/ domingo 20 de junio de 2021

El falso dilema entre colectivismo e individualismo

Por: Pablo Héctor González Villalobos

En la historia del pensamiento político y económico con frecuencia se ha planteado que una comunidad humana tiene que elegir entre dos modelos posibles: uno en el que el interés particular de cada individuo debe privilegiarse, aun por encima de la colectividad. Y otro, en el que el interés particular de cada individuo debe sacrificarse ante el interés superior del ente colectivo. Al primero suele identificársele como individualismo y al segundo como colectivismo. Además, el individualismo suele asociarse al capitalismo, en tanto que el colectivismo se identifica con el marxismo.

Desde hace ya más de un siglo, la doctrina social cristiana que inauguró León XIII con su encíclica Rerum Novarum sostuvo que el dilema entre individualismo y colectivismo es un falso dilema. Pensadores como Johannes Messner, en su monumental Ética social, política y económica a la luz del derecho natural, han profundizado en la cuestión, que además ha sido aderezada con el agudo ingenio de Chesterton.

En cualquier caso, el sentido común y la metáfora siempre han sido instrumentos útiles para comprender ideas complejas. Por ello, me permito tomar prestada de Jorge Bucay una fábula que, en mi opinión, logra explicar el asunto con extraordinaria maestría.

Se trata de un padre a quien su hijo pequeño insistentemente le pide que juegue con él. El padre, lleno de ocupaciones, le promete que lo hará el sábado. Al llegar este día, el hijo lo despierta diciéndole con entusiasmo: “Papá, papá, ya es sábado, vamos a jugar”. El padre, que todavía tiene un par de asuntos que atender, le dice: “Sí, vamos a jugar, pero antes te voy a poner un reto”. Abre una revista, en una página en la que aparece un planisferio y le dice a su hijo: “Mira, vamos a hacer un rompecabezas”. Arranca la página y la recorta en piezas pequeñas. Y concluye: “Arma el rompecabezas y me avisas cuando termines, voy a estar en el estudio”.

El ingenuo padre, pensando que ganará un par de horas, se mete a su estudio a trabajar. Pero cuando no han pasado ni cinco minutos el hijo le toca y le dice: “Papá, papá, ya armé el rompecabezas”. El sorprendido padre sale del estudio y ve que, efectivamente, el rompecabezas está armado. Y le pregunta a su hijo: “¿Antes habías armado rompecabezas? ¿Habías visto ya un mapa del mundo?”. Y el hijo responde que no, que es la primera vez. Entonces el padre le pregunta cómo fue que logró armarlo tan rápido. Y el niño contesta: “Muy fácil, cuando arrancaste la página de la revista me fijé que en la parte de atrás estaba una fotografía con la cara de una señora. Así que di vuelta a las fichas del rompecabezas y armé la cara de la mujer. Luego, simplemente volví a voltear las piezas del rompecabezas, y listo: armado el mapa del mundo”.

La moraleja es que no se puede construir el mundo sin construir al individuo. Para construir comunidades hay que construir personas. Porque, como lo hemos recordado en otras ocasiones, el bien común es el bien de todos, no de unos cuantos, ni siquiera el de la mayoría. El de todos, porque todos tenemos derecho a tener la oportunidad de plantearnos un plan de vida coherente y llevarlo a cabo.

Por: Pablo Héctor González Villalobos

En la historia del pensamiento político y económico con frecuencia se ha planteado que una comunidad humana tiene que elegir entre dos modelos posibles: uno en el que el interés particular de cada individuo debe privilegiarse, aun por encima de la colectividad. Y otro, en el que el interés particular de cada individuo debe sacrificarse ante el interés superior del ente colectivo. Al primero suele identificársele como individualismo y al segundo como colectivismo. Además, el individualismo suele asociarse al capitalismo, en tanto que el colectivismo se identifica con el marxismo.

Desde hace ya más de un siglo, la doctrina social cristiana que inauguró León XIII con su encíclica Rerum Novarum sostuvo que el dilema entre individualismo y colectivismo es un falso dilema. Pensadores como Johannes Messner, en su monumental Ética social, política y económica a la luz del derecho natural, han profundizado en la cuestión, que además ha sido aderezada con el agudo ingenio de Chesterton.

En cualquier caso, el sentido común y la metáfora siempre han sido instrumentos útiles para comprender ideas complejas. Por ello, me permito tomar prestada de Jorge Bucay una fábula que, en mi opinión, logra explicar el asunto con extraordinaria maestría.

Se trata de un padre a quien su hijo pequeño insistentemente le pide que juegue con él. El padre, lleno de ocupaciones, le promete que lo hará el sábado. Al llegar este día, el hijo lo despierta diciéndole con entusiasmo: “Papá, papá, ya es sábado, vamos a jugar”. El padre, que todavía tiene un par de asuntos que atender, le dice: “Sí, vamos a jugar, pero antes te voy a poner un reto”. Abre una revista, en una página en la que aparece un planisferio y le dice a su hijo: “Mira, vamos a hacer un rompecabezas”. Arranca la página y la recorta en piezas pequeñas. Y concluye: “Arma el rompecabezas y me avisas cuando termines, voy a estar en el estudio”.

El ingenuo padre, pensando que ganará un par de horas, se mete a su estudio a trabajar. Pero cuando no han pasado ni cinco minutos el hijo le toca y le dice: “Papá, papá, ya armé el rompecabezas”. El sorprendido padre sale del estudio y ve que, efectivamente, el rompecabezas está armado. Y le pregunta a su hijo: “¿Antes habías armado rompecabezas? ¿Habías visto ya un mapa del mundo?”. Y el hijo responde que no, que es la primera vez. Entonces el padre le pregunta cómo fue que logró armarlo tan rápido. Y el niño contesta: “Muy fácil, cuando arrancaste la página de la revista me fijé que en la parte de atrás estaba una fotografía con la cara de una señora. Así que di vuelta a las fichas del rompecabezas y armé la cara de la mujer. Luego, simplemente volví a voltear las piezas del rompecabezas, y listo: armado el mapa del mundo”.

La moraleja es que no se puede construir el mundo sin construir al individuo. Para construir comunidades hay que construir personas. Porque, como lo hemos recordado en otras ocasiones, el bien común es el bien de todos, no de unos cuantos, ni siquiera el de la mayoría. El de todos, porque todos tenemos derecho a tener la oportunidad de plantearnos un plan de vida coherente y llevarlo a cabo.

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