/ jueves 30 de septiembre de 2021

La colonia alemana de Julimes; llegó a tener casi 23 mil hectáreas

De la exhacienda, cuyas tierras se convirtieron en ejido, sólo quedan el nombre, una iglesia, parte de un acueducto y un árbol, conocido como el “pino alemán”

JULIMES.- Solitario y frondoso, cerca de la cabecera municipal se yergue un árbol peculiar, el pino alemán, que representa uno de los últimos vestigios de la exhacienda de Humboldt, un asentamiento extranjero que a principios del siglo XX fue considerado una explotación agrícola modelo y cuya prosperidad terminó abruptamente tras el estallido de la Revolución Mexicana.

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A tres kilómetros de la cabecera municipal se encuentra lo que antaño era el casco de la hacienda, en cuyos terrenos existieron huertas que proveían la fruta y legumbres para una industria de conservas de alimentos, los cuales eran exportados a otras ciudades del país e incluso al extranjero.

De esta planta industrial, de la que se afirma fue pionera en América Latina, no quedan tampoco muchos rastros: acaso alguna etiqueta de las latas cuyo interior contenía frutas en almíbar. “Hacienda Humboldt. Durazno. Cada lata garantizada”, puede leerse en un papel rotulado que se conserva en el museo de la presidencia municipal de Julimes.

La gente de esta localidad sabe de la existencia de la hacienda por las historias que contaban sus abuelos y bisabuelos, algunos de los cuales trabajaron para los alemanes. También existe constancia de la colonia germana por documentos que se conservan.

En el artículo titulado “La colonización bóer en Chihuahua y el suroeste de Estados Unidos, 1903- 1917”, escrito por Lawrence Douglas Taylor Hansen, se refiere que el asentamiento fue fundado por colonos de ascendencia holandesa procedentes de Sudáfrica, quienes buscaron refugio en Julimes después de la guerra con los ingleses.

Los migrantes, encabezados por el general William Snyman, veterano de la guerra anglo- bóer, arribaron al estado de Chihuahua con la anuencia del entonces presidente Porfirio Díaz, quien dio facilidades a los extranjeros para la creación de colonias agrícolas, esto con la finalidad, por una parte, de poblar regiones del norte y, por otra, promover el desarrollo económico de estas zonas.

El historiador Luis Aboites Aguilar menciona en su libro “La irrigación revolucionaria” que la hacienda, antes llamada Santa Rosalía, era propiedad de Epifanio Álvarez y fue vendida en 1903 a la Secretaría de Fomento en 50 mil pesos. Ese mismo año se instalaron las primeras 34 familias bóers, con quienes venía también el general Benjamin Viljoen, quien participaría en la revolución maderista.

Foto: Saúl Ponce | El Heraldo de Chihuahua

Una creciente del río Conchos, en 1904, destruyó medio millar de hectáreas que habían sido sembradas y 1 mil 500 árboles frutales. Esto obligó a la mitad de las familias colonizadoras a abandonar la hacienda. Dos años después, las tierras fueron compradas por la compañía alemana Degetau y Ketelsen Sucs., por mediación de Pablo Hoffman.

Pronto, los germanos pusieron manos a la obra y en poco tiempo levantaron una industria procesadora de carnes, embutidos, frutas, legumbre y pescado. Asimismo, los nuevos dueños de la hacienda plantaron diez mil árboles frutales, que trajeron desde California, para producir duraznos que eran enlatados en la planta. Las conservas eran exportadas a las ciudades de Chihuahua, Juárez, El Paso y Monterrey, donde al parecer tenían buena aceptación.

La colonia agrícola llegó a tener casi 23 mil hectáreas y aprovechaba las aguas del río Conchos para regar sus huertas y sembradíos, esto gracias a una concesión otorgada por la Secretaría de Fomento.

Foto: Saúl Ponce | El Heraldo de Chihuahua

Sin embargo, la bonanza tuvo una duración corta debido a la Revolución. Armando Navarrete, excronista del municipio de Meoqui, señaló en un artículo que la hacienda fue atacada en diciembre de 1913 por un grupo de alzados, quienes prendieron fuego a las instalaciones. La situación de violencia orilló a los colonos alemanes a abandonar la colonia, cuyas huertas se fueron secando, mientras que la maquinaria de la industria empacadora fue desmantelada paulatinamente hasta desaparecer.

Actualmente de la exhacienda, cuyas tierras se convirtieron en ejido, sólo quedan el nombre, una iglesia, parte de un acueducto y un árbol, conocido como el “pino alemán”, plantado hace más de cien años por los colonos y el cual se ha convertido en un atractivo turístico de Julimes.

JULIMES.- Solitario y frondoso, cerca de la cabecera municipal se yergue un árbol peculiar, el pino alemán, que representa uno de los últimos vestigios de la exhacienda de Humboldt, un asentamiento extranjero que a principios del siglo XX fue considerado una explotación agrícola modelo y cuya prosperidad terminó abruptamente tras el estallido de la Revolución Mexicana.

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A tres kilómetros de la cabecera municipal se encuentra lo que antaño era el casco de la hacienda, en cuyos terrenos existieron huertas que proveían la fruta y legumbres para una industria de conservas de alimentos, los cuales eran exportados a otras ciudades del país e incluso al extranjero.

De esta planta industrial, de la que se afirma fue pionera en América Latina, no quedan tampoco muchos rastros: acaso alguna etiqueta de las latas cuyo interior contenía frutas en almíbar. “Hacienda Humboldt. Durazno. Cada lata garantizada”, puede leerse en un papel rotulado que se conserva en el museo de la presidencia municipal de Julimes.

La gente de esta localidad sabe de la existencia de la hacienda por las historias que contaban sus abuelos y bisabuelos, algunos de los cuales trabajaron para los alemanes. También existe constancia de la colonia germana por documentos que se conservan.

En el artículo titulado “La colonización bóer en Chihuahua y el suroeste de Estados Unidos, 1903- 1917”, escrito por Lawrence Douglas Taylor Hansen, se refiere que el asentamiento fue fundado por colonos de ascendencia holandesa procedentes de Sudáfrica, quienes buscaron refugio en Julimes después de la guerra con los ingleses.

Los migrantes, encabezados por el general William Snyman, veterano de la guerra anglo- bóer, arribaron al estado de Chihuahua con la anuencia del entonces presidente Porfirio Díaz, quien dio facilidades a los extranjeros para la creación de colonias agrícolas, esto con la finalidad, por una parte, de poblar regiones del norte y, por otra, promover el desarrollo económico de estas zonas.

El historiador Luis Aboites Aguilar menciona en su libro “La irrigación revolucionaria” que la hacienda, antes llamada Santa Rosalía, era propiedad de Epifanio Álvarez y fue vendida en 1903 a la Secretaría de Fomento en 50 mil pesos. Ese mismo año se instalaron las primeras 34 familias bóers, con quienes venía también el general Benjamin Viljoen, quien participaría en la revolución maderista.

Foto: Saúl Ponce | El Heraldo de Chihuahua

Una creciente del río Conchos, en 1904, destruyó medio millar de hectáreas que habían sido sembradas y 1 mil 500 árboles frutales. Esto obligó a la mitad de las familias colonizadoras a abandonar la hacienda. Dos años después, las tierras fueron compradas por la compañía alemana Degetau y Ketelsen Sucs., por mediación de Pablo Hoffman.

Pronto, los germanos pusieron manos a la obra y en poco tiempo levantaron una industria procesadora de carnes, embutidos, frutas, legumbre y pescado. Asimismo, los nuevos dueños de la hacienda plantaron diez mil árboles frutales, que trajeron desde California, para producir duraznos que eran enlatados en la planta. Las conservas eran exportadas a las ciudades de Chihuahua, Juárez, El Paso y Monterrey, donde al parecer tenían buena aceptación.

La colonia agrícola llegó a tener casi 23 mil hectáreas y aprovechaba las aguas del río Conchos para regar sus huertas y sembradíos, esto gracias a una concesión otorgada por la Secretaría de Fomento.

Foto: Saúl Ponce | El Heraldo de Chihuahua

Sin embargo, la bonanza tuvo una duración corta debido a la Revolución. Armando Navarrete, excronista del municipio de Meoqui, señaló en un artículo que la hacienda fue atacada en diciembre de 1913 por un grupo de alzados, quienes prendieron fuego a las instalaciones. La situación de violencia orilló a los colonos alemanes a abandonar la colonia, cuyas huertas se fueron secando, mientras que la maquinaria de la industria empacadora fue desmantelada paulatinamente hasta desaparecer.

Actualmente de la exhacienda, cuyas tierras se convirtieron en ejido, sólo quedan el nombre, una iglesia, parte de un acueducto y un árbol, conocido como el “pino alemán”, plantado hace más de cien años por los colonos y el cual se ha convertido en un atractivo turístico de Julimes.

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