/ sábado 28 de abril de 2018

[CRÓNICA] Madera en cenizas

Una de las primeras imágenes que se podrían venir a la mente son las de un pasaje bíblico

Desde las cenizas que ha dejado el incendio en la región de Madera (hoy el completamente controlado y a punto de ser liquidado, de acuerdo con reportes de la Conafor (Comisión Nacional Forestal), una de las primeras imágenes que se podrían venir a la mente son las de un pasaje bíblico.

Pero nada que ver con el apocalipsis, sino con Job y el momento en que, según el Libro Sagrado, el personaje ha perdido todo, se sienta precisamente sobre las cenizas de lo que un día tuvo y su esposa le tienta a maldecir a Dios por sus desgracias.

Al menos esa primera impresión (tentación) da al estar de pie entre el hollín de la hojarasca achicharrada y los encinos devastados por las llamas ya apagadas. Aún se respira humo, y el piso se percibe caliente, lo que hace concluir que hay infiernos que, aunque apagados, no dejan de serlo.

Ciertamente, la situación está ya muy lejos de ser lo alarmante que fue durante los días álgidos (valga la ironía) de la conflagración, a principios de la tercer decena de abril, pero eso no significa que la tragedia se haya terminado.

Queda ahora esperar algunos días para que el trabajo de monitoreo termine y entonces sí poder cantar victoria para afirmar que la pesadilla terminó y la pregunta entonces de los pobladores de la región al respecto será ¿qué hacer una vez que hayan despertado de ella?

Como podrá verse a lo largo de esta historia, la respuesta a la anterior pregunta dependerá de quien la conteste, pero seguramente estará lejos de sentarse entre las cenizas, lamentarse o maldecir, porque así como después de la tormenta viene la calma, esta estampa de desolación deja lugar a la esperanza.

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EL INICIO DE UN FIN

La chispa que inició todo tuvo lugar el 11 de abril en el predio privado de Los Hoyos, compuesto en su gran mayoría por encino y pastizales, generalmente para ganado. Aún hoy se delibera si hay un responsable, pero es un hecho que se debió a un descuido humano, como pasa en el 98% de estos casos.

A fin de cuentas, poco importa si se trató de un pirómano, una fogata o un cigarro que se mal apagaron, de un juego de niños o de una malsana diversión adulta. Los vientos y la topografía de la región convirtieron el pacífico bosque en dantescas postales que lastiman al planeta y a sus propios pobladores.

A la conflagración inicial se le sumó otra, originada en otro predio, el de Guaynopa, a pocos kilómetros de aquélla. Y aunque los protocolos de emergencia se activaron desde el principio, la situación pronto se volvió incontrolable y comenzó a crecer en proporciones geométricas. Era el inicio del fin de una parte de uno de los pulmones más importantes del estado.


CONTRA EL DRAGÓN

La imagen satelital que registra los puntos de calor en la región se ve práctica, ubicando en un monitor las poblaciones principales y marcando la distancia en línea recta hacia los señalamientos en color grana que, juntos, dan la verdadera dimensión del incendio: más de 10 hectáreas afectadas, aunque, afortunadamente, ni quemadas, ni devastadas en su totalidad.

Aún así, la anterior expresión está lejos de ser un eufemismo, porque aunque se tratara de un pequeño fósforo que pudiera ser detectado de inmediato (cosa que es imposible, necesita, por ejemplo, haber una considerable columna de humo), el acceso al lugar resulta mucho más que complicado.

Porque sí, la mencionada pantalla puede mostrar imágenes en tercera dimensión y dar un panorama de cerros sobre cerros rodeados sobre cerros sobre cerros, pero incluso para quienes estén familiarizados con la región la más pequeña llama se convierte en un temible dragón por la compleja orografía.

Cualquier incendio es combatido en cuanto se detecta por los propios ejidatarios que siguen la lógica de cualquier citadino cuya sala se está quemando y no se va a ver la tele a su recámara esperando la llegada de los bomberos, pero en muchas ocasiones el terreno se convierte en el mejor ejemplo del campirano dicho: “Mucho ayuda el que no estorba”.

En primer lugar, los mencionados picos están conectados por unas cuantas, pero intrincadas brechas que volverían loco a Teseo mismo y lo obligarían, en vez de madeja de hilo, a llevar un sistema de posicionamiento global, so pena de dar vueltas en círculo.

Y aún si se supiera a la perfección el camino más práctico para llegar a donde se ve la columna de humo (cuyo aliado en ese momento es el paso del tiempo), por lo general el incendio no está al ladito del camino, sino que hay que bajar o subir pendientes que en su mayoría superan los 45 grados.



Y hablando de grados, pero no de inclinación, sino de temperatura, otra de las dificultades de este tipo de conflagraciones es soportar los 50 que, en promedio tiene el aliento de ese dragón. Los jefes de brigada (cada uno tiene a su cargo siete hombres), están capacitados para saber la distancia ideal de combate, porque, ante todo, está primero la integridad del brigadista.

En ese sentido, llega un momento en que la situación se convierte en una especie de juego de ajedrez, donde a veces se cerca al enemigo (no por medio de cubetas con agua, como generalmente se piensa, sino con picos y palas para hacer brechas “cortafuego” y rastrillos para quitarle al monstruo la hojarasca que lo alimenta), y a veces se le debe dejar avanzar para lograr un jaque mate.

Es la famosa técnica del “fuego contra fuego”, que consiste en sacrificar algunas áreas de vegetación, dejando que se consuman y controlándolas antes de que llegue el fuego principal para que, al no tener que quemar, se consuma por completo.

En el caso de este desastre, el rival parecía tener inteligencia propia, pues cuando se sintió cercado en una región, cambió su avance en la dirección contraía. Y aunque “la jugada” era esperada por el rival, de nuevo el viento y el terreno le jugaron en contra.


UNA VICTORIA NADA PÍRRICA

Se requirió el esfuerzo de centenas de seres humanos (desde los brigadistas que estuvieron en la “línea de fuego” hasta las personas quienes donaron sus alimentos, medicinas y materiales, en una verdadera “mano cadena”), así como de efectivas estrategias de cercado y sacrificio necesario de pequeñas áreas (en algunas de ellas, no tenía caso, por ejemplo, arriesgar a las brigadas), para llegar al reporte de antier por la tarde.

Desde en la mañana del jueves, el helicóptero que apoya rociando agua y retardador de fuego en los puntos críticos reportó pocas novedades, es decir columnas de humo en lugares ya consumidos, por lo que se pudo asegurar que los días del incendio están contados en la región.


El saldo hasta ese reporte era de 13 mil hectáreas afectadas, y habrá a quien se le hagan demasiadas como para no calificar de pírrica esta victoria, pero sería un error decir que todo en esa extensión quedó reducido a cenizas.

Hay daños considerables, sí, pero un recorrido a ojo de buen cubero permite dar la esperanza de que muchas de las zonas podrán reverdecer, amén de que en todos esos difíciles días no hubo vidas humanas que lamentar.

Lo anterior, de acuerdo a testimonios de personas que vivieron la tragedia, algunos muy de cerca por ser voluntarios relacionados con los brigadistas, otros a una distancia que, sin embargo, no les impidió poner su granito de arena, aunque no precisamente paleando.


Continuará...



Desde las cenizas que ha dejado el incendio en la región de Madera (hoy el completamente controlado y a punto de ser liquidado, de acuerdo con reportes de la Conafor (Comisión Nacional Forestal), una de las primeras imágenes que se podrían venir a la mente son las de un pasaje bíblico.

Pero nada que ver con el apocalipsis, sino con Job y el momento en que, según el Libro Sagrado, el personaje ha perdido todo, se sienta precisamente sobre las cenizas de lo que un día tuvo y su esposa le tienta a maldecir a Dios por sus desgracias.

Al menos esa primera impresión (tentación) da al estar de pie entre el hollín de la hojarasca achicharrada y los encinos devastados por las llamas ya apagadas. Aún se respira humo, y el piso se percibe caliente, lo que hace concluir que hay infiernos que, aunque apagados, no dejan de serlo.

Ciertamente, la situación está ya muy lejos de ser lo alarmante que fue durante los días álgidos (valga la ironía) de la conflagración, a principios de la tercer decena de abril, pero eso no significa que la tragedia se haya terminado.

Queda ahora esperar algunos días para que el trabajo de monitoreo termine y entonces sí poder cantar victoria para afirmar que la pesadilla terminó y la pregunta entonces de los pobladores de la región al respecto será ¿qué hacer una vez que hayan despertado de ella?

Como podrá verse a lo largo de esta historia, la respuesta a la anterior pregunta dependerá de quien la conteste, pero seguramente estará lejos de sentarse entre las cenizas, lamentarse o maldecir, porque así como después de la tormenta viene la calma, esta estampa de desolación deja lugar a la esperanza.

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EL INICIO DE UN FIN

La chispa que inició todo tuvo lugar el 11 de abril en el predio privado de Los Hoyos, compuesto en su gran mayoría por encino y pastizales, generalmente para ganado. Aún hoy se delibera si hay un responsable, pero es un hecho que se debió a un descuido humano, como pasa en el 98% de estos casos.

A fin de cuentas, poco importa si se trató de un pirómano, una fogata o un cigarro que se mal apagaron, de un juego de niños o de una malsana diversión adulta. Los vientos y la topografía de la región convirtieron el pacífico bosque en dantescas postales que lastiman al planeta y a sus propios pobladores.

A la conflagración inicial se le sumó otra, originada en otro predio, el de Guaynopa, a pocos kilómetros de aquélla. Y aunque los protocolos de emergencia se activaron desde el principio, la situación pronto se volvió incontrolable y comenzó a crecer en proporciones geométricas. Era el inicio del fin de una parte de uno de los pulmones más importantes del estado.


CONTRA EL DRAGÓN

La imagen satelital que registra los puntos de calor en la región se ve práctica, ubicando en un monitor las poblaciones principales y marcando la distancia en línea recta hacia los señalamientos en color grana que, juntos, dan la verdadera dimensión del incendio: más de 10 hectáreas afectadas, aunque, afortunadamente, ni quemadas, ni devastadas en su totalidad.

Aún así, la anterior expresión está lejos de ser un eufemismo, porque aunque se tratara de un pequeño fósforo que pudiera ser detectado de inmediato (cosa que es imposible, necesita, por ejemplo, haber una considerable columna de humo), el acceso al lugar resulta mucho más que complicado.

Porque sí, la mencionada pantalla puede mostrar imágenes en tercera dimensión y dar un panorama de cerros sobre cerros rodeados sobre cerros sobre cerros, pero incluso para quienes estén familiarizados con la región la más pequeña llama se convierte en un temible dragón por la compleja orografía.

Cualquier incendio es combatido en cuanto se detecta por los propios ejidatarios que siguen la lógica de cualquier citadino cuya sala se está quemando y no se va a ver la tele a su recámara esperando la llegada de los bomberos, pero en muchas ocasiones el terreno se convierte en el mejor ejemplo del campirano dicho: “Mucho ayuda el que no estorba”.

En primer lugar, los mencionados picos están conectados por unas cuantas, pero intrincadas brechas que volverían loco a Teseo mismo y lo obligarían, en vez de madeja de hilo, a llevar un sistema de posicionamiento global, so pena de dar vueltas en círculo.

Y aún si se supiera a la perfección el camino más práctico para llegar a donde se ve la columna de humo (cuyo aliado en ese momento es el paso del tiempo), por lo general el incendio no está al ladito del camino, sino que hay que bajar o subir pendientes que en su mayoría superan los 45 grados.



Y hablando de grados, pero no de inclinación, sino de temperatura, otra de las dificultades de este tipo de conflagraciones es soportar los 50 que, en promedio tiene el aliento de ese dragón. Los jefes de brigada (cada uno tiene a su cargo siete hombres), están capacitados para saber la distancia ideal de combate, porque, ante todo, está primero la integridad del brigadista.

En ese sentido, llega un momento en que la situación se convierte en una especie de juego de ajedrez, donde a veces se cerca al enemigo (no por medio de cubetas con agua, como generalmente se piensa, sino con picos y palas para hacer brechas “cortafuego” y rastrillos para quitarle al monstruo la hojarasca que lo alimenta), y a veces se le debe dejar avanzar para lograr un jaque mate.

Es la famosa técnica del “fuego contra fuego”, que consiste en sacrificar algunas áreas de vegetación, dejando que se consuman y controlándolas antes de que llegue el fuego principal para que, al no tener que quemar, se consuma por completo.

En el caso de este desastre, el rival parecía tener inteligencia propia, pues cuando se sintió cercado en una región, cambió su avance en la dirección contraía. Y aunque “la jugada” era esperada por el rival, de nuevo el viento y el terreno le jugaron en contra.


UNA VICTORIA NADA PÍRRICA

Se requirió el esfuerzo de centenas de seres humanos (desde los brigadistas que estuvieron en la “línea de fuego” hasta las personas quienes donaron sus alimentos, medicinas y materiales, en una verdadera “mano cadena”), así como de efectivas estrategias de cercado y sacrificio necesario de pequeñas áreas (en algunas de ellas, no tenía caso, por ejemplo, arriesgar a las brigadas), para llegar al reporte de antier por la tarde.

Desde en la mañana del jueves, el helicóptero que apoya rociando agua y retardador de fuego en los puntos críticos reportó pocas novedades, es decir columnas de humo en lugares ya consumidos, por lo que se pudo asegurar que los días del incendio están contados en la región.


El saldo hasta ese reporte era de 13 mil hectáreas afectadas, y habrá a quien se le hagan demasiadas como para no calificar de pírrica esta victoria, pero sería un error decir que todo en esa extensión quedó reducido a cenizas.

Hay daños considerables, sí, pero un recorrido a ojo de buen cubero permite dar la esperanza de que muchas de las zonas podrán reverdecer, amén de que en todos esos difíciles días no hubo vidas humanas que lamentar.

Lo anterior, de acuerdo a testimonios de personas que vivieron la tragedia, algunos muy de cerca por ser voluntarios relacionados con los brigadistas, otros a una distancia que, sin embargo, no les impidió poner su granito de arena, aunque no precisamente paleando.


Continuará...



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