en diferentes puntos de la comunidad excepto a Ricardo y ahí fue la primera vez que le tocó la pierna. “A mí se me hizo muy extraño, pero no quise decir nada porque existe un respeto hacia la figura del sacerdote y me dio miedo regarla…preferí no decir nada.”

Al poco tiempo, en agosto del 2000, el padre invitó a Ricardo al cine que está en Ortiz Mena y Mirador. Ya iniciada la película, volvió a tocarle la pierna, pero esta vez agarró la mano del joven para colocarla sobre su pene y alentarlo a masturbarlo mientras que él le tocaba sus genitales. “Además del abuso que pasó en la sala, la carga emocional fue demasiada, ya que al salir me hizo sentir culpable y me dijo que yo lo había incitado a hacer eso, es decir, él se encargó de depositar toda la culpa en mí, y yo me la creí, me sentía culpable, sucio, sentía que estaba actuando mal, pero creí que nadie me iba a creer.”

Ricardo jamás había experimentado ningún acercamiento sexual, “yo tenía trece años… imagínate.”, declara en entrevista con El Heraldo de Chihuahua.

Al llegar a casa, el joven, del shock que vivió, no recuerda exactamente qué fue lo que paso, pero su más grande inquietud era la culpabilidad. “Cuando me dijo que era la última vez que pasaba eso porque él era sacerdote y yo lo había hecho pecar, me hizo sentir tan culpable y eso es lo peor. En la noche no pude dormir, tenía la conciencia intranquila y me sentía muy mal.”

Los primeros abusos

“En la oficina sacó su pene y me obligó a hacerle sexo oral, afuera estaba su secretaria, como si nada y con mucha normalidad. Ahorita en retrospectiva me pongo a pensar que él ya sabía cómo actuar y conocía cuáles eran sus escenarios y una vez que terminaba en mi boca revisábamos archivos como si nada hubiera pasado, entraba su secretaria y le servía café o agua.”, recuerda el joven la primera vez que pasó.

“Es difícil decir que alguien de su círculo cercano sabía algo de lo que estaba pasando, porque puedo asegurar que como pasó conmigo hubo otros niños antes y después, pero él se encargó de crear un ambiente de confianza, al punto de que la gente cerraba los ojos y confiaba plenamente. Incluso a mí me pasó que llegué a defenderlo inconscientemente, hay gente muy ingenua que no se imagina lo que pasa y otros quizá sí sospecharon pero como no tenían alguna prueba, pues no llegaba a más. Era bastante extraño que siempre estaba acompañado de algún monaguillo y que tuviera muchos ahijados, no es normal que un padre siempre ande con un niño a su lado.”, comenta Ricardo.

A pesar de que Ricardo ya había visitado anteriormente la casa de los padres, en donde residía Esquivias López, en una visita justamente dos semanas antes de que cumpliera 14 años, se le hizo raro que no hubiera ningún otro padre. “Estábamos en su casa, pero en esa ocasión estaba él solo, siempre había más padres y esa vez no. Cuando estábamos en la habitación empezó a tocarme las piernas como siempre hasta que me penetró por el ano. Me dolió muchísimo, empecé a sangrar y él no paraba…fueron varios días continuos de sangrado después de eso, yo creo que hubo un desgarre interno, pero mi preocupación era no manchar la ropa para que mis papás no se dieran cuenta.”

Los abusos continuaron de manera sistematizada del 2000 al 2002, con una frecuencia de 5 a 6 veces por semana. “Yo siempre trataba de esconderlo para que mis papás no sospecharan, yo me encargué de protegerlo para que todo pareciera normal.”, aclara Ricardo al preguntarle el por qué seguía con él.

Codependencia emocional

Tiempo después, justamente al momento de que Ricardo terminara su secundaria a Juan José Esquivias López lo hicieron vicerrector de la Universidad Iberoamericana en Torreón, Coahuila. “A pesar de que él (el padre) ya estaba lejos, yo lo visitaba en vacaciones y durante algún tiempo mientras estudiaba la preparatoria en Chihuahua.”, dice Ricardo.

El joven declara que sus visitas a Torreón no eran por petición del sacerdote, sino porque Ricardo tenía una codependencia emocional tan fuerte que necesitaba verlo; psicológicamente es un síndrome conocido como “Síndrome de Estocolmo”, donde la víctima desarrolla cierto apego por su abusador.

Esquivias López le otorgó una beca a Ricardo para que estudiara su licenciatura en Torreón, ahí mismo en la Universidad Iberoamericana. Fue en el 2005 cuando el joven ingresó a la licenciatura en comunicación y de ese año y hasta el 2007 siguió la violencia psicológica y los abusos.

“Sí hubo una dependencia muy, muy fuerte, yo ya lo conocía muy bien y con una mirada o un gesto yo sabía perfectamente qué quería que hiciera. Había días que apagaba mi celular o me escondía en la universidad para no verlo porque yo también ya quería empezar a hacer mi vida, ir con mis amigos, salir en la noche, yo como que ya empezaba a pisar freno pero de una manera discreta.”, comenta el joven.

“No creo que haya sido enamoramiento de mi parte, se hizo una atmósfera en la que no había más alternativas; es como si siempre tomas coca cola y nunca has probado otros refrescos, piensas que es el único que existe y a mí me pasó eso desde los 13. Enamoramiento… no creo porque siempre hubo miedo.”, asegura Ricardo.

Afortunadamente, a finales de 2007, principios de 2008, al sacerdote lo cambiaron a Santiago de Chile. “No sé qué pasaría porque a veces sus movimientos eran muy extraños, yo no sé si la misma compañía de Jesús lo movió por alguna denuncia para protegerlo, que ahorita no lo dudo.”

Ahí es cuando finalmente Ricardo empezó a respirar, y eso lo hizo darse cuenta de lo que había vivido: “Ahí caigo en una depresión muy fuerte, le perdí el sentido a la vida, a mi proyecto... me sentía solo, triste, me empezaron a caer todos los “veintes”, lo que me ayudaba a seguir era que yo sabía que tenía que terminar la carrera, para poder ser algo en la vida.”

Ricardo aclara que la universidad jamás le condicionó la beca con la que él contaba para sus estudios, que fue el padre quien lo amenazó con quitársela si él decía algo, “dudo mucho que la universidad supiera algo porque Juan José siempre se encargó de mantener todo por debajo, de lo que no dudo es de que los jesuitas lo supieran.”

Al terminar su carrea, Ricardo comenzó su servicio social en Saltillo, específicamente en la casa de los migrantes, donde se ayudó a sí mismo, a darse cuenta de que no era el único que sufría, de que había otras personas que como él, habían sido víctimas de las injusticias y eso fue un parte aguas en su vida. “Me preocupaba por los demás, pero me había abandonado a mí mismo.”

“Ya había cambiado, era más maduro y ya no era un niño”

En Saltillo, Ricardo comenzó a trabajar en los derechos humanos, cuando fue contactado por Esquivias López quien lo invitó a trabajar a Tijuana, pues estaba nuevamente en México, ahora desempeñando un importante cargo en la ciudad fronteriza dentro de la Universidad Iberoamericana.

“Yo lo seguí porque creía que no podía avanzar en mi vida sin él. Yo creía que la única manera de crecer era si lo seguía, ya que me iban a pagar más en ese trabajo e iba a conocer una ciudad nueva. Pero lamentablemente al llegar a Tijuana yo ya era otra persona, ya habían pasado muchos años del primer abuso, yo ya había cambiado y él ya no pudo conmigo, el abuso se dio una o dos veces más, pero esta vez ya muy forzado… de hecho… fue algo muy desagradable, incluso de pensarlo me da mucho asco.”, recuerda Ricardo con el aliento entre cortado.

En esa ocasión Ricardo solo aguantó seis meses, renunció al trabajo y continuó su vida en Ciudad de México, directamente en el Museo de Antropología e Historia y eso le ayudó a seguir con su vida, estando allá, declara que vivió una depresión muy fuerte al pensar en suicidarse, pero finalmente decidió regresar a Chihuahua con su familia.

Se rompe el silencio

“Hasta el 2015 decido hablar con mis papás, decido contarles todo de una manera muy compasiva, porque ellos no eran culpables, ni yo tampoco y teníamos que entender esto para poder sanar todo el dolor. Decido escribirle al Provincial de los Jesuitas, que es el encargado de ellos en todo el país, y le mando una carta por correo electrónico explicándole lo sucedido. Irónicamente pensé que nunca me iban a responder, pero al día siguiente me contestaron diciendo que les daba mucha pena lo sucedido.”, explica Ricardo.

La sorpresa del joven fue cuando el secretario jesuita, Jaime Porras, lo visitó en Chihuahua para platicar: “la conversación que tuvimos fue muy fuerte porque me dijo que lo único que ellos podían hacer por mí era pagarme la ayuda psicológica. -“Ah, y otra cosa… el papa ha señalado que no más cosas por lo obscurito, entonces si nos quieres chantajear con que va a salir la nota, adelante porque nosotros no te vamos a dar dinero si es lo que buscas.”- me comentó el secretario… imagínate mi sorpresa”, asegura Ricardo, decepcionado aún más de ellos.

Después de eso, el año pasado en 2017, Ricardo decidió interponer una denuncia en la fiscalía de Chihuahua, la cual fue desechada porque los delitos ya se habían cometido hace varios años. “De pronto recibí ayuda de varias personas que le apuestan a los derechos humanos y empezamos a realizar las nuevas denuncias basándonos en los convenios internacionales en contra del abuso contra menores y adolescentes donde se explica que a pesar de los años no puede dejarse a un lado.”, describe Ricardo el proceso de denuncia.

“Yo no recupero esos años de mi adolescencia y de mi infancia pero me ayuda a sanar, me ayuda a tener una visión más esperanzadora de la vida, pero creo que es importante levantar la voz y denunciar para que no vuelva a pasar, porque habemos personas muy ingenuas y confiamos, pero es necesario tener precaución y cuidado, en especial con los niños y adolescentes porque es una etapa de mucha vulnerabilidad, se sienten incomprendidos, solos y cualquier muestra de afecto se presta a un abuso. Si yo hubiera podido distinguir entre lo que es un abuso y una simple muestra de afecto, yo creo que esta historia no existiría.”, asegura Ricardo.

Existen, hasta el momento, 12 víctimas más

“Puedo decir que a lo largo de todos estos años identificando a otras personas que sufren o han sufrido violaciones por parte de sacerdotes, hasta el momento tengo ubicados a doce personas más y creemos que puede haber más. He hablado con algunos de ellos, pero no están dispuestos a denunciar, tienen miedo, no quieren exponerse públicamente, no quieren que la familia se entere y lo entiendo, porque es todo un proceso. A mí me tomó 16, 17 años y creo que cada quien tiene que vivir su propio proceso de sanación y cada quien sabrá que hace con su historia.”, segura el involucrado.

El lunes 20 de agosto, después de que el periódico La Jornada publicara parte del caso de Ricardo, la asociación civil en donde trabajaba el padre Juan José Esquivias, en la ciudad de Guadalajara, mandó una notificación donde se explicaba que el sacerdote había dejado de laborar ahí y el sitio web de la asociación, así como la página de Facebook desaparecieron.

Actualmente Ricardo Legarda es el director académico de la universidad de la Tarahumara, y ha trabajado en el Instituto Chihuahuense de las Mujeres, colaborando con la parte de los derechos humanos y la prevención de la violencia.

Ricardo se describe como un hombre que ha avanzado en la vida, que ha tratado de dar lo mejor y de brindarle lo mejor de él a los demás, se considera a sí mismo como responsable, honesto, y como alguien que busca el bien de los demás. “Soy un ser humano con heridas y cicatrices pero eso no me define, tengo sueños y esperanzas y en un futuro me gustaría escribir un libro sobre esto para ayudar a prevenir este tipo de situaciones, también quiero desarrollar reformas y leyes en este tema. Espero que las victimas que hayan sufrido o lo estén haciendo en este momento, sepan que ellos no son culpables de lo que está pasando, que a veces se disfraza el amor con máscaras. Es importante que confíen en su familia, en sus amigos y denunciarlo es mi recomendación más grande.”



“En la oficina sacó su miembro y me obligó a hacerle sexo oral, afuera estaba su secretaria como si nada, con mucha normalidad. Una vez que terminaba, revisábamos archivos en la computadora como si no hubiera pasado nada, entraba su secretaria y le servía café o agua.”, relata Ricardo Legarda Vázquez víctima de violación y abuso, por más de 10 años, del sacerdote Juan José Esquivias López antiguo párroco del templo de Nuestra Señora de Guadalupe, en la colonia Villa Nueva, de esta ciudad de Chihuahua.

Esta es la historia de dolor, tristeza y lucha de un joven que, desde los 13 años, sufrió violaciones continuas por parte de un sacerdote chihuahuense que se ganó, con mentiras y caras de hipocresía, la confianza de toda la comunidad creyente de la colonia Villa Nueva.

Ricardo vivió una infancia como cualquier niño, jugaba con sus primos, tíos y familiares, era aplicado en la escuela y destacaba en el ámbito académico, sus tardes consistían en visitar La Deportiva y hacer los deberes que la escuela demandaba. De familia católica, todos los domingos asistían a misa y los sábados tomaba clases de inglés.

A los 13 años el camino de dolor comenzó, un compañero de inglés lo invitó a formar parte del grupo de monaguillos del templo de Nuestra Señora de Guadalupe; al principio Ricardo no aceptó, pero después de varias insistencias decidió ir un sábado. “Los primeros días fueron normales ya que no tenía el acercamiento a los padres, solo en la misa y saliendo me iba a casa, hasta ese momento no hubo nada fuera de lo normal o que fuera sospechoso.”, comenta Ricardo.

Al mes notó algo fuera de lo común, Esquivias López hacía comentarios raros acerca de su apariencia, destacando que él era más alto y blanco que los demás niños, por lo que al poco tiempo fue nombrado coordinador de servidores de altar, seguido de eso el sacerdote le besó la mano.

El primer acercamiento anormal se dio en el municipio de Santa Isabel, cuando el grupo de monaguillos viajó con el sacerdote por parte de la iglesia; Esquivias López repartió a todos los niños en diferentes puntos de la comunidad excepto a Ricardo y ahí fue la primera vez que le tocó la pierna. “A mí se me hizo muy extraño, pero no quise decir nada porque existe un respeto hacia la figura del sacerdote y me dio miedo regarla…preferí no decir nada.”

Al poco tiempo, en agosto del 2000, el padre invitó a Ricardo al cine que está en Ortiz Mena y Mirador. Ya iniciada la película, volvió a tocarle la pierna, pero esta vez agarró la mano del joven para colocarla sobre su pene y alentarlo a masturbarlo mientras que él le tocaba sus genitales. “Además del abuso que pasó en la sala, la carga emocional fue demasiada, ya que al salir me hizo sentir culpable y me dijo que yo lo había incitado a hacer eso, es decir, él se encargó de depositar toda la culpa en mí, y yo me la creí, me sentía culpable, sucio, sentía que estaba actuando mal, pero creí que nadie me iba a creer.”

Ricardo jamás había experimentado ningún acercamiento sexual, “yo tenía trece años… imagínate.”, declara en entrevista con El Heraldo de Chihuahua.

Al llegar a casa, el joven, del shock que vivió, no recuerda exactamente qué fue lo que paso, pero su más grande inquietud era la culpabilidad. “Cuando me dijo que era la última vez que pasaba eso porque él era sacerdote y yo lo había hecho pecar, me hizo sentir tan culpable y eso es lo peor. En la noche no pude dormir, tenía la conciencia intranquila y me sentía muy mal.”

Los primeros abusos

“En la oficina sacó su pene y me obligó a hacerle sexo oral, afuera estaba su secretaria, como si nada y con mucha normalidad. Ahorita en retrospectiva me pongo a pensar que él ya sabía cómo actuar y conocía cuáles eran sus escenarios y una vez que terminaba en mi boca revisábamos archivos como si nada hubiera pasado, entraba su secretaria y le servía café o agua.”, recuerda el joven la primera vez que pasó.

“Es difícil decir que alguien de su círculo cercano sabía algo de lo que estaba pasando, porque puedo asegurar que como pasó conmigo hubo otros niños antes y después, pero él se encargó de crear un ambiente de confianza, al punto de que la gente cerraba los ojos y confiaba plenamente. Incluso a mí me pasó que llegué a defenderlo inconscientemente, hay gente muy ingenua que no se imagina lo que pasa y otros quizá sí sospecharon pero como no tenían alguna prueba, pues no llegaba a más. Era bastante extraño que siempre estaba acompañado de algún monaguillo y que tuviera muchos ahijados, no es normal que un padre siempre ande con un niño a su lado.”, comenta Ricardo.

A pesar de que Ricardo ya había visitado anteriormente la casa de los padres, en donde residía Esquivias López, en una visita justamente dos semanas antes de que cumpliera 14 años, se le hizo raro que no hubiera ningún otro padre. “Estábamos en su casa, pero en esa ocasión estaba él solo, siempre había más padres y esa vez no. Cuando estábamos en la habitación empezó a tocarme las piernas como siempre hasta que me penetró por el ano. Me dolió muchísimo, empecé a sangrar y él no paraba…fueron varios días continuos de sangrado después de eso, yo creo que hubo un desgarre interno, pero mi preocupación era no manchar la ropa para que mis papás no se dieran cuenta.”

Los abusos continuaron de manera sistematizada del 2000 al 2002, con una frecuencia de 5 a 6 veces por semana. “Yo siempre trataba de esconderlo para que mis papás no sospecharan, yo me encargué de protegerlo para que todo pareciera normal.”, aclara Ricardo al preguntarle el por qué seguía con él.

Codependencia emocional

Tiempo después, justamente al momento de que Ricardo terminara su secundaria a Juan José Esquivias López lo hicieron vicerrector de la Universidad Iberoamericana en Torreón, Coahuila. “A pesar de que él (el padre) ya estaba lejos, yo lo visitaba en vacaciones y durante algún tiempo mientras estudiaba la preparatoria en Chihuahua.”, dice Ricardo.

El joven declara que sus visitas a Torreón no eran por petición del sacerdote, sino porque Ricardo tenía una codependencia emocional tan fuerte que necesitaba verlo; psicológicamente es un síndrome conocido como “Síndrome de Estocolmo”, donde la víctima desarrolla cierto apego por su abusador.

Esquivias López le otorgó una beca a Ricardo para que estudiara su licenciatura en Torreón, ahí mismo en la Universidad Iberoamericana. Fue en el 2005 cuando el joven ingresó a la licenciatura en comunicación y de ese año y hasta el 2007 siguió la violencia psicológica y los abusos.

“Sí hubo una dependencia muy, muy fuerte, yo ya lo conocía muy bien y con una mirada o un gesto yo sabía perfectamente qué quería que hiciera. Había días que apagaba mi celular o me escondía en la universidad para no verlo porque yo también ya quería empezar a hacer mi vida, ir con mis amigos, salir en la noche, yo como que ya empezaba a pisar freno pero de una manera discreta.”, comenta el joven.

“No creo que haya sido enamoramiento de mi parte, se hizo una atmósfera en la que no había más alternativas; es como si siempre tomas coca cola y nunca has probado otros refrescos, piensas que es el único que existe y a mí me pasó eso desde los 13. Enamoramiento… no creo porque siempre hubo miedo.”, asegura Ricardo.

Afortunadamente, a finales de 2007, principios de 2008, al sacerdote lo cambiaron a Santiago de Chile. “No sé qué pasaría porque a veces sus movimientos eran muy extraños, yo no sé si la misma compañía de Jesús lo movió por alguna denuncia para protegerlo, que ahorita no lo dudo.”

Ahí es cuando finalmente Ricardo empezó a respirar, y eso lo hizo darse cuenta de lo que había vivido: “Ahí caigo en una depresión muy fuerte, le perdí el sentido a la vida, a mi proyecto... me sentía solo, triste, me empezaron a caer todos los “veintes”, lo que me ayudaba a seguir era que yo sabía que tenía que terminar la carrera, para poder ser algo en la vida.”

Ricardo aclara que la universidad jamás le condicionó la beca con la que él contaba para sus estudios, que fue el padre quien lo amenazó con quitársela si él decía algo, “dudo mucho que la universidad supiera algo porque Juan José siempre se encargó de mantener todo por debajo, de lo que no dudo es de que los jesuitas lo supieran.”

Al terminar su carrea, Ricardo comenzó su servicio social en Saltillo, específicamente en la casa de los migrantes, donde se ayudó a sí mismo, a darse cuenta de que no era el único que sufría, de que había otras personas que como él, habían sido víctimas de las injusticias y eso fue un parte aguas en su vida. “Me preocupaba por los demás, pero me había abandonado a mí mismo.”

“Ya había cambiado, era más maduro y ya no era un niño”

En Saltillo, Ricardo comenzó a trabajar en los derechos humanos, cuando fue contactado por Esquivias López quien lo invitó a trabajar a Tijuana, pues estaba nuevamente en México, ahora desempeñando un importante cargo en la ciudad fronteriza dentro de la Universidad Iberoamericana.

“Yo lo seguí porque creía que no podía avanzar en mi vida sin él. Yo creía que la única manera de crecer era si lo seguía, ya que me iban a pagar más en ese trabajo e iba a conocer una ciudad nueva. Pero lamentablemente al llegar a Tijuana yo ya era otra persona, ya habían pasado muchos años del primer abuso, yo ya había cambiado y él ya no pudo conmigo, el abuso se dio una o dos veces más, pero esta vez ya muy forzado… de hecho… fue algo muy desagradable, incluso de pensarlo me da mucho asco.”, recuerda Ricardo con el aliento entre cortado.

En esa ocasión Ricardo solo aguantó seis meses, renunció al trabajo y continuó su vida en Ciudad de México, directamente en el Museo de Antropología e Historia y eso le ayudó a seguir con su vida, estando allá, declara que vivió una depresión muy fuerte al pensar en suicidarse, pero finalmente decidió regresar a Chihuahua con su familia.

Se rompe el silencio

“Hasta el 2015 decido hablar con mis papás, decido contarles todo de una manera muy compasiva, porque ellos no eran culpables, ni yo tampoco y teníamos que entender esto para poder sanar todo el dolor. Decido escribirle al Provincial de los Jesuitas, que es el encargado de ellos en todo el país, y le mando una carta por correo electrónico explicándole lo sucedido. Irónicamente pensé que nunca me iban a responder, pero al día siguiente me contestaron diciendo que les daba mucha pena lo sucedido.”, explica Ricardo.

La sorpresa del joven fue cuando el secretario jesuita, Jaime Porras, lo visitó en Chihuahua para platicar: “la conversación que tuvimos fue muy fuerte porque me dijo que lo único que ellos podían hacer por mí era pagarme la ayuda psicológica. -“Ah, y otra cosa… el papa ha señalado que no más cosas por lo obscurito, entonces si nos quieres chantajear con que va a salir la nota, adelante porque nosotros no te vamos a dar dinero si es lo que buscas.”- me comentó el secretario… imagínate mi sorpresa”, asegura Ricardo, decepcionado aún más de ellos.

Después de eso, el año pasado en 2017, Ricardo decidió interponer una denuncia en la fiscalía de Chihuahua, la cual fue desechada porque los delitos ya se habían cometido hace varios años. “De pronto recibí ayuda de varias personas que le apuestan a los derechos humanos y empezamos a realizar las nuevas denuncias basándonos en los convenios internacionales en contra del abuso contra menores y adolescentes donde se explica que a pesar de los años no puede dejarse a un lado.”, describe Ricardo el proceso de denuncia.

“Yo no recupero esos años de mi adolescencia y de mi infancia pero me ayuda a sanar, me ayuda a tener una visión más esperanzadora de la vida, pero creo que es importante levantar la voz y denunciar para que no vuelva a pasar, porque habemos personas muy ingenuas y confiamos, pero es necesario tener precaución y cuidado, en especial con los niños y adolescentes porque es una etapa de mucha vulnerabilidad, se sienten incomprendidos, solos y cualquier muestra de afecto se presta a un abuso. Si yo hubiera podido distinguir entre lo que es un abuso y una simple muestra de afecto, yo creo que esta historia no existiría.”, asegura Ricardo.

Existen, hasta el momento, 12 víctimas más

“Puedo decir que a lo largo de todos estos años identificando a otras personas que sufren o han sufrido violaciones por parte de sacerdotes, hasta el momento tengo ubicados a doce personas más y creemos que puede haber más. He hablado con algunos de ellos, pero no están dispuestos a denunciar, tienen miedo, no quieren exponerse públicamente, no quieren que la familia se entere y lo entiendo, porque es todo un proceso. A mí me tomó 16, 17 años y creo que cada quien tiene que vivir su propio proceso de sanación y cada quien sabrá que hace con su historia.”, segura el involucrado.

El lunes 20 de agosto, después de que el periódico La Jornada publicara parte del caso de Ricardo, la asociación civil en donde trabajaba el padre Juan José Esquivias, en la ciudad de Guadalajara, mandó una notificación donde se explicaba que el sacerdote había dejado de laborar ahí y el sitio web de la asociación, así como la página de Facebook desaparecieron.

Actualmente Ricardo Legarda es el director académico de la universidad de la Tarahumara, y ha trabajado en el Instituto Chihuahuense de las Mujeres, colaborando con la parte de los derechos humanos y la prevención de la violencia.

Ricardo se describe como un hombre que ha avanzado en la vida, que ha tratado de dar lo mejor y de brindarle lo mejor de él a los demás, se considera a sí mismo como responsable, honesto, y como alguien que busca el bien de los demás. “Soy un ser humano con heridas y cicatrices pero eso no me define, tengo sueños y esperanzas y en un futuro me gustaría escribir un libro sobre esto para ayudar a prevenir este tipo de situaciones, también quiero desarrollar reformas y leyes en este tema. Espero que las victimas que hayan sufrido o lo estén haciendo en este momento, sepan que ellos no son culpables de lo que está pasando, que a veces se disfraza el amor con máscaras. Es importante que confíen en su familia, en sus amigos y denunciarlo es mi recomendación más grande.”



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