Postrada en una silla de ruedas desde las 07:00 hasta la noche, Silvia pasa la vida añorando una chamarra, una silla que no esté rota, y prótesis para las piernas que perdió en un atropellamiento, en el que también recibió daño en su cabeza, dejando secuela con disminución del oído, pues su cabeza se estrelló contra el vidrio panorámico del vehículo que la arrolló.
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Silvia Cristina González desde hace tres años fue atropellada, causándole lesiones que la llevaron a perder ambas piernas a la altura de las rodillas. Es cuidada por su hijo, quien la acuesta y levanta de la cama.
“Hay unos que no tienen necesidad, y otros que tenemos de más; pero si no hay, ¿cómo le hacemos? Aguantar”, expresó con la mirada profunda, los ojos largos de una tristeza que da la experiencia acumulada, y la voz quebrada por un llanto que ya se cansó de invadir sus mejillas.
“No me pudieron acomodar los huesos, y prefirieron cortar, ¿qué podía hacer yo? Desde entonces tengo esta silla que ya se está consumiendo. Le pegué una cinta, pero con la humedad se despegó”, confesó.
La mujer adulta compartió que en Navidad le gustaba ir a la Iglesia, pero por su condición ahora es difícil. A pesar de su falta de movilidad, asiste a un rezo del Rosario, por el Día de la Virgen de Guadalupe. Y para este año le gustaría cenar buñuelos; y chile colorado, y dijo que “si se podía con tortilla de maíz, ¡mejor!”. Desde entonces, habita en un cuartito de la colonia Rosario, que ha sido acondicionado para tener cama, lava platos, mientras pone techo en el resto de la casa.
Silvia vive con uno de sus hijos, que es electricista, y cuando él trabaja, permanece en la silla durante toda la jornada de trabajo, desde las 6:30 horas, hasta que él llega al final del día. La vivienda, ubicada en la calle Samaniego de la colonia Rosario, perdió el techo, y la entrada está descubierta, y con la pasada lluvia dejó pasar el agua que inundó esa parte de la casa.
El frío ha llegado con brusquedad, pues tiene un calentón de tablas, pero se le mojó el depósito que tiene con tablas, y ya no lo ha podido prender. Nada más tiene una chamarra, y cuando la lava, tiene que esperar a que se seque para volver a arroparse. Para asearse, se baña sentada en la silla a ‘jicarazos’, y la humedad está acabando con la silla que usa todo el día todos los días.
“Le pido a mi Virgencita que me ayude a salir adelante, sobre todo para las prótesis. No tengo idea de cuánto cuesten, no le ‘muevo’ porque no tengo. El médico dice que hay esperanza, que hay esperanza. Es lo último que muere. Le pido al Niño Dios que me regale mis prótesis, el 25, todo lo demás viene poco a poco”.
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