/ viernes 30 de abril de 2021

Sentados sobre un polvorín

Desde muy pequeños hemos visto cómo una pelota rebota cuando pega contra la pared. Esto nos ha permitido jugar desde entonces hasta edades adultas, por ejemplo en el frontón. Lo que quizás no sabíamos es que un famoso sabio estudió este fenómeno y lo reconoció como un comportamiento permanente de la Física a la que llamamos “Acción-Reacción” o 3ª ley de Newton.

Ahora bien, este fenómeno de algunos cuerpos también lo podemos observar a diario en el comportamiento de las relaciones humanas. En la vida social —en el trato personal— es igual. Quien lanza ofensas, quien provoca odio, ya sea como persona, grupo político, deportivo, etc., recibirá como respuesta lo mismo en su contra.

Promover el odio a los pobres o a los ricos, a los ignorantes o a los estudiosos, a los descreídos o a los religiosos, además de ser algo peligroso es un delito, un crimen que puede provocar graves tragedias.

No perdamos de vista que en las decisiones negativas que tomamos pueden haber agravantes, como por ejemplo, porque quien comete la falta es un familiar, es alguien con autoridad moral, civil o militar y, por lo tanto, su culpa es mayor.

Una de las principales obligaciones de los gobernantes es la búsqueda de la paz, de la unidad como fundamento del bien común, por ello es mayor la culpa de quienes producen rupturas sociales fomentando las divisiones. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos desastrosos.

En el punto 2304 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos: “El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad”.

Hay adultos inmaduros —como les sucede a los adolescentes— quienes cuando las cosas no salen de acuerdo a sus gustos, le echan la culpa a los demás afirmando que aquello es injusto, y lo peor de este chantaje sentimental, es que los demás se dejan manipular por la supuesta víctima.

Hemos de ser muy cuidadosos en lo tocante a nuestra participación en la vida social y política para poder tomar decisiones equilibradas y bien razonadas para que nuestros sentimientos no nos provoquen actitudes de odio y desprecio en contra de quienes piensan diferente, pues “todo reino dividido contra sí mismo será desolado”.

Todos sabemos por experiencia personal que no sólo nos dejamos manejar individualmente por nuestros sentimientos, sino también por las opiniones de los diversos grupos sociales. Es fundamental que debemos privilegiar los valores de la paz y la armonía social para colaborar en la edificación de una nación sana. Si amamos a nuestra patria, hemos de fomentar el diálogo abierto y respetuoso. Saber escuchar y argumentar procurando convencer estando abiertos a las ideas positivas de los demás.

www.padrealejandro.org

Desde muy pequeños hemos visto cómo una pelota rebota cuando pega contra la pared. Esto nos ha permitido jugar desde entonces hasta edades adultas, por ejemplo en el frontón. Lo que quizás no sabíamos es que un famoso sabio estudió este fenómeno y lo reconoció como un comportamiento permanente de la Física a la que llamamos “Acción-Reacción” o 3ª ley de Newton.

Ahora bien, este fenómeno de algunos cuerpos también lo podemos observar a diario en el comportamiento de las relaciones humanas. En la vida social —en el trato personal— es igual. Quien lanza ofensas, quien provoca odio, ya sea como persona, grupo político, deportivo, etc., recibirá como respuesta lo mismo en su contra.

Promover el odio a los pobres o a los ricos, a los ignorantes o a los estudiosos, a los descreídos o a los religiosos, además de ser algo peligroso es un delito, un crimen que puede provocar graves tragedias.

No perdamos de vista que en las decisiones negativas que tomamos pueden haber agravantes, como por ejemplo, porque quien comete la falta es un familiar, es alguien con autoridad moral, civil o militar y, por lo tanto, su culpa es mayor.

Una de las principales obligaciones de los gobernantes es la búsqueda de la paz, de la unidad como fundamento del bien común, por ello es mayor la culpa de quienes producen rupturas sociales fomentando las divisiones. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos desastrosos.

En el punto 2304 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos: “El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad”.

Hay adultos inmaduros —como les sucede a los adolescentes— quienes cuando las cosas no salen de acuerdo a sus gustos, le echan la culpa a los demás afirmando que aquello es injusto, y lo peor de este chantaje sentimental, es que los demás se dejan manipular por la supuesta víctima.

Hemos de ser muy cuidadosos en lo tocante a nuestra participación en la vida social y política para poder tomar decisiones equilibradas y bien razonadas para que nuestros sentimientos no nos provoquen actitudes de odio y desprecio en contra de quienes piensan diferente, pues “todo reino dividido contra sí mismo será desolado”.

Todos sabemos por experiencia personal que no sólo nos dejamos manejar individualmente por nuestros sentimientos, sino también por las opiniones de los diversos grupos sociales. Es fundamental que debemos privilegiar los valores de la paz y la armonía social para colaborar en la edificación de una nación sana. Si amamos a nuestra patria, hemos de fomentar el diálogo abierto y respetuoso. Saber escuchar y argumentar procurando convencer estando abiertos a las ideas positivas de los demás.

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