José Alberto Grajeda Batista y Mauro Domínguez, ambos de 18 años de edad, cuando fueron cómplices de Ana Carolina López Enríquez, la joven que asesinó a sus padres adoptivos, alcanzaron una pena de 20 años en prisión por la muerte de la señora Albertina Enríquez, madre de la menor Ana Carolina. A ambos involucrados se les calificó como sicópatas cuando en 2013 aceptaron haber colaborado en el homicidio de la mujer de 68 años.
El 4 de mayo de 2013 elementos de la Policía Ministerial de Chihuahua encontraron los cadáveres carbonizados de dos personas mayores en un paraje de la colonia México, al sur de la ciudad.
Comenzaron las indagatorias y el primer paso fue establecer la identidad e investigar con los familiares: Efrén y Albertina quienes habían decidido adoptar a una niña del DIF estatal: Ana Carolina.
La menor se mostró incrédula en los interrogatorios; dijo que jueves y viernes había estado con sus padres, fue hasta el sábado 4 que los perdió de vista, por lo que decidió reportarlos como desaparecidos. Los investigadores detectaron algunas irregularidades y decidieron cuestionar al novio de la joven.
Pudo ser un interrogatorio de rutina, pero José Alberto Grajeda no aguantó la presión y se derrumbó ante oficiales de la Ley. Contó que él, su novia y otro sujeto mataron a la pareja de adultos mayores.
Contó que fue Ana Carolina quien planeó los homicidios desde un mes antes, en venganza porque no le prestaron el coche y obtener dinero de la herencia para poder casarse.
Con la acusación de su novio, Ana Carolina tuvo que aceptar toda la culpa.
Ana Carolina entró a la casa con su novio, José Grajeda y Mauro Domínguez (un amigo que fue convencido de participar); esperaron a que su padre saliera a jugar billar y se enfocaron en la madre.
Albertina no quería salir a saludar porque no estaba bien vestida, entonces la llamaron a la cocina: “Mamá, no encuentro un ingrediente”, al salir Mauro la sometió por la espalda y la asfixió con un cable.
Para rematar le inyectaron veneno en un brazo.
Con Efrén repitieron la operación; esperaron a que regresara y lo llamaron a la cocina: “Papá, ¿no vienes a cortar fruta conmigo?”, esta vez el novio fue el ejecutor.
La frialdad del crimen no paró en la planeación y ejecución; al terminar dejaron los cadáveres en la sala y se fueron a cenar dogos, regresaron para tomarse un six de cerveza y se durmieron en la casa.
Al día siguiente subieron los cuerpos a un carro, los llevaron a un paraje y los incendiaron. La pareja se fue a una tienda comercial a probarse unos anillos de boda; por la noche fueron a unos XV años, donde José trabajaría como mesero.