Don Francisco González García, lúcido nonagenario, ferrocarrilero jubilado, y habitante de la colonia Industrial de la ciudad de Chihuahua, recuerda con claridad la presencia de la terrible poliomielitis en la ciudad, y donde sólo en su barrio se presentaron más de 20 casos, todos niñas y niños. Esta afectación, dice: “Fue en un solo año, 1955”.
Recuerda que pocas enfermedades traían consigo un terrible miedo para los padres de familia porque algunas de las personas sufrían parálisis temporal o permanente, o morían, pero muchas sobrevivían quedando discapacitados de por vida como ejemplos reales y dolorosos tanto para familias como sociedad por la cantidad de vidas jóvenes que cobraba el contagio.
-Me llama la atención-, afirma don Francisco, -que en las escuelas no se enseñen estas historias, porque ahora ni adultos, ni jóvenes, mucho menos los niños saben de otras epidemias que atacaron a la población de Chihuahua como la poliomielitis, junto con la viruela, cólera, tuberculosis, influenza y otras enfermedades infecciosas. Fueron padecimientos que aterrorizaron a la población de Chihuahua a mediados del siglo XX ¡Nadie, aparte de los viejos sabe nada!-.
Tiene claro que en la colonia Industrial se conocieron los primeros casos de polio en 1946, pero no había mucha información y “la gente confiaba en el buen Dios, porque estaba fregada, ni médicos, ni enfermeras, ni nada. Creo que fue allá por 1950 cuando se empezó a hablar abiertamente de la polio y se aceptó que era la enfermedad más cruel que atacaba a los niños. Luego aparecieron los indeseables aparatos ortopédicos para sostener a los niños sobrevivientes”.
La afirmación de don Francisco de que las nuevas generaciones poco o nada saben de las epidemias acaecidas en Chihuahua es preocupante porque no se trata de simples conocimientos, sino de conductas y comprensiones para entender el cómo nuestros antepasados enfrentaron las calamidades de salud y lleva a considerar los errores en nuestra estructuración de planes y programas, fundamentalmente para educación básica, y también a apreciar la historia como una forma de ayudar a nuestros contemporáneos a confiar en el porvenir y a encarar mejor armados las dificultades que encuentran día a día.
Seguramente las reflexiones en relación al pasado y sus epidemias permitiría desde muchas formas didácticas atender a nuestros niños y jóvenes, trazando con la mayor claridad posible las diferencias y similitudes con lo acaecido, especialmente las discrepancias para cavilar acerca de cómo la gente que sufrió el ataque de polio hace 70 años asumió sus miedos, frustraciones y desconsolaciones, comparada con los temores y pérdidas que genera la presencia del coronavirus y de esa forma encontrar luz para encarar con mayor lucidez los peligros de hoy.
Don Francisco concluye: “Híjole, a mis 90 años vieras por las que he pasado, pero de una cosa estoy seguro, la polio y el coronavirus son trágicas, pero creo que no hay enfermedad más terrible que la jodidez, y más cuando empata con las epidemias”.