/ martes 20 de febrero de 2024

Un empresario exitoso es un héroe

El discurso del presidente de Argentina, Javier Milei, del 17 de enero de 2024 en el Foro Económico Mundial de Davos, no tiene desperdicio. En él se describe al libertarismo, de acuerdo al profesor Alberto Benegas Lynch (hijo), como: “El respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, cuyas instituciones fundamentales son la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social”.

Ya sea por querer ayudar al prójimo, y otros, por el deseo de querer pertenecer a una casta privilegiada, los principales líderes del mundo occidental han abandonado el modelo de la libertad por distintas versiones de lo que llamamos colectivismo, sin considerar que ha sido éste a través del socialismo, quien ha condenado potencialmente a los ciudadanos del mundo a la pobreza, a la miseria y al estancamiento, porque los economistas neoclásicos buscan corregir los fallos del mercado donde sólo hay intervención estatal, donde el Estado tiene el monopolio de la imposición.

Esta imposición violenta introduce regulaciones que lo único que generan son distorsiones en el sistema de precios, que impiden el cálculo económico, y en consecuencia, el ahorro, la inversión y el crecimiento. Pero en vez de corregir el modelo, el neoclásico elige enojarse contra la realidad y la solución que propondrán los colectivistas no será mayor libertad, sino que haya mayor regulación, generando una espiral descendiente de regulaciones hasta que todos se vuelven más pobres, y que la vida de todos nosotros dependa de un burócrata sentado en una oficina de lujo.

Argentina lo ha vivido en carne propia. Milei afirma con apego a los hechos: “Cuando adoptamos el modelo de la libertad, allá por el año 1860, en 35 años nos convertimos en la primera potencia mundial, mientras que cuando abrazamos el colectivismo, a lo largo de los últimos 100 años, vimos cómo nuestros ciudadanos comenzaron a empobrecerse sistemáticamente hasta caer en el puesto número 140 del mundo”. Después de la Revolución Industrial, el PBI per cápita mundial se multiplicó por más de 15 veces sacando de la pobreza al 90 por ciento de la población mundial.

Esto sustenta por qué no sólo el capitalismo de libre empresa es un sistema posible para terminar con la pobreza del mundo, sino que es el único sistema moralmente deseable para lograrlo. La conclusión es obvia: lejos de ser la causa de nuestros problemas, el capitalismo de libre empresa, como sistema económico, es la única herramienta que tenemos para terminar con el hambre, la pobreza y la indigencia a lo largo y a lo ancho de todo el planeta. La evidencia empírica es incuestionable. El problema es que la justicia social no aporta bienestar general, porque es violenta.

Dicho de otro modo, el capitalista, el empresario exitoso es un benefactor social que, lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general. En definitiva, un empresario exitoso es un héroe. El Estado no debe castigar al capitalista por tener éxito ni bloquearlo en este proceso de descubrimiento, porque destruye sus incentivos. Milei finaliza: “No se dejen amedrentar ni por la casta política ni por los parásitos que viven del Estado. No se entreguen a una clase política que quiere mantener el poder y sus privilegios. Ustedes son benefactores sociales. Ustedes son héroes”.


El discurso del presidente de Argentina, Javier Milei, del 17 de enero de 2024 en el Foro Económico Mundial de Davos, no tiene desperdicio. En él se describe al libertarismo, de acuerdo al profesor Alberto Benegas Lynch (hijo), como: “El respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, cuyas instituciones fundamentales son la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social”.

Ya sea por querer ayudar al prójimo, y otros, por el deseo de querer pertenecer a una casta privilegiada, los principales líderes del mundo occidental han abandonado el modelo de la libertad por distintas versiones de lo que llamamos colectivismo, sin considerar que ha sido éste a través del socialismo, quien ha condenado potencialmente a los ciudadanos del mundo a la pobreza, a la miseria y al estancamiento, porque los economistas neoclásicos buscan corregir los fallos del mercado donde sólo hay intervención estatal, donde el Estado tiene el monopolio de la imposición.

Esta imposición violenta introduce regulaciones que lo único que generan son distorsiones en el sistema de precios, que impiden el cálculo económico, y en consecuencia, el ahorro, la inversión y el crecimiento. Pero en vez de corregir el modelo, el neoclásico elige enojarse contra la realidad y la solución que propondrán los colectivistas no será mayor libertad, sino que haya mayor regulación, generando una espiral descendiente de regulaciones hasta que todos se vuelven más pobres, y que la vida de todos nosotros dependa de un burócrata sentado en una oficina de lujo.

Argentina lo ha vivido en carne propia. Milei afirma con apego a los hechos: “Cuando adoptamos el modelo de la libertad, allá por el año 1860, en 35 años nos convertimos en la primera potencia mundial, mientras que cuando abrazamos el colectivismo, a lo largo de los últimos 100 años, vimos cómo nuestros ciudadanos comenzaron a empobrecerse sistemáticamente hasta caer en el puesto número 140 del mundo”. Después de la Revolución Industrial, el PBI per cápita mundial se multiplicó por más de 15 veces sacando de la pobreza al 90 por ciento de la población mundial.

Esto sustenta por qué no sólo el capitalismo de libre empresa es un sistema posible para terminar con la pobreza del mundo, sino que es el único sistema moralmente deseable para lograrlo. La conclusión es obvia: lejos de ser la causa de nuestros problemas, el capitalismo de libre empresa, como sistema económico, es la única herramienta que tenemos para terminar con el hambre, la pobreza y la indigencia a lo largo y a lo ancho de todo el planeta. La evidencia empírica es incuestionable. El problema es que la justicia social no aporta bienestar general, porque es violenta.

Dicho de otro modo, el capitalista, el empresario exitoso es un benefactor social que, lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general. En definitiva, un empresario exitoso es un héroe. El Estado no debe castigar al capitalista por tener éxito ni bloquearlo en este proceso de descubrimiento, porque destruye sus incentivos. Milei finaliza: “No se dejen amedrentar ni por la casta política ni por los parásitos que viven del Estado. No se entreguen a una clase política que quiere mantener el poder y sus privilegios. Ustedes son benefactores sociales. Ustedes son héroes”.