/ viernes 5 de noviembre de 2021

Dicen las estrellas

A lo largo de nuestras vidas vamos conociendo mucha gente, entre la cual hay quienes se ganan nuestro cariño y, algunos, nuestro amor. Ahí están padres, esposos, hijos, hermanos, amigos… por ello es normal que cuando se nos adelantan en el morir nos duela tanto. La experiencia de la muerte nos resulta misteriosa y poco grata. Nos cuesta trabajo sentirla cerca, y nos da miedo que nos roce en aquellos que amamos y en nosotros mismos, a pesar de saber que algún día moriremos.

El miedo es normal —natural—, es un sistema de defensa ante el peligro. Nos protege, nos hace guardar distancia ante lo que nos puede dañar y doler. Sentir miedo es bueno; sentir pavor —pánico— es horrible, y puede llegar a romper nuestra estabilidad emocional cayendo, incluso, en depresiones.

Nuestra vida exige valor y fortaleza para enfrentar el cansancio y los obstáculos de un mundo cambiante, y muchas veces agresivo. Necesitamos entrenarnos en lo que nos cuesta para poder hacer frente a las dificultades, por ello es de suma importancia entrenar a los niños y jóvenes en la cultura del esfuerzo y la sobriedad. Nada es seguro y quizás se nos presenten carencias serias. Además sabemos que la mayoría de la gente desea formar una familia, y el matrimonio exige mucho, al igual que la paternidad y la maternidad. No todos los que desean casarse están en las condiciones de madurez para enfrentar las exigencias que ello requiere. Estamos metidos en una aventura nada fácil. Vivir siempre supone enfrentar problemas.

Para quienes creen en Dios —y se lo toman en serio— su fe les exige, además, compromisos y críticas, cuando no, persecuciones. Ahora bien, lejos de caer en un romanticismo cursi hemos de entender que todo lo anterior puede salir con mucha más facilidad en la medida que estemos preparados y dispuestos a amar. Ya sé que la economía y el PIB (Producto Interno Bruto) no tiene en cuenta el amor de los individuos, pero si reflexionamos, en aquello que mueve al ser humano a hacer tantas cosas, podemos descubrir que, en definitiva, el motor del mundo es el amor.

Hace poco leí: “Que dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros”. Muy cierto, ellas existen desde hace millones de siglos… ¿Estaremos preparados para morir? ¿Estamos viviendo como deberíamos hacerlo? ¿No es cierto que hay muchas áreas de oportunidad en nuestras vidas que desperdiciamos y, por lo mismo, nos falta mucho para alcanzar la perfección que nos gustaría tener? ¿Será siempre culpa de los demás que a mucha gente no le caigamos bien, y que tienen parte de razón al criticarnos?

La incertidumbre es muy desgastante, y entre jóvenes y mayores hay mucha incertidumbre, pues hay quienes no saben hacia dónde dirigir sus vidas, sólo quieren ser libres y felices, pero no saben cómo conseguirlo, por eso en el fondo tienen miedo a tantas cosas.

Saber que hay una vida después de ésta debería enseñarnos a comprar nuestra morada celestial con módicos pagos diarios de amor a nuestro Creador y a los demás.


www.padrealejandro.org


A lo largo de nuestras vidas vamos conociendo mucha gente, entre la cual hay quienes se ganan nuestro cariño y, algunos, nuestro amor. Ahí están padres, esposos, hijos, hermanos, amigos… por ello es normal que cuando se nos adelantan en el morir nos duela tanto. La experiencia de la muerte nos resulta misteriosa y poco grata. Nos cuesta trabajo sentirla cerca, y nos da miedo que nos roce en aquellos que amamos y en nosotros mismos, a pesar de saber que algún día moriremos.

El miedo es normal —natural—, es un sistema de defensa ante el peligro. Nos protege, nos hace guardar distancia ante lo que nos puede dañar y doler. Sentir miedo es bueno; sentir pavor —pánico— es horrible, y puede llegar a romper nuestra estabilidad emocional cayendo, incluso, en depresiones.

Nuestra vida exige valor y fortaleza para enfrentar el cansancio y los obstáculos de un mundo cambiante, y muchas veces agresivo. Necesitamos entrenarnos en lo que nos cuesta para poder hacer frente a las dificultades, por ello es de suma importancia entrenar a los niños y jóvenes en la cultura del esfuerzo y la sobriedad. Nada es seguro y quizás se nos presenten carencias serias. Además sabemos que la mayoría de la gente desea formar una familia, y el matrimonio exige mucho, al igual que la paternidad y la maternidad. No todos los que desean casarse están en las condiciones de madurez para enfrentar las exigencias que ello requiere. Estamos metidos en una aventura nada fácil. Vivir siempre supone enfrentar problemas.

Para quienes creen en Dios —y se lo toman en serio— su fe les exige, además, compromisos y críticas, cuando no, persecuciones. Ahora bien, lejos de caer en un romanticismo cursi hemos de entender que todo lo anterior puede salir con mucha más facilidad en la medida que estemos preparados y dispuestos a amar. Ya sé que la economía y el PIB (Producto Interno Bruto) no tiene en cuenta el amor de los individuos, pero si reflexionamos, en aquello que mueve al ser humano a hacer tantas cosas, podemos descubrir que, en definitiva, el motor del mundo es el amor.

Hace poco leí: “Que dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros”. Muy cierto, ellas existen desde hace millones de siglos… ¿Estaremos preparados para morir? ¿Estamos viviendo como deberíamos hacerlo? ¿No es cierto que hay muchas áreas de oportunidad en nuestras vidas que desperdiciamos y, por lo mismo, nos falta mucho para alcanzar la perfección que nos gustaría tener? ¿Será siempre culpa de los demás que a mucha gente no le caigamos bien, y que tienen parte de razón al criticarnos?

La incertidumbre es muy desgastante, y entre jóvenes y mayores hay mucha incertidumbre, pues hay quienes no saben hacia dónde dirigir sus vidas, sólo quieren ser libres y felices, pero no saben cómo conseguirlo, por eso en el fondo tienen miedo a tantas cosas.

Saber que hay una vida después de ésta debería enseñarnos a comprar nuestra morada celestial con módicos pagos diarios de amor a nuestro Creador y a los demás.


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