/ viernes 6 de diciembre de 2019

¿Es posible ser feliz?

¿Dónde está la verdadera felicidad? Sobre esto se ha escrito mucho pero por derroteros muy distintos. Todos andamos en busca de ella, pero pocos son quienes pueden decir con verdad que la han conseguido, entre otras cosas, porque con frecuencia se le confunde con la consecución de las metas, antojos y caprichos personales.

Ese gran experto del corazón humano que fue Juan Pablo II nos dice: “El mundo donde vivimos está sacudido por diferentes crisis, entre ellas, una de las más peligrosas, es la pérdida del sentido de la vida. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el verdadero sentido de su existencia y lo buscan en baratijas. Buscan la felicidad equivocadamente, pero el resultado de este error es siempre una profunda tristeza, un vacío del corazón, y muchas veces la desesperación.

“Es una trágica mentira enseñar al hombre que la felicidad pueda, o incluso deba, alcanzarse dando rienda suelta a los instintos, sin ninguna renuncia. Es un grave error confundir la felicidad con el placer o con la utilidad. Esta es la razón básica de tanta desesperación y de tanto aburrimiento.

“La peor de las cárceles consiste en un corazón cerrado y endurecido, y el peor de los males, la desesperación. Partiendo de la certeza de que nuestra mayor fuerza está en ser personas; en ser personas al lado de otras personas, y de poder realizar juntos cosas estupendas. Mi testimonio es éste: Sólo en Dios encuentran fundamento sólido los valores humanos”.

Para ser feliz es indispensable conocer la existencia de un Dios que nos creó por el amor que nos tiene desde toda la eternidad y que, además, lo hizo para compartir su felicidad. Vivir sin fe es como recorrer los mejores museos del mundo con las luces apagadas; sin poder disfrutar de toda esa belleza. Por otra parte, en el origen de toda decepción humana está la experiencia de que hasta nuestras ilusiones cumplidas no terminan por saciarnos.

En resumen: La plenitud que cada uno busca sólo se puede alcanzar cuando descubrimos a los otros. El egoísta no puede ser feliz. Por eso cuando conseguimos que nuestros seres amados sean felices se multiplican nuestros logros y aumenta nuestra felicidad.

www.padrealejandro.org

¿Dónde está la verdadera felicidad? Sobre esto se ha escrito mucho pero por derroteros muy distintos. Todos andamos en busca de ella, pero pocos son quienes pueden decir con verdad que la han conseguido, entre otras cosas, porque con frecuencia se le confunde con la consecución de las metas, antojos y caprichos personales.

Ese gran experto del corazón humano que fue Juan Pablo II nos dice: “El mundo donde vivimos está sacudido por diferentes crisis, entre ellas, una de las más peligrosas, es la pérdida del sentido de la vida. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el verdadero sentido de su existencia y lo buscan en baratijas. Buscan la felicidad equivocadamente, pero el resultado de este error es siempre una profunda tristeza, un vacío del corazón, y muchas veces la desesperación.

“Es una trágica mentira enseñar al hombre que la felicidad pueda, o incluso deba, alcanzarse dando rienda suelta a los instintos, sin ninguna renuncia. Es un grave error confundir la felicidad con el placer o con la utilidad. Esta es la razón básica de tanta desesperación y de tanto aburrimiento.

“La peor de las cárceles consiste en un corazón cerrado y endurecido, y el peor de los males, la desesperación. Partiendo de la certeza de que nuestra mayor fuerza está en ser personas; en ser personas al lado de otras personas, y de poder realizar juntos cosas estupendas. Mi testimonio es éste: Sólo en Dios encuentran fundamento sólido los valores humanos”.

Para ser feliz es indispensable conocer la existencia de un Dios que nos creó por el amor que nos tiene desde toda la eternidad y que, además, lo hizo para compartir su felicidad. Vivir sin fe es como recorrer los mejores museos del mundo con las luces apagadas; sin poder disfrutar de toda esa belleza. Por otra parte, en el origen de toda decepción humana está la experiencia de que hasta nuestras ilusiones cumplidas no terminan por saciarnos.

En resumen: La plenitud que cada uno busca sólo se puede alcanzar cuando descubrimos a los otros. El egoísta no puede ser feliz. Por eso cuando conseguimos que nuestros seres amados sean felices se multiplican nuestros logros y aumenta nuestra felicidad.

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