/ viernes 18 de junio de 2021

Pecado

En el hermoso cuadro titulado El Ángel Caído, de Alexandre Cabanel, hay un detalle muy significativo que puede pasar desapercibido ante un espectador con prisa: El diablo ahí plasmado tiene los ojos irritados; está llorando… y no puede ser de otra manera pues para él ¡todo está perdido! El demonio a pesar de haber sido creado como ángel se rebeló contra Dios y desde ese momento no podrá ser feliz. El desasosiego es la ausencia de bonanza, un término que alude a la calma, la paz o el reposo. Todos vivimos con prisa.

Desafortunadamente vemos por todas partes mucha gente con hambre de felicidad, pero llenos de una profunda tristeza que pretenden llenar con distracciones, con risas, con cualquier cosa, pero que no se proponen buscar a Dios para conocerlo y amarlo. Con tristeza quizá podríamos llamar a nuestra época “el festival de las lágrimas”.

El papa Juan Pablo II dijo: Es bien patente a todos la imagen del hombre encerrado en el pecado, haciendo imposible su conversión, y por lo tanto, también la remisión de sus pecados, algo que considera sin importancia en su vida. Esta es una condición de ruina espiritual. La acción de Dios encuentra en el hombre que se halla en esta situación una resistencia interior, una impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que puede definirse como dureza de corazón. En nuestro tiempo, esta actitud de mente y corazón corresponde quizá a la pérdida del sentido del pecado.

Alguien le preguntó a Chesterton: ¿Es usted un demonio? Y él contestó: Soy un hombre. Y por lo tanto, tengo dentro de mí todos los demonios. Con preocupación vemos y escuchamos a diario muchas manifestaciones de maldad, como la violencia en la delincuencia y dentro de los hogares, las mentiras en la política, las injusticias de los poderosos, la soberbia que todos arrastramos y, de una manera desgarradora, la perversión de la infancia.

Tal parece que los medios y dentro de los hogares habitaran manadas de monstruos, y esto tiene mucho que ver con la mediocridad, el conformismo y la prevaricación, por la que dejamos de cumplir nuestros deberes por comodidad y egoísmo. Mucha gente ya no está dispuesta al sacrificio, por eso no salen muchas cosas. El confort como criterio de vida. Todo ello roza con el pecado. Para la tibieza la falta de tiempo es el pretexto perfecto.

Abundan los vicios como el alcoholismo, la drogadicción, la adicción a la pornografía y demás manifestaciones de lujuria, la hipocresía y muchos más. La frivolidad en la vida de los actores en las redes sociales sólo promueve una curiosidad malsana. La superficialidad no hace bien al ambiente social, explota la vanidad y la impudicia nos empobrece.

Para muchos el concepto de pecado es algo anacrónico. Son ridiculeces de personas ignorantes y escrupulosas; pero no debemos perder de vista que la mayor ventaja de un ejército es que su enemigo piense que está lejos.

El único argumento que puede convencer a los descreídos es la coherencia de vida de los que sí creen en Dios.

www.padrealejandro.org

En el hermoso cuadro titulado El Ángel Caído, de Alexandre Cabanel, hay un detalle muy significativo que puede pasar desapercibido ante un espectador con prisa: El diablo ahí plasmado tiene los ojos irritados; está llorando… y no puede ser de otra manera pues para él ¡todo está perdido! El demonio a pesar de haber sido creado como ángel se rebeló contra Dios y desde ese momento no podrá ser feliz. El desasosiego es la ausencia de bonanza, un término que alude a la calma, la paz o el reposo. Todos vivimos con prisa.

Desafortunadamente vemos por todas partes mucha gente con hambre de felicidad, pero llenos de una profunda tristeza que pretenden llenar con distracciones, con risas, con cualquier cosa, pero que no se proponen buscar a Dios para conocerlo y amarlo. Con tristeza quizá podríamos llamar a nuestra época “el festival de las lágrimas”.

El papa Juan Pablo II dijo: Es bien patente a todos la imagen del hombre encerrado en el pecado, haciendo imposible su conversión, y por lo tanto, también la remisión de sus pecados, algo que considera sin importancia en su vida. Esta es una condición de ruina espiritual. La acción de Dios encuentra en el hombre que se halla en esta situación una resistencia interior, una impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que puede definirse como dureza de corazón. En nuestro tiempo, esta actitud de mente y corazón corresponde quizá a la pérdida del sentido del pecado.

Alguien le preguntó a Chesterton: ¿Es usted un demonio? Y él contestó: Soy un hombre. Y por lo tanto, tengo dentro de mí todos los demonios. Con preocupación vemos y escuchamos a diario muchas manifestaciones de maldad, como la violencia en la delincuencia y dentro de los hogares, las mentiras en la política, las injusticias de los poderosos, la soberbia que todos arrastramos y, de una manera desgarradora, la perversión de la infancia.

Tal parece que los medios y dentro de los hogares habitaran manadas de monstruos, y esto tiene mucho que ver con la mediocridad, el conformismo y la prevaricación, por la que dejamos de cumplir nuestros deberes por comodidad y egoísmo. Mucha gente ya no está dispuesta al sacrificio, por eso no salen muchas cosas. El confort como criterio de vida. Todo ello roza con el pecado. Para la tibieza la falta de tiempo es el pretexto perfecto.

Abundan los vicios como el alcoholismo, la drogadicción, la adicción a la pornografía y demás manifestaciones de lujuria, la hipocresía y muchos más. La frivolidad en la vida de los actores en las redes sociales sólo promueve una curiosidad malsana. La superficialidad no hace bien al ambiente social, explota la vanidad y la impudicia nos empobrece.

Para muchos el concepto de pecado es algo anacrónico. Son ridiculeces de personas ignorantes y escrupulosas; pero no debemos perder de vista que la mayor ventaja de un ejército es que su enemigo piense que está lejos.

El único argumento que puede convencer a los descreídos es la coherencia de vida de los que sí creen en Dios.

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