-Alejandro: Estoy muy preocupado. Hoy fui al súper y vi a un matrimonio muy humilde con su niñito en brazos. Compraban una lata de atún y tortillas, y les pedí que me aceptara un súper; y ella lloró. ¿Cuál es la diferencia entre mis hijos y ese pequeñito?
-Dios los ve igual.
-Quería hacer una campaña: “Compra un súper a tu hermano”.
-San Josemaría dice en un punto de Camino, 301: “Estas crisis mundiales son crisis de santos”. A lo largo de la historia de la humanidad ésto se ha dado muchas veces. Son tiempos para que —de la mano de Dios— saquemos lo mejor de nosotros mismos.
-¿Pero qué van hacer cuando se les termine la comida? Y pensar que viene también esa otra epidemia: La miseria. Yo cada día me siento más orgulloso de mis hijos, son jóvenes con sensibilidad. Mi hijo Diego ya se quiera ir a ayudar. Y le expliqué que por acá van a hacer falta muchas manos y de jóvenes fuertes.
-Hay mucha gente, sobre todo los jóvenes, que verán lo que nunca se imaginaron, y eso les podrá ayudar a cambiar su forma de pensar y de vivir. Otros desafortunadamente, seguirán protegidos por papás tontos que tratarán de seguirlos protegiendo del dolor y la pobreza. Me refiero a muchos que viven en un mundo de fantasía. Pero tarde o temprano llegarán a enfrentarse con muchas calamidades, pues hay cosas que no se saben hasta que se viven.
-Imagínate un padre que está pasando la misma preocupación que yo en este momento. La única diferencia es que mi refrigerador está lleno, y para él su preocupación es: Qué van a comer al día siguiente.
-¿Sabes Alejandro? Tú eres un hombre muy rico. Tienes algo que se llama fe que vale más que todo.
-Pero tú también crees en Él.
-Claro que creo en Dios, y lo amo.
-Tenemos que empezar por ahí. Diciéndole a nuestro Señor como aquel del Evangelio: "Creo Señor, pero ayuda mi incredulidad”.
-Y la verdad a veces me enojo —y es parejo— también con Dios. Lo bueno es que Él ya me conoce, jajajá.
-Tenemos que hacernos a la idea de que no podemos resolver los problemas de todos, pues si no lo hacemos nos volveremos locos, y entonces seremos parte del problema y no podremos ayudar. Además. No te olvides que dentro de 100 años todos nosotros estaremos muertos, y si no nos soltamos de su mano, estaremos gozando de esa felicidad para la que Él nos creó.