/ viernes 17 de junio de 2022

Nuestra hipoteca social

Ya no sé qué hacer, me decía una mujer campesina. Hace seis meses mi señor se fue a la ciudad a buscar trabajo, y desde entonces no sabemos nada de él; yo me quedé con mis cinco hijos, y ya se nos acabó el maíz que teníamos sembrado.

La verdad es que en pocas ocasiones me he sentido tan inútil para poder ayudar dando un consejo. ¿Cómo poder recomendarle qué le convenía hacer? ¿Irse también ella a la ciudad a trabajar con sus cinco hijos, si ni siquiera sabe usar una plancha eléctrica, y mucho menos una lavadora, o un horno de microondas?

Muchos mexicanos no tenemos ni la más mínima idea de lo que le está pasando en nuestro país, y por eso nos sentimos molestos cuando en las esquinas de las grandes ciudades se acerca alguien a los coches para pedir limosna. No podemos comprender que esta gente no está preparada para abrirse paso en nuestro modelo social, donde es casi un pecado no hablar bien el inglés, y donde muchos adolescentes se gastan más en un viernes por la noche que una familia pobre toda una semana.

No entiendo cómo hay gente que teniendo algo de cultura no se plantean siquiera viajar por nuestra patria. O, si por azares del destino, tienen que pasar unos días en Oaxaca, en Chiapas, en Zacatecas, o en Michoacán, se dedican a “regatear” unos cuantos pesos a quienes, vendiendo hermosísimas artesanías, mantienen a su familia para que no tengan que ir a pedir limosna en una esquina. Cuando por otra parte los turistas extranjeros se las compran con mucho gusto para ir a presumirlas en sus lugares de origen.

No sé si los programas de la Secretaría de Educación estén fallando, concretamente en las clases de civismo, pero supongo que el error fundamental está en los padres de familia, a quienes México les importa un cacahuate. Ya sé que “siempre el culpable de todo es el gobierno…” y con este argumento tapamos los reclamos de nuestras conciencias para no sentirnos obligados a hacer nada por quienes comparten con nosotros el nombre de mexicanos, pero sólo el nombre, pues ellos no comparten su miseria y su hambre, ni nosotros compartimos con ellos nuestras comodidades, nuestro egoísmo y nuestra estupidez.

Por si fuera poco todos sabemos que hay bandas que comercian con la miseria de esta gente y que les asignan la esquina donde poder vender chicles, o simplemente dar lástima llevando en sus espaldas a un pequeñito que no sabe sonreír, porque a su alrededor nadie lo hace. En Estados Unidos metieron a la cárcel a quienes explotaban a sordomudos mexicanos haciéndoles vender quién sabe qué cosas en las calles. Ahora me pregunto si en México este tipo de negocio no se considera delito, y por lo tanto digno de ser castigado.

Mientras sigamos dando ropa vieja, y no hagamos algo serio por quienes han vivido siempre en la pobreza extrema, los seguiremos viendo en las esquinas de nuestras grandes ciudades, hasta que se cansen de pedir limosna, y nos obliguen a darles lo que necesitan… quizá con un cuchillo en las manos.


www.padrealejandro.org


Ya no sé qué hacer, me decía una mujer campesina. Hace seis meses mi señor se fue a la ciudad a buscar trabajo, y desde entonces no sabemos nada de él; yo me quedé con mis cinco hijos, y ya se nos acabó el maíz que teníamos sembrado.

La verdad es que en pocas ocasiones me he sentido tan inútil para poder ayudar dando un consejo. ¿Cómo poder recomendarle qué le convenía hacer? ¿Irse también ella a la ciudad a trabajar con sus cinco hijos, si ni siquiera sabe usar una plancha eléctrica, y mucho menos una lavadora, o un horno de microondas?

Muchos mexicanos no tenemos ni la más mínima idea de lo que le está pasando en nuestro país, y por eso nos sentimos molestos cuando en las esquinas de las grandes ciudades se acerca alguien a los coches para pedir limosna. No podemos comprender que esta gente no está preparada para abrirse paso en nuestro modelo social, donde es casi un pecado no hablar bien el inglés, y donde muchos adolescentes se gastan más en un viernes por la noche que una familia pobre toda una semana.

No entiendo cómo hay gente que teniendo algo de cultura no se plantean siquiera viajar por nuestra patria. O, si por azares del destino, tienen que pasar unos días en Oaxaca, en Chiapas, en Zacatecas, o en Michoacán, se dedican a “regatear” unos cuantos pesos a quienes, vendiendo hermosísimas artesanías, mantienen a su familia para que no tengan que ir a pedir limosna en una esquina. Cuando por otra parte los turistas extranjeros se las compran con mucho gusto para ir a presumirlas en sus lugares de origen.

No sé si los programas de la Secretaría de Educación estén fallando, concretamente en las clases de civismo, pero supongo que el error fundamental está en los padres de familia, a quienes México les importa un cacahuate. Ya sé que “siempre el culpable de todo es el gobierno…” y con este argumento tapamos los reclamos de nuestras conciencias para no sentirnos obligados a hacer nada por quienes comparten con nosotros el nombre de mexicanos, pero sólo el nombre, pues ellos no comparten su miseria y su hambre, ni nosotros compartimos con ellos nuestras comodidades, nuestro egoísmo y nuestra estupidez.

Por si fuera poco todos sabemos que hay bandas que comercian con la miseria de esta gente y que les asignan la esquina donde poder vender chicles, o simplemente dar lástima llevando en sus espaldas a un pequeñito que no sabe sonreír, porque a su alrededor nadie lo hace. En Estados Unidos metieron a la cárcel a quienes explotaban a sordomudos mexicanos haciéndoles vender quién sabe qué cosas en las calles. Ahora me pregunto si en México este tipo de negocio no se considera delito, y por lo tanto digno de ser castigado.

Mientras sigamos dando ropa vieja, y no hagamos algo serio por quienes han vivido siempre en la pobreza extrema, los seguiremos viendo en las esquinas de nuestras grandes ciudades, hasta que se cansen de pedir limosna, y nos obliguen a darles lo que necesitan… quizá con un cuchillo en las manos.


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