/ jueves 31 de octubre de 2019

La muerte en el comedor de la Normal …

Leyenda de ultratumba …

Saucillo.-Era un día cotidiano, alegre y entusiasta como cualquier otro. Todas las alumnas llegaban poco a poco y se sentaban en el comedor, venían de jugar en los patios, algunas de ellas aún sudorosas y otras más cansadas, pero todas alegres, su juventud, su entusiasmo por vivir y alcanzar algún día la profesión de maestra, estaba cerca.

Eras las inquietas estudiantes de la Normal Ricardo Flores Magón en Saucillo, en una fecha imprecisa en una tarde común, solo se conocía que estaban en los últimos días de octubre y se acercaba ya el Día de Muertos y aunque esa tarde no era de clima extremo, sí calaba un poco el viento usual del otoño en los brazos de las normalistas que portaban aún sus playeras deportivas.

Para cumplir con la tercera remesa de alimentos, arribaban al comedor. Todo era risa y compartir viandas de comida y por supuesto también uno que otro comentario en la cena, antes de que las alumnas fueran a los respectivos dormitorios a seguir el estudio o reposar la jornada.

Los trastos que se mueve de aquí para allá, charolas que se golpean entre las vitrinas de la cocina y los platos y cucharas que tintinean en las mesas al servirse sus bocados las normalistas, era el barullo normal de un comedor.

Tres alumnas ocupan una de las mesas disponibles, Soledad se sienta de frente a Mariquita y Miriam y comparten las tres la ensalada de col del día con una chuleta ahumada de puerco.

- “Cómo van tus calificaciones de Artísticas, ya vez que el maestro no te quiere”, le dice Míriam a Soledad.

-“Que importa eso ahora, si el ´teacher´ quiere que me vaya al extraordinario me iré, pero no le daré el gusto de repetir la ronda,” dice Soledad que apenas alcanza a responder.

Iban las alumnas a entablar otro dialogo, cuando repentinamente Soledad abre demás los ojos y de su boca empiezan a salir sonidos extraños, balbuceos inentendibles, como si se hubiera atragantando la chuleta engullida; Chole levantaba los brazos con mucho esfuerzo y quería pararse de la mesa, pero las fuerzas le faltaban, pálida y sudorosa abría más los ojos que revelaban irritación y pánico.

-“¿Qué pasa, te estás ahogando?”, grita Mariquita.

- “Golpea su espalda”, espeta Miriam, tratando de darle solución a la escena imprevista.

Soledad quiere gritar, jala aire, mueve los brazos… y zas, se desvanece. Miriam y Mariquita la asisten y cargan en sus hombros, ante el azoro de las demás normalistas.

¿Pues qué le pasó? ¿Está bien? ¡Llévenla a la enfermería! Exclamaban las demás compañeras del comedor.

Soledad, hacía honor a su nombre, le gustaba andar sola y libre la mayoría de los ratos, era distraída y tenía pocas amigas, las contaba con la mano. Introvertida, decían que su inteligencia en las clases era inusual, que leía la mente y podía hasta predecir el futuro, de hecho la llegaron a matizar como alumna sobresaliente o de facultades extraordinarias, y no faltó aquella compañera de opiniones extremas que la llamara “bruja”.

Miriam y Mariquita, que comprendían y sobrellevaban a Soledad trasladaron a ésta al cuarto de dormitorio, poco a poco el semblante de palidez empezó a tomar color, sus ojos que se nublaron por un momento, se aclararon y de la nada comenzó a llorar, los cristales líquidos vertidos de su mirada la sacaron un poco del colapso y devolvieron la conciencia a la joven Chole.

- “¿Pues qué te pasó?”, le cuestiona Míriam.

- “Te estabas ahogando”, le refiere Mariquita.

Soledad coge aire pausadamente, su mirada se torna fría y profunda, sus manos se levantan y expresa pesarosa: “Vi a la muerte”, “ví a la muerte”, “ay, ay qué pesar”.

Miriam y Mariquita miran la cara de pánico de Soledad y se contagian de miedo, abren más los ojos, escuchan con atención a Soledad y se sorprenden y preguntan casi al unísono y con el ánimo ya aterrorizado: ¿Dónde la viste?, ¿Dónde?

Soledad perpleja, petrificada, responde: “Era horrible, fea, de piel rugosa y los ojos encendidos”

-¿Pero dónde estaba la muerte?, preguntan.

-“Estaba en medio de ustedes y las estaba abrazando en el comedor”, dice Chole antes de perder nuevamente el sentido.

Chole caída en desmayo de sopetón, Mariquita y Miriam, se quedan apanicadas, calladas, sorprendidas.

Al amanecer del otro día, Soledad pidió su baja y quedó sin graduar, Mariquita y Míriam, sí se licenciaron en Educación Primaria y fueron enviadas a trabajar a escuelas de la zona serrana, de la muerte aparecida en el comedor de la Normal, ya no se volvió a hablar.

Saucillo.-Era un día cotidiano, alegre y entusiasta como cualquier otro. Todas las alumnas llegaban poco a poco y se sentaban en el comedor, venían de jugar en los patios, algunas de ellas aún sudorosas y otras más cansadas, pero todas alegres, su juventud, su entusiasmo por vivir y alcanzar algún día la profesión de maestra, estaba cerca.

Eras las inquietas estudiantes de la Normal Ricardo Flores Magón en Saucillo, en una fecha imprecisa en una tarde común, solo se conocía que estaban en los últimos días de octubre y se acercaba ya el Día de Muertos y aunque esa tarde no era de clima extremo, sí calaba un poco el viento usual del otoño en los brazos de las normalistas que portaban aún sus playeras deportivas.

Para cumplir con la tercera remesa de alimentos, arribaban al comedor. Todo era risa y compartir viandas de comida y por supuesto también uno que otro comentario en la cena, antes de que las alumnas fueran a los respectivos dormitorios a seguir el estudio o reposar la jornada.

Los trastos que se mueve de aquí para allá, charolas que se golpean entre las vitrinas de la cocina y los platos y cucharas que tintinean en las mesas al servirse sus bocados las normalistas, era el barullo normal de un comedor.

Tres alumnas ocupan una de las mesas disponibles, Soledad se sienta de frente a Mariquita y Miriam y comparten las tres la ensalada de col del día con una chuleta ahumada de puerco.

- “Cómo van tus calificaciones de Artísticas, ya vez que el maestro no te quiere”, le dice Míriam a Soledad.

-“Que importa eso ahora, si el ´teacher´ quiere que me vaya al extraordinario me iré, pero no le daré el gusto de repetir la ronda,” dice Soledad que apenas alcanza a responder.

Iban las alumnas a entablar otro dialogo, cuando repentinamente Soledad abre demás los ojos y de su boca empiezan a salir sonidos extraños, balbuceos inentendibles, como si se hubiera atragantando la chuleta engullida; Chole levantaba los brazos con mucho esfuerzo y quería pararse de la mesa, pero las fuerzas le faltaban, pálida y sudorosa abría más los ojos que revelaban irritación y pánico.

-“¿Qué pasa, te estás ahogando?”, grita Mariquita.

- “Golpea su espalda”, espeta Miriam, tratando de darle solución a la escena imprevista.

Soledad quiere gritar, jala aire, mueve los brazos… y zas, se desvanece. Miriam y Mariquita la asisten y cargan en sus hombros, ante el azoro de las demás normalistas.

¿Pues qué le pasó? ¿Está bien? ¡Llévenla a la enfermería! Exclamaban las demás compañeras del comedor.

Soledad, hacía honor a su nombre, le gustaba andar sola y libre la mayoría de los ratos, era distraída y tenía pocas amigas, las contaba con la mano. Introvertida, decían que su inteligencia en las clases era inusual, que leía la mente y podía hasta predecir el futuro, de hecho la llegaron a matizar como alumna sobresaliente o de facultades extraordinarias, y no faltó aquella compañera de opiniones extremas que la llamara “bruja”.

Miriam y Mariquita, que comprendían y sobrellevaban a Soledad trasladaron a ésta al cuarto de dormitorio, poco a poco el semblante de palidez empezó a tomar color, sus ojos que se nublaron por un momento, se aclararon y de la nada comenzó a llorar, los cristales líquidos vertidos de su mirada la sacaron un poco del colapso y devolvieron la conciencia a la joven Chole.

- “¿Pues qué te pasó?”, le cuestiona Míriam.

- “Te estabas ahogando”, le refiere Mariquita.

Soledad coge aire pausadamente, su mirada se torna fría y profunda, sus manos se levantan y expresa pesarosa: “Vi a la muerte”, “ví a la muerte”, “ay, ay qué pesar”.

Miriam y Mariquita miran la cara de pánico de Soledad y se contagian de miedo, abren más los ojos, escuchan con atención a Soledad y se sorprenden y preguntan casi al unísono y con el ánimo ya aterrorizado: ¿Dónde la viste?, ¿Dónde?

Soledad perpleja, petrificada, responde: “Era horrible, fea, de piel rugosa y los ojos encendidos”

-¿Pero dónde estaba la muerte?, preguntan.

-“Estaba en medio de ustedes y las estaba abrazando en el comedor”, dice Chole antes de perder nuevamente el sentido.

Chole caída en desmayo de sopetón, Mariquita y Miriam, se quedan apanicadas, calladas, sorprendidas.

Al amanecer del otro día, Soledad pidió su baja y quedó sin graduar, Mariquita y Míriam, sí se licenciaron en Educación Primaria y fueron enviadas a trabajar a escuelas de la zona serrana, de la muerte aparecida en el comedor de la Normal, ya no se volvió a hablar.

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